Guerra en Oriente Próximo

Trabajadores palestinos atrapados en Israel: "Dejadnos volver a Gaza a morir con nuestros hijos"

Última hora de la guerra entre Israel y Hamás

Evacuados del sur de Israel: "Si no matábamos a los milicianos de Hamás, nos mataban a nosotros"

Manifestación en solidaridad con los gazatíes en las calles de Ramala, este martes.

Manifestación en solidaridad con los gazatíes en las calles de Ramala, este martes. / JAAFAR ASHTIYEH / AFP

Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Llévame a Gaza y mátame allí", implora Nadal, de camino a ese lugar enclaustrado donde dos millones de personas llevan cinco días sometidas al bombardeo continuo. Donde a más de 1.100 les ha sido arrebatada la vida. Donde las casas quedan reducidas a escombros. Donde la tregua es una utopía. "No queremos dinero, no queremos vivir en humillación, ya basta, estamos cansados", clama una voz potente, que no se quiebra. Toda ella tensa la vena del cuello de este gazatí de Khan Younis, desde el patio de un pabellón en la ciudad de Ramala en la Cisjordania ocupada. Allí, desde hace un par de días, han encontrado refugio unos 700 gazatíes que se hallaban trabajando en Israel cuando empezó la guerra. Todos quieren lo mismo: volver a casa, aunque ya no esté.

–Yo no quiero estar aquí. Yo quiero estar en Gaza y si me tengo que morir, moriré con mis hijos–, afirma Amin, padre de siete criaturas, del barrio de Daraj en la ciudad de Gaza.

–¿Qué sentido tiene que yo viva aquí y toda mi familia muera? No, todos morimos juntos; ya hemos terminado con la vida. No queremos nada, sólo morir juntos–, explica Ahmed, de Khan Younis. 

–¿Qué ha hecho Gaza? Es la resistencia [en referencia a Hamás] quién les está matando. ¿Qué culpa tenemos nosotros, los civiles, las familias? Vinimos a Israel. Trabajamos en Israel para alimentar a nuestros hijos, para fortalecerlos contra el miedo, contra el hambre, contra todo. ¿Por qué? ¿Qué culpa tenemos hoy?–, se pregunta Sharif.

Interrogados por las autoridades israelíes

A menos de un centenar de kilómetros aguardan su destino. "Volver a Gaza por cualquier camino posible", defiende Ahmed, hermano de Nadal. Volver a Gaza para morir. Morir porque ya están muertos. "Aún estamos con vida, nuestros cuerpos están aquí, pero ya no tenemos alma", confiesa a este diario. Durante los últimos días, estos hombres han sido testigos de cómo su patria, su "hermosa Gaza", se iba apagando bajo el asedio israelí. Mientras, ellos eran interrogados por las autoridades israelíes, porque, ahora, cualquier persona que se les parece es sospechosa. 

Nadal, Ahmed y Ali son hermanos. Viven pared con pared junto a sus respectivas familias en Khan Younis. O vivían. En los últimos cuatro días, su vida cambió: de ganarse el pan trabajando en la ciudad central israelí de Petah Tikva hasta vagar por el país que masacraba a sus hijos. "Estábamos encerrados dentro de Israel", lamenta Ahmed. "Llegué aquí desnudo, me quitaron el teléfono móvil, me quitaron el dinero", cuenta unas horas después de hallar refugio en Ramala al ser liberado por los israelís. Sin el teléfono, no puede saber cómo está su familia. 

"Vinimos a Israel para vivir con nuestros hijos, para hacerles felices y cambiar sus vidas, llevamos 18 años bajo el asedio", explica su hermano Ali. Ellos son algunos de los miles de gazatíes que recibieron el permiso de Israel para trabajar en su territorio, como mano de obra barata. "Si aquí ya hay 700 personas, ¿dónde están los otros 20.000?", se pregunta Ehab Bessaiso, coordinador voluntario de este refugio improvisado. Entre llamadas aceleradas y peticiones de los recién llegados, aún tiene tiempo para emocionarse ante la respuesta de la ciudadanía palestina. "Estoy muy orgulloso de formar parte de la familia palestina de Ramala", cuenta Shauki, a sus 11 años.

Suficiente

Todos –en su totalidad hombres, las mujeres están en hoteles– quieren hablar. Más allá de su deseo mortal, piden que el mundo les escuche. "Queremos decirle a la Liga Árabe, a la Unión Europea, a las Naciones Unidas y al presidente Abou Mazen [Mahmud Abás de la Autoridad Palestina] que hemos tenido suficiente", insiste Nadal. "Ya basta. ¡Despertad!", grita. "Lo que nos está pasando es un exterminio masivo, está prohibido internacionalmente", recuerda este padre de dos niños de dos años y de cuatro meses. 

El hartazgo incendia sus discursos. "Todas nuestras vidas han sido guerras", constata Walid, tras enumerar los diferentes conflictos en lo que va de siglo con sus respectivos centenares de muertos. Celebra la venganza de Hamás a Israel, a quién describe como "la mayor organización terrorista del mundo". Aunque sería fácil dejarse llevar por el odio, estos hombres sólo buscan empatía. Empatía y acción. "¿Por qué sus hijos son humanos y los nuestros animales?", se pregunta Nadal. Tirados en el suelo sobre colchones de apenas un par de centímetros, esperan para volver a una Gaza que no existe. Una patria que les de sepultura.

Suscríbete para seguir leyendo