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Combate a la ultraderecha: ¿sirven los cordones sanitarios o es mejor que se desgasten en el poder?

La estrategia de aislar a los partidos de extrema derecha no consigue frenar su avance electoral. Los expertos recomiendan dar "la batalla de las ideas", pero evitando que las formaciones ultras impongan sus narrativas

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Líderes de la ultraderecha europea

Líderes de la ultraderecha europea

Juan Fernández

Juan Fernández

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Si los partidos políticos europeos fueran marcas comerciales que cotizan en bolsa, cualquier inversor avispado tendría claro hoy dónde debe poner su dinero para garantizarse una revalorización segura: elección tras elección, las formaciones de extrema derecha no han parado de crecer en los últimos años en la mayoría de países del continente y a estas alturas de la década muestran un ímpetu que no invita a pensar en un fin de ciclo de este fenómeno político. 

El último hito ultra lo ha protagonizado Alternativa por Alemania (AfD), que acaba de conseguir lo que hasta hace poco era impensable: ver a un partido filonazi ganando en los comicios regionales de Turingia y quedarse a escasos votos de ser el más votado en Sajonia, dos estados de la antigua Alemania del Este. 

Pero hace tres meses ocurrió en las elecciones europeas: si los dos grandes grupos de extrema derecha del Europarlamento –los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) e Identidad y Democracia (ID)– sumaran los escaños que obtuvieron el 9 de junio y añadieran los conseguidos por otras formaciones afines no adscritas a ningún grupo –como la AfD alemana y el partido del húngaro Viktor Orbán–, serían ya la segunda fuerza política en Estrasburgo, por encima de los socialdemócratas y a escasa distancia del Partido Popular Europeo.

Aquel día los belgas también celebraron comicios federales y regionales, una triple cita con las urnas que sirvió para constatar el tirón electoral de Vlaams Belang (traducible por Interés Flamenco). El partido liderado por Tom Van Grieken gasta un discurso tan ultranacionalista, xenófobo y euroescéptico que ninguna otra formación quiere sentarse a negociar con él, pero ya es la segunda fuerza más votada del país. 

Victoria moral

El 9-J también dejó una profunda resaca electoral en Francia: el éxito de la ultraconservadora Agrupación Nacional (RN) llevó a Emmanuel Macron a adelantar las elecciones legislativas, y solo la suma de todas las listas de izquierda y centro-izquierda en una candidatura unitaria y un pacto con los centristas de Macron en la segunda vuelta logró evitar que el partido de Marine Le Pen fuera el que se hiciera con más escaños de la Asamblea, pero ni siquiera ese frente anti-ultra consiguió sustraer a la extrema derecha la victoria moral de ser la que más papeletas reunió en las urnas: hasta un 37% de franceses dijeron sí a los postulados de RN.

Con matices locales propios de cada país, a punto de cumplirse el primer cuarto del siglo XXI la ultraderecha europea comparte un vago ideario común –la inmigración señalada como causa de todos los males, la seguridad elevada a principal preocupación social y un rechazo frontal a los derechos feministas y de colectivos minoritarios, como el LGTBI, estigmatizados como "ideología woke"– y la sensación de disfrutar de un viento de cola que le permite rebasar sus propias marcas en cada examen electoral. 

Los partidos tradicionales han ensayado en estos años distintas fórmulas para tratar de hacerle frente, pero ninguna se ha mostrado capaz de detener la ola ultra que invade el continente. En Alemania y Francia, los dos principales estados de la Unión Europea, hasta ahora se han mantenido fieles a la política de "cordón sanitario" para impedir el acceso al poder de estas formaciones: los democristianos de la CDU ya han confirmado que bajo ningún concepto permitirán a AfD gobernar en Turingia ni pedirán su apoyo en Sajonia, y en Francia el sistema electoral lleva evitando que el apellido Le Pen se imprima en las tarjetas de visita del Palacio del Elíseo desde hace más de 20 años. 

Sin embargo, este boicot no ha impedido a estos partidos ganar cada vez más apoyo electoral. ¿Puede, llegado el caso, haberle beneficiado? "Los cordones sanitarios tienen el riesgo de dotar a quien los sufre de un aura de peligrosidad que puede acabar resultando atractivo para muchos electores. En estos tiempos, en los que el 'establishment' está cada vez más cuestionado, sus líderes son percibidos como figuras 'outsider' que tienen la valentía de plantar cara al sistema", observa el politólogo Guillermo Fernández Vázquez.

En opinión del autor del ensayo 'Qué hacer con la extrema derecha', aislar a estos partidos para alejarlos del poder tiene otro efecto colateral: "Les concede por entero el campo de la crítica. Esto es lo que permitió a Meloni llegar al poder. Se convirtió en el rostro más visible de la oposición frente a un gobierno que se había creado, precisamente, para cortar el paso a la extrema derecha", explica el analista.

Pinchar el globo

Ante la ineficacia de los cordones sanitarios, cada vez se oyen más voces que apuestan por no bloquear el acceso al poder de estas formaciones con la esperanza de que la gestión de gobierno les desgaste y sus votantes acaben viendo que las medidas que proponen no sirven para resolver los complejos problemas que afrontan hoy las sociedades contemporáneas. Sin embargo, esa estrategia tampoco ha logrado "pinchar el globo" de la extrema derecha allí donde se ha puesto en práctica. 

