Perfil

Nicolás Maduro: el sueño de gobernar como sea hasta 2030

José Natanson, politólogo: "La línea que separa a una democracia de una no democracia en Venezuela la cruzó Maduro"

Nicolás Maduro, en el cierre de la campaña de las presidenciales de Venezuela.

Nicolás Maduro, en el cierre de la campaña de las presidenciales de Venezuela. / FERNANDO VERGARA / AP

Abel Gilbert

Abel Gilbert

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los autorretratos públicos de Nicolás Maduro son diversos y sorprendentes. A veces enfatiza su lado religioso y el apego a "el Señor" que, dice, le tutela desde el cielo. En otras destaca su excondición de "obrero", una forzada reescritura del pasado: fue brevemente conductor de autobuses, aunque también, suele resaltar, orgulloso, músico vocacional y empedernido bailarín. Dice además ser "hijo" de Hugo Chávez, "bolivariano" y "socialista". Pero por sobre todas las cosas, después de casi 11 años en el poder, Maduro reivindica su condición de "hombre fuerte" que no duda en tomar decisiones difíciles. Con una audacia sin pudores políticos ha pedido su voto nuevamente a los venezolanos.

Maduro nació en Caracas el 23 de noviembre de 1962. La televisión estatal acaba de difundir una biografía ficcionalizada que repasa su iniciación política y sentimental. Nicolás recrea su paso por el grupo de rock Enigma, su decisión de abandonar el béisbol para consagrarse a la revolución, con una beca de estudios en Cuba, su trabajo como guardaespaldas del periodista y futuro vicepresidente José Vicente Rangel y su inicio en el sindicalismo. Nicolás cuenta, a modo de biografía oficial, su encuentro sentimental con Cilia Flores, y cómo les llegó el amor. La "primera combatiente" como se conoce a la actual primera dama, cayó rendida ante su determinación. La primera cita fue azarosa: tuvieron que refugiarse en una funeraria de la policía. Luego tomaron un café y se fueron a bailar. En boca de ella se resume el panegírico: Cilia lo ve como un líder en ciernes. La irrupción del coronel Hugo Chávez en la escena nacional, en 1992, fue para él una divisoria de aguas. Maduro le visitó tempranamente en la cárcel, una vez fracasado su alzamiento contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Le ayudó luego a articular voluntades alrededor del Movimiento V República.

La era chavista

El chavismo triunfa en 1998 y el exconductor de autobuses es elegido para la Asamblea Nacional Constituyente que redactó la Carta Magna vigente. Luego forma parte de la Asamblea Nacional. Entre 2006 y 2013 se desempeña como ministro de Exteriores, un cargo que pone de relieve la confianza que le tenía Chávez, reforzada desde el momento en que el bolivariano, consumido por una enfermedad terminal, lo designa primero vicepresidente en las elecciones de 2012 y más tarde su heredero.

La muerte de Chávez lo llevó a ocupar el centro de una escena que ya daba señales de un cisma. En abril de 2013 venció en las urnas por dos puntos a Henrique Capriles Radonski. La victoria nunca fue debidamente reconocida. Maduro invocó la fuerza sobrenatural del extinto comandante para blindarse frente a la confrontación interna. Después de orar en una pequeña capilla católica del estado de Barinas fue visitado por un ser alado. "De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba", contó al país, imitando un aleteo. "Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: 'hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria'. Así lo sentí yo desde mi alma". Lo que vino fue un conflicto de proporciones con una oposición que se lanzó a las calles. La protesta fue infructuosa. El camino electoral dio sus frutos en 2015. El antimadurismo controló el Parlamento. El presidente respondió con una declaración del estado de "emergencia económica". La oposición quiere convocar a un referendo revocatorio. El Gobierno lo bloquea. La protesta recrudece con una saga de muertos en las calles. Maduro convoca a una Constituyente solo a los efectos de contar con una suerte de contrapoder legislativo.

La era Trump y el conflicto interno

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos dificultó mucho más su gestión. Empezaron a llover las sanciones. Maduro llamó a elecciones. La oposición más intransigente se abstuvo de participar. Los comicios tuvieron la mácula de la ilegitimidad. En enero de 2019, un ignoto diputado, Juan Guaidó, se autoproclamó "presidente encargado" que fue reconocido por la Casa Blanca y numerosos países de Europa y América Latina. La disputa escaló a niveles que orillaron la guerra civil. Recrudecieron las medidas económicas de Washington, con un coste económico y social enorme para la población. Maduro enfrentó un intento de golpe de Estado y una fallida incursión armada. Guaidó nunca dejó de ser un mandatario de fantasía. Parte de la oposición reconoció la farsa política y comenzó a explorar otras vías que han desembocado en las presentes elecciones. Durante sus peores años de Gobierno, Maduro fortaleció sus relaciones con Rusia, China e Irán.

Si bien pudo desarticular la estrategia de sus adversarios, el costo de su modo de administrar el poder tuvo sus secuelas internacionales. El alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos publica en 2019 un informe muy crítico sobre asesinatos y otros hechos represivos. Otro informe, tres años más tarde, documentó la existencia de crímenes de lesa humanidad y actos de tortura de las fuerzas especiales. La Corte Penal Internacional abrió a su vez una investigación por los mismos hechos.

Maduro gobernó siempre en alianza con las Fuerzas Armadas. Los escándalos de corrupción, con epicentro en Petróleos de Venezuela (PDVSA), marcaron su década como presidente. Lo dieron por vencido en numerosas oportunidades. Cuando el PIB se derrumbó un 75% y la pobreza alcanzó situaciones intolerables, no faltaron las predicciones de un inmediato y aciago final. Maduro convocó a elecciones en 2024 que se disputan en un terreno inclinado. Está convencido que la calle no lo desprecia y que seguirá siendo presidente hasta 2030. El mundo, ha augurado el exobrero, el temeroso de Dios, el socialista que se menea sobre los escenarios, se rendirá a la evidencia de las urnas.

Suscríbete para seguir leyendo