ANIVERSARIO EN EL MUNDO ÁRABE

La falta de progreso económico amenaza la revolución democrática en Túnez

Pese a consolidar un régimen de libertades, la caída del régimen de Ben Alí no ha conseguido traer al país la prosperidad prometida

Varias mujeres ondean banderas nacionales durante la celebración del quinto aniversario de la caída de la dictadura de Ben Ali en Túnez.

Varias mujeres ondean banderas nacionales durante la celebración del quinto aniversario de la caída de la dictadura de Ben Ali en Túnez. / Mohamed Messara / EFE

Marc Marginedas

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Aquello era una explosión de indignación nunca vista en ese pequeño país norteafricano, con reputación de estable pero a la vez sometido desde hacía décadas a una asfixiante presión policial. En esos soleados pero fríos días de enero de 2011, el Estado había dejado de existir en Sbeitla, Thala, Kesserine y otras empobrecidas poblaciones del centro de Túnez próximas a la frontera con Argelia. En su lugar, comités ciudadanos habían asumido el poder en esa región históricamente olvidada por las autoridades, después de que miles de manifestantes indignados hubieran tomado, saqueado y hasta incendiado las principales sedes del Gobierno central y municipal. Los escasos antidisturbios que aún permanecían desplegados, impotentes para devolver el orden a las calles, disparaban ya con munición real tras haber agotado las existencias de gas lacrimógeno.

Semanas antes, Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante de frutas, se había quemado a lo bonzo en Sidi Bouzid, otra localidad de la región, una hora después de que Faida Hamdi, una mujer policía, le hubiera requisado su carro y su cargamento, aludiendo que carecía de los permisos necesarios para semejante actividad. Había perdido su único método de sustento, que le proporcionaba unos reducidos ingresos, equivalentes por aquel entonces a 110 euros al mes. Con ellos ayudaba a salir adelante y a estudiar a los miembros su numerosa familia, compuesta por seis hermanos y hermanas. "¿Cómo esperáis que me gane la vida ahora?", cuentan los testigos que fueron sus últimas palabras antes de prenderse fuego.

Años de humillaciones, falta de oportunidades, nepotismo, arbitrariedades policiales, elecciones amañadas y cleptocracia procaz se confabularon en aquellos días de finales del 2010 y principios del 2011, convirtiéndose en el detonante de una revolución que no tardó en extenderse por todo el país, con huelgas y protestas callejeras en el mismo centro de la capital. Entrando en pánico y sintiendo ya el aliento de los manifestantes, el presidente tunecino Zine el Abidine Ben Alí aparecía día sí y día también en las pantallas de televisión, ofreciendo reformas e incluso prometiendo abandonar el poder tras un periodo de tiempo, propuestas todas ellas que no lograban acallar el clamor popular. Finalmente, el 14 de enero, a hurtadillas y tras comprobar que el Ejército no estaba dispuesto a provocar un baño de sangre en su defensa, el 'raís' tunecino y su odiada segunda esposa, Leila Trabelsi, abandonaban Túnez para siempre con destino a Arabia Saudí, a donde llegaron horas después tras haber sido rechazados por Francia.

Exitoso proceso de transición

La marcha de Ben Alí permitió iniciar un exitoso proceso de transición hacia la democracia que arrancó con la celebración, en octubre de aquel año, de comicios para elegir a una Asamblea Constituyente que debía redactar una nueva Carta Magna. Desde entonces, Túnez ha celebrado hasta cuatro elecciones parlamentarias y presidenciales, consolidándose en este periodo la libertad de expresión, arraigando en el país una combativa prensa libre y adoptando su Parlamento empoderadoras leyes de derechos de las mujeres impensables en otros rincones del mundo árabe. En el 2015, en reconocimiento a los logros de la sociedad civil local, el denominado Cuarteto Nacional para el Diálogo, que agrupa a sindicatos, organizaciones empresariales y oenegés de derechos humanos tunecinos, recibió el Premio Nobel de la Paz. Y todo ello, mientras en los restantes países de su entorno en donde también había prendido la llama de la Primavera Árabe fracasaban sus respectivas transiciones políticas, ya fuese por la presión de los militares y la contrarrevolución, como en Egipto, ya fuese por el estallido de guerras con la implicación de actores internacionales, como Libia o Siria.

Transcurrida una década de esos acontecimientos, más luces que sombras planean sobre Túnez. La endeble democracia ha resistido bien los embates de los miembros del antiguo régimen -policías y agentes de la seguridad, principalmente- que sembraron el terror en las calles en los días posteriores a la marcha de Ben Alí. Al igual que sucedió en España en los años 70 y 80 con ETA, atentados terroristas, en este caso protagonizados por extremistas islámicos contra instalaciones turísticas o contra dirigentes izquierdistas, han intentado hacer descarrilar el proceso de forma recurrente, aunque sin éxito. Eso sí, un peligro se cierne en el horizonte: unos 5.500 tunecinos engrosaron las filas de Estado Islámico durante los años de su implantación en Siria, y muchos temen ahora su regreso.

El principal desafío que afronta la democracia tunecina se halla en el ámbito económico. En la última década, el PIB ha crecido a tasas que no superaban el 2,5%, una cifra devorada por la elevada inflación e insuficiente para satisfacer las aspiraciones de una población joven. Son datos muy inferiores a los años de bonanza durante el antiguo régimen, circunstancia que azuza la "nostalgia" por un Gobierno "fuerte y centralizado", advertía en un informe de 2017 el International Crisis Group .

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