Fuera de órbita

El olvido de los rohinyás: la etnia menos querida del planeta

La Nobel Suu Kyi defiende las acciones del Ejército birmano contra los rohinyás

La violación como arma de guerra contra los rohinyás

Un grupo de refugiados rohinyas, esperan recibir ayuda humanitaria en Bangladés.

Un grupo de refugiados rohinyas, esperan recibir ayuda humanitaria en Bangladés.

Kim Amor

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El mundo está lleno de minorías perseguidas y silenciadas y solo una gran tragedia es capaz de sacarlas del anonimato. Es el caso de los rohinyás, una etnia de Birmania de origen bengalí y de confesión mayoritariamente musulmana que hace siete años fue arrasada a sangre y fuego por el Ejército birmano. En agosto de 2017, miles fueron asesinados y cerca de un millón huyó a la vecina Blangladés, alrededor del 60% del total de la comunidad. Las imágenes de una inmensa corriente humana escapando de una muerte segura dieron la vuelta al mundo.

Birmania es un país de mayoría budista de 57 millones de habitantes y con 135 etnias diferentes. La rohinyá es la única a la que se niega la nacionalidad. Forma parte de los apátridas del mundo. Asentada desde hace un par de siglos en el estado costero de Rakeín, al oeste de Birmania, han sufrido acoso y discriminación desde que el país asiático se independizó de los británicos en 1948.

"Nunca han llegado a integrarse en un entorno que siempre les fue hostil", afirma el periodista Alberto Masegosa, autor del libro 'Roginyá, el drama de los innombrables y la leyenda de Aung San Suu Kyi'. "La razón no es solo religiosa. Hay un componente también étnico y cultural que les hace ser mucho más próximos a la población bengalí del subcontinente indio, que es de donde proceden", añade.

Resistencia armada

La represión sistemática en contra de la comunidad empezó en los años 70 del siglo XX. Y no fue hasta mediados de la década pasada que surgió la primera resistencia armada: el Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán (ARDA), una precaria guerrilla que se formó con el apoyo de Arabia Saudí. En opinión de Masegosa, su lucha tuvo un perfil más "nacionalista que islamista". Su objetivo no fue imponer la religión musulmana sino rebelarse contra una situación de acoso y discriminación.

El ARDA tuvo una vida muy corta. Su último ataque, contra varios puestos policiales, fue el que desató la represalia del ejército en 2017. La ONU tildó entonces la brutal represión de "limpieza étnica de manual" con "voluntad de genocidio". Se arrasaron pueblos enteros, se asesinó a civiles de forma masiva e indiscriminada. Los sobrevivientes explicaron que se prendió fuego a viviendas con familias enteras en su interior. 

Aunque sometido al poder real de los militares, el país contaba entonces con un Gobierno surgido de las urnas. Al frente de esa "democracia disciplinada y floreciente" --como la definieron los propios generales-- estaba la Premio Noble de la Paz Aung San Suu Kyiv, que ocupaba el cargo de jefa del Ejecutivo. Tras 15 años en arresto domiciliario, la política birmana se había convertido en la líder civil del país. Mal momento para cohabitar con los militares. Tras la masacre, la ONU acusó a Suu Kyi de "complicidad" por mirar hacia otro lado y no frenar la matanza.

Condiciones "horribles"

Desde entonces, los rohinyás que huyeron de Birmania malviven en el campo de refugiados más grande del mundo, en Bangladés, país que tampoco los reconoce como nacionales. Las condiciones de supervivencia son "horribles", dice la ONU. Apiñados en tiendas de caña de bambú, lona y plástico, sufren enfermedades de todo tipo, consecuencia de la desnutrición y de la falta de higiene. La mitad de la población es menor de 18 años. En la época de los monzones, de junio a octubre, las lluvias torrenciales se llevan por delante todo lo que se interpone en su camino. La respuesta humanitaria es del todo insuficiente. Equivale a menos de 30 céntimos de euros al día por cada refugiado.

Los 33 campos que forman los asentamientos están cercados por alambre de espino y cámaras de vigilancia, lo que les confiere un aspecto de campo de concentración. El interior está bajo el control de pandillas de refugiados que se dedican a la extorsión, al tráfico de personas y de drogas, entre otros delitos.

Los rohinyás que todavía permanecen en territorio birmano "están sometidos a un régimen de apartheid deshumanizador", denuncia Amnistía Internacional. El éxodo continúa. Ahora en barcazas que surcan el mar de Andamán y la Bahía de Bengala, la mayoría a Indonesia. Según datos del ACNUR, el año pasado llegaron por mar a Indonesia 2.300 roginyás, una cifra que supera la suma de los cuatros años anteriores. Un total de 569 murieron o desaparecieron.

Presos políticos

Pero los rohinyás no son las únicas víctimas de los militares birmanos, protegidos del régimen chino. Los generales pusieron punto y final a la "democracia disciplinada" en 2021. Un golpe de Estado volvió a poner las cosas en su sitio, meses después de que el partido de Suu Kyi ganara una vez más unas elecciones. La opositora birmana, de 78 años, vuelve a estar hoy en arresto domiciliario, mientras que en las cárceles del país purgan penas más de 20.000 presos políticos.

Los seguidores de 'La Dama', así se la conoce en Birmania, han conformado un Gobierno en la sombra que tiene su propio grupo armado. Uno de los muchos que operan en el país asiático, que vive sometido a una guerra civil permanente. En medio de este caos, la situación de los roginyás de dentro y fuera de Birmania no deja de empeorar. Nadie cree ya en la posibilidad del retorno a su tierra de una de las etnias menos queridas del planeta.

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