Dictadura de África

Eritrea, otro país del que huir

El dictador de Eritrea, Isaias Afewerki, en una imagen de 2007.

El dictador de Eritrea, Isaias Afewerki, en una imagen de 2007. / Olivier Hoslet / EFE

Kim Amor

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Isaias Afewerki no disimula su condición de déspota. Frío y calculador lleva tres décadas gobernando con puño de hierro Eritrea, uno de los países más pequeños de África y uno de los más pobres del mundo. El régimen que ha diseñado a golpe de represión es similar al de Corea del Norte, hermético y delirante. No en vano, al dictador eritreo de 77 años se le conoce como el Kim Jong-un de África. La ONU le acusa de haber cometido crímenes de lesa humanidad.

Eritrea es una prisión gigante de la que intentan huir miles de personas. No es fácil salir del país. Está prohibido hacerlo sin permiso. Los que fracasan en el intento son encerrados en las cárceles que proliferan en el país. Habitáculos abarrotados de gente y mazmorras en forma de contenedores bajo tierra, donde son tratados como animales, denuncian las organizaciones de derechos humanos. No hay datos del número de personas que han muerto en presidio. Tampoco de los que sobreviven al infierno, pero se calcula que decenas de miles.

Eritrea es uno de los países con mayor número de refugiados y solicitantes de asilo en relación a la población. Más del 9% de los cerca de cuatro millones de eritreos se han escapado del país en lo que llevamos de siglo. Alrededor de medio millón de personas. Las dos rutas de salidas clandestinas más utilizadas son las que buscan Europa a través del Sudán, Libia y el Mediterráneo central, y la que recorre Yibuti, el estrecho de Adén y Yemen hasta alcanzar Arabia Saudí. Tan peligrosa una como la otra. Las dos bajo el control de mafias que se enriquecen con el tráfico de personas.

Pasado colonial

La historia de Eritrea está ligada a la de Etiopía. Ambos territorios del Cuerno de África estuvieron bajo mandato de la Italia fascista hasta poco antes de acabar la Segunda Guerra Mundial. Tras pasar a manos británica, Eritrea acabó bajo el dominio de Etiopía. La anexión forzosa al reinado del entonces emperador etíope Haile Selassie encendió la mecha de la lucha por la secesión.

Afewerki, formado política y militarmente en la China de Mao, lideró el Frente Popular para la Liberación de Eritrea. La guerra duró treinta años, con terribles hambrunas de por medio. Finalmente, tras celebrar un referéndum, Eritrea logró la independencia en 1993 y Afewerki fue proclamado presidente.

Durante la primera década de mandato, el político eritreo, mostró su cara más amable. Levantó hospitales, construyó carreteras, hizo llegar ayuda humanitaria a los más necesitados y prometió elecciones. El “líder de un nuevo renacimiento africano”, dijo el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.

Giro autoritario

Todo cambió tras una disputa fronteriza que arrastró al país a una nueva guerra de dos años con Etiopía, de 1998 al 2000. Fiel a los regímenes autoritarios, Afewerki aplastó a la disidencia, acabó con la prensa crítica, expulsó a las oenegés y puso bajo su mando al poder judicial. Desde entonces el país vive sumido en un estado de excepción permanente, con desapariciones forzosas, detenciones arbitrarias y asesinatos masivos.

Afewerki utilizó como excusa las sucesivas disputas con Etiopía para imponer el servicio civil y militar obligatorio e indefinido para hombres y mujeres, algunos de los reclutas menores de edad. Una estrategia para tener bajo control a la población. El régimen destina más de 20% del PIB al Ejército.

“Durante el servicio nacional obligatorio -denuncia la ONU- los eritreos sufren regularmente torturas, tratos inhumanos o degradantes, violencia sexual y de género”, además de ser obligos a llevar a cabo “trabajos forzados en condiciones abusivas”. Una suerte de esclavismo moderno. Esquivar el servicio nacional es la principal causa de huida del país. Son conocidas las deserciones de deportistas cuando compiten fuera de sus fronteras.

Tras firmar la paz definitiva con Etiopía en 2018, Afewerki se alió con el presidente etíope, Abiy Ahmed, en la devastadora guerra del Tigré. Los soldados eritreos destacaron por su brutalidad contra la población civil.

Represión global

Los tentáculos represivos del dictador traspasan las fronteras de Eritrea. Las amenazas y la persecución de la disidencia en el exilio se han intensificado desde que hace dos años la oposición formó la denominada Brigada N’Hamedu o Brigada Azul. El movimiento está presente en los países del mundo donde hay mayor presencia de eritreos, como Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suecia, Noruega, Suiza, Israel o Sudáfrica. El movimiento pretende que la diáspora participe en unas elecciones y formar un gobierno de transición en exilio. Un reto ambicioso. Afewerki cuenta con poderosos aliados, como China y Rusia.

De momento, la oposición se moviliza para boicotear los festivales culturales que organiza el régimen en el extranjero para recaudar fondos y ensalzar la figura del dictador. El año pasado, durante la conmemoración de los treinta años de independencia, hubo violentos choques en varios países entre defensores del régimen y opositores.

A diferencia de Kim Jong-un, Afewerki se muestra austero y evita el culto a la personalidad. Por lo demás, mantiene a la población aislada del mundo y sometida a la vigilancia de un ejército de delatores, como ocurre en Corea del Norte. Eritrea es otro país del que miles de personas intentan huir.

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