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¿Un nuevo armagedón? Lecciones de la crisis de los misiles de Cuba

Hace 60 años, durante 13 días de octubre, Kennedy y Jruschov acercaron el mundo a la catástrofe nuclear

Batería antiaérea en Cuba, en octubre de 1962.

Batería antiaérea en Cuba, en octubre de 1962. / REUTERS/Rafael Perez

Idoya Noain

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Hace 60 años John F. Kennedy y Nikita Jruschov asomaron a la humanidad al abismo nuclear. Tuvieron la sensatez de dar un paso atrás antes de que fuera demasiado tarde. Tuvieron, también, suerte. Y ahora que la guerra de Ucrania va a cumplir ocho meses escalando la tensión, cuando Vladimir Putin agita sables atómicos y Joe Biden habla de lo inevitable que el uso de un arma nuclear táctica haría el armagedón, se reflexiona sobre lo que pudo suceder en 1962, más que de lo que no sucedió.

Nada más terminar la crisis de los misiles, que en Rusia se conoce como la crisis del Caribe y en Cuba como la crisis de Octubre, el poder estadounidense se encargó de empezar a ofrecer la versión que se repetiría durante décadas.: la de un JFK que, desde que el 16 de octubre de 1962 vio algunas de las 928 fotos tomadas dos días antes por un avión espía U-2 en Cuba que eran prueba inequívoca de que la Unión Soviética había colocado en secreto en la isla misiles nucleares de rango medio con capacidad para alcanzar EEUU, respondió a lo largo de 13 días con lo que su asistente y biógrafo, Arthur Schlesinger describió como “una combinación de dureza y contención, voluntad, valor y sentido común”.

Ese mismo poder se ocupó también de mentir, manipular y ocultar información, incluyendo la de que el acuerdo anunciado por Jruschov el 28 de octubre en el que el líder soviético accedía a retirar los misiles a cambio de la promesa estadounidense de no invadir Cuba tenía un componente secreto: un compromiso de Washington para sacar de Turquía los 15 misiles de medio alcance Júpiter que había desplegado el año anterior y que podían alcanzar todo el oeste de la Unión Soviética.

Se ofrecía así una versión de lo sucedido como el triunfo de la estrategia del uso de fuerza de forma controlada para obligar al adversario a replegarse, una interpretación falsa y peligrosa, como comprobaría Lyndon B. Johnson, vicepresidente y sucesor de Kennedy que no tuvo acceso a la verdad y trató de aplicar las supuestas lecciones en Vietnam con resultados desastrosos.

Desde finales de los 80, no obstante, la desclasificación paulatina de documentos, incluyendo las grabaciones que el propio Kennedy realizó en secreto de las reuniones del Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional que designó para la crisis (ExComm); el acceso a archivos en Rusia y Ucrania; los testimonios de protagonistas y numerosas investigaciones de historiadores y estudiosos han ido desarticulando el mito.

Lo que queda es una historia de la que “es importante sacar las lecciones correctas, como dice en una entrevista telefónica Michael Dobbs, autor de 'One Minut to Midinight', uno de los libros que contribuyeron a acabar con la versión oficial. La principal: "que el mayor riesgo no llegó de las intenciones deliberadas de Kennedy y Jruschvov que, juntos entendieron que debían poner fin rápido a una crisis que si no se iría de control, sino de errores, fallos de comunicación, accidentes... pequeñas escaladas que se podínan haber convertido en fatales".

La guerra fría y Cuba

Ni Kennedy ni Jruschov, que en octubre del año anterior habían conseguido solventar las horas de extrema tensión que se vivieron con sus tanques enfrentados en Checkpoint Charlie en el muro de Berlín, querían empezar una guerra nuclear que sabían imposible de ganar, pero la acercaron.

El primero, pese al abrumador dominio nuclear de EEUU y siguiendo su promesa una política exterior de “vigor”, había ordenado la mayor expansión en tiempos de paz del poder militar. Hizo colosales sus fuerzas estratégicas nucleares, como los Júpiter que apuntaban a la URSS desde Turquía e Italia, o los Thor desde el Reino Unido. Y en abril de 1962 realizó la primera prueba del misil balístico intercontinental Minutemen.

Ese test fue un mazazo para Jruschov, que se había presentado como líder de un país que superaba a los estadounidenses en tecnología de misiles, además de como defensor del comunismo mundial. Y necesitado de una victoria, el líder soviético tuvo la idea de enviar misiles a Cuba para proteger a una isla que obsesionaba a Washington. El propio JFK había aprobado el año anterior el intento de invasión de Bahía de Cochinos, que fracasó estrepitosamente, y su hermano, el fiscal general Bobby Kennedy, fue quien supervisó la Operación Mangosta, la mayor misión clandestina en la historia de la CIA, que siguió intentando asesinar o derrocar a Fidel Castro.

