Conflicto árabe-israelí

La condena de nacer en Gaza

Los bombardeos israelís sobre la Franja empeoran la infancia de miles de menores que viven en condiciones insalubres y sin perspectivas de futuro

"A los niños en Gaza se les ha quitado el derecho de ser niños", denuncia Steve Sosebee, director del Fondo de Ayuda para Niños Palestinos

Un hombre porta el cuerpo de un niño herido tras uno de los bombardeos sobre Gaza.

Un hombre porta el cuerpo de un niño herido tras uno de los bombardeos sobre Gaza. / Reuters

Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Entre las ruinas, aún podía escucharse el llanto de un bebé. Bajo el cuerpo sin vida de su madre, vivía Omar. Apoyado en el pecho que le daba alimento, el pequeño de cinco meses se convertía en el milagro. Ahí debajo de quién le trajo al mundo Omar había sobrevivido al bombardeo desde los cielos. Pero le rodeaban diez cadáveres de los que eran su tía, sus primos y sus hermanos. Yacen entre los restos de la cena del Eid, por el fin del Ramadán, y juegos de mesa con partidas a medias. Durante los 11 días que duraron los bombardeos israelís sobre la Franja de Gaza, murieron 257 palestinos, entre los cuales había 67 niños, cuatro de ellos hermanos de Omar al Hadidi.

“A los niños en Gaza se les ha quitado el derecho de ser niños”, denuncia Steve Sosebee, director del Fondo de Ayuda para Niños Palestinos (PCRF, por sus siglas en inglés). Con apenas cinco meses en este mundo, Omar ha conocido la guerra, la muerte y la soledad. Pero antes de su llegada, la Franja tampoco era un lugar para la vida. Antes de la última escalada de violencia, uno de cada tres niños del enclave necesitaba asistencia psicológica por traumas relacionados con el conflicto.

Según UNICEF, ahora son 500.000 los menores, casi la mitad, que podrían necesitar este apoyo. “El bloqueo desde hace 15 años y el desempleo son retos a los que se enfrentan las familias en Gaza y les dificulta la posibilidad de crear una vida agradable para sus hijos”, explica el doctor Iyad Zaqout, jefe de la unidad gazatí de apoyo psicosocial en la salud mental y la educación en UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos.

Sin agua ni electricidad

La escasez de electricidad produce el deterioro de la capacidad de producción de agua, provocando unas insalubres condiciones de vida para los gazatís. Más del 50% de la red de abastecimiento hídrico está dañada y unas 800.000 personas carecen de acceso al agua corriente. “Toda una generación está creciendo sin una conexión psicológica y física con el mundo exterior, se siente desconectada de la comunidad global y también de sus compatriotas palestinos”, apunta Sosebee. 

Para los menores nacidos antes del 2008, este es el cuarto conflicto que sufren y no superan. “No hay ningún lugar seguro para los niños en Gaza, ningún sitio donde no infectarse de coronavirus o por el agua contaminada”, añade Zaqout. En el enclave, la mitad de los dos millones de sus habitantes tienen menos de 18 años. Ante la terrible situación económica, muchos de ellos trabajan y no acceden a ninguna educación. 

La pandemia del coronavirus ha interrumpido las clases para el resto sin apenas posibilidad de hacerlas en digital. A causa de la última ofensiva, el Centro de Trauma de Palestina (PTC - UK, por sus siglas en inglés) ha observado cómo muchos niños han experimentado pesadillas, malestares físicos, falta de concentración, desorientación y hasta han empezado a mojar la cama por las noches. Pero, ¿ Cómo superar el trauma cuando la causa que lo produce no desaparece? 

“Hay varias capas de trauma que afectan a los niños en Gaza: la pobreza y el estrés que experimentan en sus hogares, el trauma intergeneracional por décadas de expulsión y desposesión a sus familias y, por último, la serie de bombardeos –2008, 2012, 2014 y 2021–, que han acabado de traumatizarles”, analiza David Harrold del PTC - UK. Además, las continuas ofensivas y el asfixiante bloqueo han castigado a los especialistas en salud mental. “Los recursos son muy pocos y la necesidad es enorme”, agrega Sosebee.

Infancias en el infierno

“Si hay un infierno en la tierra, son las vidas de los niños en Gaza”, remarcó Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, durante la ofensiva. En apenas 11 días, 67 infancias fueron arrancadas de cuajo. Y el resto fueron dañadas, de nuevo. Israel y Egipto llevan tres lustros ejerciendo un bloqueo sobre la Franja de Gaza, convirtiéndola en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo. El coronavirus solo vino a hacerla más inhabitable con más de 110.000 infectados y 1.000 muertos. En el enclave ni se habla de vacunas. 

“No os sorprendáis si estos niños y las generaciones futuras reclaman venganza; ¿a dónde huirás cuando estos niños crezcan?”

— doctor Mohamed Altawil, fundador del Centro de Trauma de Palestina

Además, la última ofensiva no solo ha interrumpido las vidas de estos niños, sino que ha condicionado su futuro. Unas 44 escuelas y 15 centros de salud fueron dañados por la violencia israelí. Aquellos colegios que no han sido destrozados ahora sirven de refugio para los miles de desplazados internos que han perdido su hogar. “Cuando los niños sienten su vida en riesgo, son incapaces de proyectarse hacia el futuro, alcanzar las metas con las que cualquier niño sueña en otro lugar del mundo y convertirse en adultos”, explica Zaqout. 

Resiliencia forzada

Todos los gazatís conocen a alguien que ha muerto por bombardeos israelís. A su vez, algunos niños han perdido a sus progenitores. Otros se ven forzados a crecer de golpe ante la incapacidad de sus padres para asumir tanta desolación. “Los padres sienten que no tienen el poder de proteger a sus propios hijos”, relata Harrold, “muchas niñas adoptan el papel de pequeñas madres a muy pronta edad”. Ya no es solo el duelo que acarrean por gente y lugares, sino la responsabilidad añadida sobre sus hombros antes de tiempo.

“Por suerte los niños son más resilientes de lo que creemos pero es muy duro que no confíen en que algún día se convertirán en adultos”, apunta Zaqout. Pero el trauma, el futuro magullado impregna a cada persona de la Franja. El doctor Mohamed Altawil creó el Centro de Trauma de Palestina en el 2010 para educar a los gazatís a ser su propio terapeuta. Tres ofensivas después, Altawil ya no vive en Gaza. “Ahora cuando hablo con la gente de allí, me confiesan que esta escalada ha sido distinta, que Israel no puede quebrarlos”, reconoce desde el Reino Unido.

Esta resiliencia obligada es el único mecanismo de supervivencia con el que cuentan los gazatís. El eco de sus llantos se escapa entre los restos de su hogar, los añicos de una vida. Sin un futuro asegurado, sin la posibilidad de soñar, solo les queda gritar más fuerte. “Cuando el día de mañana estos niños hagan ruido, el mundo les dirá: no, ni siquiera deberíais responder, tenéis que morir en silencio”, lamenta Altawil. “No os sorprendáis si estos niños y las generaciones futuras reclaman venganza; ¿a dónde huirás cuando estos niños crezcan?”.

Suscríbete para seguir leyendo