Entrevista

Vicente Romero: "El orden mundial es un sistema criminal"

Enviado especial en decenas de conflictos y desastres humanitarios durante su dilatada carrera profesional, este periodista recoge en su nuevo libro, 'Cafés con el diablo. Descenso a los abismos del mal', algunas de las conversaciones que ha mantenido con despiadados torturadores y genocidas

El periodista Vicente Romero, durante la entrevista con EL PERIÓDICO.

El periodista Vicente Romero, durante la entrevista con EL PERIÓDICO. / ZOWY VOETEN

Laura Puig

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Vicente Romero (Madrid, 1947) es uno de los decanos del periodismo español y testigo directo de los horrores que se han sucedido en el mundo en el último tercio del siglo XX y principios del XXI. Con 21 años, y a pesar de su afiliación al Partido Comunista, recaló en el diario 'Pueblo', propiedad de los sindicatos verticales del franquismo. Su director, Emilio Romero, enseguida le echó el ojo y le 'reclutó' para cubrir la guerra de Vietnam. Desde entonces, para 'Pueblo' y después para TVE -especialmente en los programas 'Informe Semanal' y 'En portada'-, ha sido enviado especial en decenas de conflictos: desde la guerra civil de Camboya a los golpes de Estado de Chile y Argentina, el genocidio de Ruanda o la más reciente guerra contra el terror de EEUU. Jubilado a su pesar, acaba de sacar un nuevo libro, 'Cafés con el diablo. Descenso a los abismos del mal' (Akal), en el que recoge algunas de las conversaciones que ha mantenido con crueles torturadores y genocidas durante su dilatada carrera.

¿Cuál ha sido el peor diablo con el que ha tomado café, su entrevista más difícil?

No sabría decir porque cada uno tiene una característica diferente. Difíciles, los que se empeñan en negar todo. Con los que están convencidos de que tienen razón, la dificultad consiste en poder controlarte para no agarrarlos por la solapa. El teniente coronel Ariel Valdiviezo me decía hace año y medio en Argentina que matar a todos los desaparecidos había sido un error. Que lo que habría que haber hecho era fusilar a "unas 40.000 personas". O los que directamente te dan pena y, aunque sabes que estás ante un criminal atroz, sientes cierta piedad por él. Como Prak Khan, el camboyano que me confesó que se esmeraba en la tortura porque tenía miedo, porque los interrogadores que no torturaban suficientemente eran sospechosos de empatía con el detenido y contrarrevolucionarios. Aunque lo más difícil para mí ha sido entender cómo el ser humano puede llegar a esos límites de crueldad, de barbarie, de inhumanidad.

Una de las cosas que más sorprende de esta galería de personajes siniestros es que llevan vidas normales.

Sí, te cuentan que por la mañana llevan a sus hijos pequeños al colegio, que es un colegio católico porque quieren que sus hijos tengan una formación moral seria. Ana Rita Vagliatti, que renunció al apellido paterno y denunció a su padre, el torturador y comisario de policía Valentín Milton Pretti, me explicó que había veces que este les apremiaba a su madre y a ella diciéndoles: "Daros prisa porque llevo un cadáver en el maletero del coche y tengo que entregarlo". Ella misma se preguntaba cómo su padre era capaz de ir a casa después de torturar, de asesinar a alguien y cogerla en brazos y acariciarla. "Me parece -decía ella- algo increíble y algo repugnante".

El papel de los medios de comunicación es fundamental para documentar las atrocidades, pero cada vez es más difícil ejercer este papel. Por las barreras de los tiranos y también por la actual crisis de la prensa.

A los enviados especiales siempre nos han puesto dificultades en los sitios donde hay algo que ocultar, pero nuestro oficio consiste en saber burlarlas. Lo que pasa es que los periódicos han renunciado a una serie de cosas que eran las señas de identidad del periodismo. Estamos peor informados que nunca. Nuestros medios de comunicación han bajado de nivel y son peores que nunca. Pero no sé si es culpa de los medios o de los lectores también. Porque la verdad es que los lectores compran menos periódicos y se interesan cada vez menos por programas de radio o televisión donde les cuentes la realidad de lo que está pasando. Pones la televisión y ves que los programas de mayor éxito son verdadera mierda como Sálvame o mierda mejor envuelta, como MasterChef. Pero no sé si es antes el huevo o la gallina, el deterioro de la prensa o el deterioro de los lectores, de la opinión pública.

¿Es algo generalizado o solo pasa en España?

Yo creo que está pasando en todo el mundo, por culpa de la irrupción de internet y del cambio de costumbres que eso implica. Entre otras cosas, la gente cree que con las redes sociales está más informada que nunca y es todo lo contrario. Pero aquí en España es particularmente curioso. Hace unos años, en España la gente luchaba por el 0,7% del presupuesto para ayuda humanitaria. Pero aquello desapareció, a la gente ahora le importa un carajo. Los gobiernos, tanto del PSOE como del PP, se cargaron la ayuda al desarrollo. La cooperación española está bajo mínimos, sirve solo para que la reina se ponga un chaleco rojo. Eso es culpa de esta ciudadanía cada vez más pasiva, cada vez menos dispuesta a movilizarse políticamente y a luchar por las cosas.