Los líderes de la ultraderecha son percibidos como figuras 'outsider' que tienen la valentía de plantar cara al sistema

Guillermo Fernández Vázquez, politólogo autor del ensayo 'Qué hacer con la extrema derecha'

"Orbán se instaló en el poder y ha convertido a Hungría en una autocracia, Trump subió en votos tras su nefasta gestión de la pandemia, y Bolsonaro seguía teniendo muchísimos adeptos después de mostrarse ante todos los brasileños como un pésimo presidente", enumera el historiador Steven Forti, estudioso del fenómeno de la ultraderecha, a modo de ejemplos de lo que considera "un suicidio político": la cesión de cotas de poder a los partidos ultras. "Por definición, son profundamente antidemocráticos, solo aspiran a entrar en el sistema para cargárselo, y si lo logran, ya no habrá marcha atrás", advierte con preocupación el autor del ensayo 'Extrema derecha 2.0'.

"Cuanto antes lo asumamos será mejor: la ultraderecha no es un globo que pueda pincharse, ha llegado para quedarse, al menos de momento, y no existen fórmulas mágicas para combatirla. Depende de cada caso, de cada país y de cada contexto", destaca el politólogo Pablo Simón.

De las tres estrategias puestas en práctica hasta la fecha por la derecha tradicional para relacionarse con la ultra –el cordón sanitario, la admisión de apoyos parlamentarios externos a gobiernos conservadores moderados y la cesión de cotas minoritarias de poder en ejecutivos de coalición–, Simón señala a esta última como la más lesiva para los intereses electorales de la facción más radical.

"La experiencia nos dice que en los gobiernos de coalición el 'socio junior' suele salir peor parado en la siguiente cita con las urnas, ya que pierde visibilidad y tampoco puede ejercer la protesta, al ser parte del equipo gubernamental. Esto lleva a muchos partidos radicales a preferir mantenerse en la oposición a la espera de dar más adelante el 'sorpasso' a los moderados", explica el experto. En España, la caída de Vox en las últimas elecciones en Castilla y León estaría relacionada con su experiencia de gobierno autonómico en minoría desde 2022.

La ultraderecha no es un globo que pueda pincharse, ha llegado para quedarse, al menos de momento, y no existen fórmulas mágicas para combatirla

Pablo Simón, politólogo

En la última década y media, en países como Austria, Holanda y Polonia las formaciones de ultraderecha han alcanzado y perdido el poder en diversas ocasiones y con variadas fórmulas, desde la mayoría absoluta y los gobiernos en solitario de los que disfrutó el partido Ley y Justicia (PIS) polaco de los hermanos Kaczynski, hoy en la oposición, a los ejecutivos de coalición en los que han participado el FPÖ austriaco y el Partido por la Libertad (PVV) del neerlandés Geert Wilders.

Pero hay una casuística que nunca falla: "Cuando la derecha moderada empieza a hablar como la radical, acaba siendo fagocitada por ella. Si convertimos a la inmigración en el gran problema de nuestro tiempo, la extrema derecha gana, porque ese tema es su especialidad", señala Simón. 

Narrativas

Es aquí, en el "debate de las ideas", y no en las estrategias de aislamiento, donde todos los analistas coinciden que se va a dar el verdadero combate político que condicionará el devenir de Europa en los próximos años. "La clave de bóveda no es el cordón sanitario, sino evitar que la extrema derecha imponga sus narrativas. Y para lograrlo no necesitan estar en los gobiernos, les vale con influir en la agenda pública desde la oposición", apunta Ruth Ferrero-Turrión, investigadora del Instituto Complutense de Estudios Internacionales, que añade: "Es fundamental que la derecha tradicional sea capaz de articular propuestas claramente distintas a las de la derecha radical. Si no, pasará lo que ha pasado en Hungría, Italia, Francia, Países Bajos o el partido Republicano norteamericano, donde la derecha extrema ha devorado a la moderada". 

"Más que cordones sanitarios contra la ultraderecha, lo que hacen falta son botes salvavidas ideológicos para la derecha de toda la vida. Las democracias necesitan partidos conservadores moderados que tengan claros sus valores y sean capaces de decirles a los que están a su derecha: no comparto tus ideas sobre estos temas y no voy a hablar de ellos contigo, por muy fuerte que seas", sostiene Guillermo Fernández Vázquez. En su opinión, esta actitud desincentiva más a los posibles votantes de formaciones de ultraderecha que cualquier cordón sanitario.

Antes de la crisis de 2008 estas disquisiciones habrían sido impensables, pero tampoco el mundo de hoy es el de entonces. "Debajo del atractivo que generan los postulados ultras en amplios sectores de la población hay razones estructurales, como el debilitamiento del estado del bienestar, la rotura del ascensor social, el achicamiento de la clase media y el aumento de la desigualdad. Esto ha generado un malestar en la población y un miedo al otro que la extrema derecha ha sabido capitalizar", interpreta Steven Forti. En su opinión, mientras no se atiendan esas causas, el crecimiento electoral de estos partidos no tendrá freno. "La ultraderecha es el síntoma, no la enfermedad, y los cordones sanitarios solo son tratamientos paliativos. Confiar en ellos es como creer que se puede curar un cáncer a base de ibuprofenos", concluye el historiador.  

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