 “Además de proteger a Cuba, nuestros misiles habrán igualado lo que a Occidente le gusta llamar “el equilibrio de poder”, explicó Jruschov al anunciar su decisión al consejo de Defensa. “

"Los americanos han rodeado nuestro país con bases militares y nos amenazan con armas nucleares y ahora aprenderán lo que se siente cuando tienes misiles enemigos apuntándote”, dijo Jruschov

Los americanos han rodeado nuestro país con bases militares y nos amenazan con armas nucleares y ahora aprenderán lo que se siente cuando tienes misiles enemigos apuntándote”.

Castro no quería armas ni misiles, sino algo como el Artículo 5 de la OTAN, una declaración pública de que el ataque a uno era el ataque a todos. “Si EEUU entendiera que una invasión de Cuba significaría guerra con la Unión Soviética eso sería la mejor manera de evitar que invadieran Cuba”, dijo. Acabó, no obstante, aceptando la ayuda militar y recibió luz verde la Operación Anádir, bautizada por un río que desemboca en el mar de Bering, un nombre con el que se pretendía hacer creer a los soldados que se dirigían a un sitio frío y no al Caribe.

Castro quería hacer público el acuerdo, pero Jruschev quería mantenerlo secreto y anunciarlo en noviembre en la ONU. Fue un iluso. En agosto se fue descubriendo la llegada la llegada de 8.500 soldados soviéticos, misiles antiaéreos y otro equipamiento militar de corto alcance a Cuba. Y en septiembre Kennedy emitió un comunicado estimando que no había capacidades ofensivas, una valoración que también había hecho la CIA. “Si fuera de otro modo”, advirtió, “seguirían las más graves consecuencias”.

Los 13 días

Todo cambió el 16 de octubre cuando le presentaron a Kennedy las fotos que confirmaban la presencia de los misiles nucleares de medio alcance.Desde la primera reunión del ExComm, cuando aún no se sabía si los misiles estaban operativos, se plantearon y debatieron varias opciones. Bombardeo estratégico. Campaña más amplia. Invasión (algo que defendía Bobby Kennedy, que planteó una operación de bandera falsa en Guantánamo para justificarla). Cuarentena naval con amenaza de más acción militar...

Había conciencia de que el despliegue soviético no cambiaba el llamado “equilibrio nuclear”. Y como recordaría años después el secretario de Defensa, Robert McNamara, Kennedy “dijo que era políticamente inaceptable dejar en paz esos sitios de misiles. No dijo militarmente, dijo políticamente”.

El demócrata mantuvo su agenda pública esos días para no revelar la crisis a los estadounidenses. Veía el cruce atómico como “el fracaso definitivo”. Y resistió las agresivas propuestas de los líderes militares. En la hoja de ruta de Kennedy, en cualquier caso, ya había calado más la recomendación que le dio su embajador ante Naciones Unidas, Adlai Stevenson, un hombre que había sido su rival en primarias y por el que no sentía ninguna simpatía pero al que escuchó cuando le recomendó la diplomacia y “no lanzar un ataque hasta haber explorado las posibilidades de una solución pacífica”.Y JFK optó por imponer la cuarentena (haberlo declarado bloqueo habría constituido un acto de guerra), una decisión que anunció públicamente en un discurso televisado a la nación el día 22. El país supo de la crisis seis días después de que empezara.

Bloqueo

Las siguientes jornadas siguieron gestiones diplomáticas para conseguir que la Organización de Estados Americanos apoyara el bloqueo, discursos en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas... Y el 24 se desplegaron 200 navíos para el bloqueo, al que Jruschov respondió con una carta, en la que habló de un “acto de agresión que empuja a la humanidad al abismo de una guerra mundial de misiles nucleares”. “No está declarando una cuarentena”, escribió el líder soviético, “sino marcando un ultimátum y amenazando con que si no cedemos a sus demandas usará fuerza. ¡Piense lo que está diciendo! ¡Y quiere persuadirme de que acepte! Qué significaría? Significaría guiarse en las relaciones con otros países no por la razón, sino sometiéndose a la arbitrariedad. Ha dejado de apelar a la razón, desea intimidarnos”.

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El presidente JFK con el gnerla Curtis Lemay y otros asesores reunidos en el despacho oval. / Alamy Stock Photo

La tensión seguía en escalada, la respiración contenida. Los rusos se resistieron a los intentos de la Marina de inspeccionar sus barcos. Pero también seguían los contactos, tanto entre Kennedy y Jruschov (que se cruzaron 25 cartas) como a través de canales secretos entre Bobby y el embajador ruso en Washington, Anatoly Dobrynin.

El 26 de octubre el Kremlin puso sobre la mesa una propuesta: sacar los misiles a cambio de que acabara la cuarentena y Washington hiciera la promesa de no invadir. “Señor presidente”, escribió Jruschev aquel día. “Debemos no tirar de los extremos de la cuerda en la que ha atado el nudo de la guerra, porque cuanto más tiremos los dos, más se apretará el nudo. Y un momento puede llegar en que el nudo esté tan fuerte que incluso el que lo ató no tendrá fuerza para desanudarlo, y entonces será necesario cortarlo. Y lo que eso significaría no debo explicárselo, porque entiende perfectamente de qué terribles fuerzas disponen nuestros países”.

