Fuera de órbita

Occidente sí mira ahora a Yemen

Combatientes hutís en Saná, la capital yemení.

Combatientes hutís en Saná, la capital yemení. / REUTERS / NAIF RAHMA

Kim Amor

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Yemen es un país devastado por décadas de guerras que han sembrado el país de muerte y destrucción. Durante todos estos años, desde este rincón acomodado del mundo, se ha visto como uno de esos conflictos regionales lejanos que apenas merecía atención mediática, a pesar de que la ONU ha calificado la tragedia yemení como una de las peores crisis humanitarias del planeta. El apagón informativo se ha roto cuando las potencias occidentales han irrumpido en la escena bélica. Los 'raids' aéreos de EEUU y el Reino Unido contra los rebeldes hutíes han puesto el foco en el país más poblado y pobre del Golfo Pérsico.

Los bombardeos son la respuesta a los ataques que los hutíes llevan meses lanzando contra mercantes supuestamente vinculados a Israel en el mar Rojo como muestra de apoyo a Gaza. 'Dios es grande. Muerte a Estados Unidos. Muerte a Israel. Maldición a los judíos y victoria para el islam' es el lema de este grupo armado que defiende los intereses de la minoría chií del Yemen y que mantiene estrechos lazos con Irán, Hizbola y Hamás.

Desde que el sur de Yemen, pro-soviético, y el norte se unieron para formar el actual Estado del Yemen en 1990, la inestabilidad política ha sido una constante en el país árabe, con guerras civiles intermitentes protagonizadas por el Ejército gubernamental, los milicianos hutíes, que actúan bajo el nombre Ansar Alá (Partidarios de Dios), y las fuerzas separatistas del Consejo de Transición de Sur, nostálgico del Yemen del Sur. Otro actor del conflicto es Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA).  Una larga crisis consecuencia, en gran parte, de las más de tres décadas de dictadura del presidente Alí Abdulá Saleh, uno de los cuatro líderes barridos por la primavera árabe en el 2011.

Chiíes versus suníes

La caída Al Saleh y la posterior derrota militar de su sucesor, Abdrabuh Mansur al Hadi, ante los hutíes fue el punto de partida de la actual guerra. En el 2014, la milicia chií tomó la capital, Saná, y amplias zonas del noroeste, las más pobladas. Para frenar su avance entró en guerra una coalición militar suní liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) en apoyo al Gobierno yemení, reconocido como el poder legítimo por la ONU. La misión: recuperar el territorio perdido, imponer un presidente afín y mermar las alianzas de Irán en la región.

Presa fácil, debieron de pensar Riad y sus aliados, dotados con armamento estadounidense de última generación. Mal cálculo. Los hutíes, cuyo nombre deriva  del fundador de este movimiento político-religioso, el asesinado Huseín Badreddin al Huthi, han demostrado  poseer una gran capacidad militar y de resistencia. Ni los indiscriminados ataques aéreos saudís ni el bloqueo al puerto de Hodeiba y al aeropuerto de Saná  -en manos hutíes y principales vías de acceso de suministros- han logrado doblegarlos. Al contrario, la milicia chií ha atacado en varias ocasiones con drones y misiles crucero refinerías en territorio saudí y objetivos de los emiratos, principales aliados de los separatistas del sur. La coalición acusa a Irán de suministrar armas a los rebeldes, extremo que Teherán niega.

La ONU y organizaciones de derechos humanos han documentado centenares de presuntos crímenes de guerra cometidos por todas las partes. El número de muertos como consecuencia directa e indirecta de la guerra (hambre, enfermedades) baila según las fuentes, pero se estima en más de 380.000. La ACNUR cifra en 4,5 millones los desplazados internos, que forman parte de los más de18 millones las personas que necesitan ayuda humanitaria y protección, de una población de más de 33 millones. El ingente gasto en armamento contrasta con la reducción en los fondos de ayuda internacional. En los últimos cinco años, la OMS, por ejemplo, ha visto disminuido en un 45% su presupuesto para el Yemen, a pesar del brote de cólera que afecta al país desde el 2017.

Apoyo popular

El desgaste y el fracaso militar han forzado a Arabia Saudí a buscar la manera de escapar del avispero yemení. Desde mediados de 2022, tras una breve tregua, se ha reducido la intensidad de los combates, y en diciembre de 2023, aprovechando el restablecimiento relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán, se ha abierto un proceso de negociación auspiciado por la ONU que ha logrado flexibilizar el bloqueo a los hutíes, pero que hoy en día parece descarrilar por la crisis en el mar Rojo.

La intervención militar de Washington y Londres ha dado alas al Gobierno yemení, en manos ahora del denominado Consejo de Liderazgo Presidencial (CLP), con sede en Riad y del que forman parte las fracciones enemigas de los rebeldes.

Los ataques en el mar Rojo son acciones de muy alto riesgo para los hutíes, aunque más que un salto al vacío parece un golpe propagandístico. La población árabe y musulmana, siempre hermanada con la causa palestina, se muestra muy crítica con sus dirigentes por ser incapaces de detener la matanza indiscriminada de civiles en Gaza. Los hutíes, que siempre ha sido un grupo armado subestimado, han ganado ahora apoyo popular dentro y fuera de su país.