El periodista Vicente Romero posa para EL PERIÓDICO esta semana, en Barcelona.

El periodista Vicente Romero posa para EL PERIÓDICO esta semana, en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Una de las constantes en todas las historias de su libro, bien como una sombra bien como protagonista, es Estados Unidos y su papel en la profesionalización de la tortura.

Sí. El Gobierno de Bush encargó un estudio a los psicólogos James Mitchell y John Bruce Jessen, por el modesto sueldo de 1.800 dólares diarios, para perfeccionar los métodos de interrogatorio, un eufemismo para referirse a tortura. E hicieron un estudio profundísimo. Esos dos criminales a los que todo el mundo llama doctores se han ido de rositas, nadie les ha pedido la más mínima explicación, y son los que desarrollaron el método de tortura que se aplicó en las cárceles secretas de Afganistán y de Irak o en Guantánamo. Pero la tortura ya se enseñaba y se sigue enseñando en la Escuela de las Américas por parte de militares norteamericanos a todos los centuriones latinoamericanos que son formados allí.

Llama la atención que EEUU, que se autoerige como defensor de la libertad y la democracia en el mundo, haya jugado este papel tan siniestro.

Sí, realmente es una de las cosas que más chocan. El redactor de la Constitución estadounidense Gouverneur Morris hablaba en el primer borrador, que luego fue aprobado por todo el sanedrín de personajes políticos, del derecho a la felicidad. En su concepto resumía todos los derechos: no se puede ser feliz sin educación, sin vivienda, sin un salario digno, sin libertad, sin todas las cosas que están en los derechos humanos. Él decía que un pueblo tiene la obligación de rebelarse contra un gobierno, aunque haya sido elegido democráticamente, si no es capaz de garantizar a los ciudadanos el derecho a la felicidad. Es uno de los conceptos políticos más bellos que conozco. Y EEUU ha traicionado ese concepto. La tumba de Gouverneur Morris la encontré en el Bronx neoyorquino, en la iglesia de Santa Ana. La placa grabada en piedra caliza ya no se puede leer; el tiempo, las heladas, han destruido las letras y la última vez que estuve habían colocado sobre ella los cubos de la basura y la caseta del perro del guarda. EEUU se ha olvidado de sus propias esencias, que fueron maravillosas, y se ha convertido en el instrumento de esa dictadura encubierta que es el capital multinacional. Según el Banco Mundial, que no es sospechoso de revolucionario, hay 500 sociedades que controlan el 60% de la riqueza de todo el mundo.

Es necesario explicar la historia para que no se repitan los errores. Pero siguen repitiéndose.

Claro, la historia se tiene que repetir porque, como decía Karl Marx, no es más que las luchas que tienen que existir entre opresores y oprimidos, entre los dueños del dinero y los que ni siquiera son dueños de su trabajo. Está condenada a repetirse mientras se perpetúe la injusticia, la desigualdad en el reparto y esa lógica necesidad que tiene el hombre de rebelarse frente a eso que le impide darle de comer a sus hijos.

Un ejemplo claro de esa repetición es Nicaragua.

Sí. En el libro hablo de la prisión de Tipi Tapa, fue la última prisión que hizo el somocismo y donde estaban presos todos los sandinistas en unas condiciones terribles. Cuando los sandinistas tomaron el poder, en la prisión de Tipi Tapa los guardianes entregaron las llaves a los presos y estos pasaron a ser guardianes. Pero se inició un periodo de libertad y respeto. La prisión de Tipi Tapa vuelve a ser famosa hoy por la cantidad de presos políticos que hay dentro y las terribles condiciones que padecen. Ese edificio ejemplifica el cambio que hubo del somocismo al sandinismo, y luego a este sandinismo somocista o somocismo sandinista que representa ahora Daniel Ortega.

¿Qué le ha pasado a Ortega para convertirse en algo que combatió?

No lo sé, el poder parece que les vuelve locos. Hay un chiste precioso de Quino que he mandado a varios políticos, el último de ellos Monedero, en el que se ve a un señor con un periódico en la mano viendo las noticias en televisión y meditando. En el pie dice: "Lo que más me asusta es cómo nos estamos empezando a parecer a todo aquello que odiábamos".

En su libro sostiene que el actual orden mundial representa un "sistema criminal".

Sí, es un orden criminal porque se basa en la desigualdad. Entre todas las tesis económicas que ha habido a lo largo de la historia hay una que es indiscutible: la teoría de la tarta. Para que un pedazo de la tarta sea más grande, los demás pedazos tienen que ser más pequeños. Y los que controlan el cuchillo con el que se corta la tarta son los que tienen un tamaño cada vez más grande.

¿Quiénes son los peores diablos?

Yo creo que los peores son los que se sientan en los consejos de administración de esos 500 grupos económicos, que son los que deciden que se mantenga el derecho de patente de los medicamentos y se les niegue a los países que no pueden pagar sin que importe la cantidad de gente que muera. Esa gente, a los que llamamos señor presidente, señor director, y que todo el mundo trata con tanto respeto, que viajan con el rey en el avión, son los peores diablos, las mayores encarnaciones del mal. Los demás son lacayos, que son con los que yo me he tomado cafés.