Los líderes militares y otros miembros del ExComm seguían insistiendo en la acción militar, pero Kennedy estaba en otro estado mental.

“¿Te das cuenta de que si cometo un error en esta crisis van a morir 200 millones de personas?”, dijo Kennedy, a su secretario de prensa, Pierre Salinger.

“¿Te das cuenta de que si cometo un error en esta crisis van a morir 200 millones de personas?”, le dijo a Pierre Salinger, su secretario de prensa. Y en un rato que pasó en la Casa Blanca aprovechando la ausencia de Jackie Kennedy con Mimi Beardsley Alford, la becaria de 19 años que era una de sus amantes , aseguró: “Prefiero ver a mis hijos rojos que muertos”.

Sábado negro

Tanto Kennedy como Jruschov estaban decididos a no desatar el armagedón. Pero aquel 27 de octubre fue el mayor recordatorio de que el monstruo que habían puesto en marcha no estaba bajo su control. Ese "sábado negro", un U- 2 espía fue derribado sobre Cuba por un misil tierra aire SA-2 disparado sin autorización del Kremlin por un oficial soviético, provocando la muerte del piloto, Rudolf Anderson. Jruschov reaccionó histérico, según contaría luego su hijo Sergei, amenazando con exiliar al oficial a Siberia y afirmando:. “Todo pende de un hilo”.

Ese mismo día también un U-2 entró en el espacio aéreo soviético sobre la península Chukotka, en Siberia, y los dos F-102 de combate armados con misiles de cabeza nuclear que se enviaron desde Alaska para localizarlo no se cruzaron por muy poco con dos MiG-17 soviéticos enviados a interceptar el avión estadounidense.

Y quizá más peligroso aún fue un incidente en el mar de los Sargazos. Aunque hay distintas versiones sobre los detalles, aquel día Valentin Savitsky, el capitán de un submarino ruso rodeado por barcos y aviones de EEUU que mantenían la cuarentena, pensó que estaba bajo ataque de EEUU. Dio órdenes de disparar un torpedo con una cabeza nuclear de 15 kilotones y la misma fuerza destructiva de la bomba que destruyó Hiroshima. La intervención de otro miembro de la tripulación, Vasily Arkhipov, evitó la debacle. 

La resolución

Aunque Kennedy intensificó las amenazas de intervenir hubo más negociaciones aquel día y el siguiente, el domingo 28 a las 5 de la tarde en el Kremlin, mediodía en la Casa Blanca, en un anuncio sorpresa por radio Moscú Jruschov aceptó la promesa de Kennedy de no invadir Cuba como quid pro quo de su retirada (no habló del acuerdo secreto sobre los Júpiter, unos misiles que en cualquier caso Kennedy se había planteado retirar ya en agosto por su obsolescencia). “Esta vez estábamos realmente al borde de la guerra”, diría luego Jruschov explicando por qué usó la radio.

Los mandos militares en EEUU seguían sin creer sus palabras, y abogando por ataques aéreos y una invasión. El general LeMay declaró: “Hemos perdido. Debíamos entrar y tumbarlos”. Pero Kennedy, que llegó a decir “los militares están locos”, había tomado una decisión.

Lo mismo pasó con Jruschov, que fue destituido dos años después de la crisis. Luego recordaría que al preguntar a sus asesores militares si podían asegurarle que resistir no resultaría en la muerte de 500 millones de seres humanos le miraron “como si estuviera loco, o peor, como un traidor. La mayor tragedia según lo veían”, diría Jruschov, “no era que nuestro país pudiera ser devastado y todo perdido, sino que los chinos o los albaneses nos pudieran acusar de debilidad o apaciguamiento. ¿Qué bien me habría hecho en la última hora de mi vida saber que aunque nuestra gran nación y EEUU estaban en absolutas ruinas el honor nacional de la URSS estaba intacto?"

El pacto de los dos líderes tampoco fue bien recibido por Fidel Castro, que se hirió rompiendo un espejo con un puño. Llegaron luego momentos de relaciones tensas entre Cuba y Rusia y gritos de fidelistas en las calles de la isla, que cantaban “ “Nikita, Mariquita, lo que se da no se quita”.

En 1963, cinco meses antes de ser asesinado, Kennedy ofreció un discurso en la American University, donde planteó que toda la guerra fría debía replantearse . “Sobre todo, mientras se defienden los intereses propios vitales, los poderes nucleares deben evitar esas confrontaciones que llevan al adversario a elegir entre una retirada humillante o una guerra nuclear”. “El enlace común más básico que tenemos es que todos habitamos este pequeño planeta, todos respiramos el mismo aire, todos celebramos el futuro de nuestros niños”, dijo. “Y todos somos mortales”.

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