Con fines comerciales

Japón retoma la caza de ballenas después de 30 años

La flota capturará 227 ballenas con fines comerciales

Buque ballenero japonés.

Buque ballenero japonés. / periodico

Adrián Foncillas / Pekín

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Con las sirenas tronando pero los arpones bajo toldos grises. La partida al alba de cinco barcos balleneros del puerto septentrional de Kushiro resume el cuadro: el júbilo por la recuperación de una tradición centenaria y la discreción que recomienda el coro condenatorio global.

Japón ha retomado hoy la caza comercial de ballenas después de más de tres décadas. Hasta final de año capturará 227 cetáceos en su zona económica exclusiva, aclaró esta mañana la Agencia Pesquera Nacional. La cifra se había aplazado para no estimular las protestas durante el G20 que este fin de semana se celebró en Osaka.

El asunto ha generado las previsibles reacciones opuestas. “Mi corazón está embriagado de felicidad, me siento profundamente emocionado. Esta es una pequeña industria pero estoy orgulloso de cazar ballenas. La gente ha cazado ballenas en mi ciudad durante más de 400 años”, ha afirmado esta mañana Yoshifumi Kai, presidente de una organización del sector. Nicola Beynon, activista de Humane Society International, ha respondido que hoy “es un día triste para la protección global de las ballenas” y acusado a Japón de entrar en “una nueva y desgraciada era de piratería ballenera”.

Promete Tokyo que pescará especies no amenazadas. Su cuota incluye 52 ballenas de la clase Minke, 150 de rorcual Bryde y 25 de rorcual común. Y según sus cálculos, existen 20.513 ejemplares de la primera y casi 35.000 de la segunda y la tercera. No son nuevas las discrepancias sobre la sostenibilidad de la caza de ballenas entre Tokyo y el resto del mundo.

Retirada en diciembre

La decisión se sabía desde que Japón se retiró en diciembre de la Comisión Ballenera Internacional (IWC, por sus siglas inglesas). Durante dos décadas intentó convencer al resto para levantar la moratoria de caza comercial impuesta en 1982 y tampoco funcionaron sus desesperadas amenazas de abandonar la organización. Bajo la normativa de la IWF, Japón sólo podía capturar ejemplares pequeños cerca de sus costas, pero explotó una laguna legal para cazar ballenas en las aguas protegidas del Antártico con “fines de investigación científica”. Los activistas han subrayado que el acreditadísimo envío de la carne a las lonjas sugiere unos valores científicos muy dudosos.  

El regreso de la caza comercial genera una comprensible desazón pero un examen más desapasionado permite entrever un par de ventajas. La primera es el final de la hipocresía enquistada. Lo ha explicado Beynon: “La palabra investigación ha desaparecido de los barcos y se ha acabado la farsa japonesa de arponear ballenas bajo el disfraz de la ciencia, pero esas magníficas criaturas seguirán siendo masacradas sin ninguna razón legítima”, ha dicho en un comunicado.

La segunda es que la caza comercial en sus aguas nacionales termina con la científica en alta mar. Y la cuota de 227 cetáceos aprobada este año supone una mejora respecto a los 330 que cazó recientemente en la Antártida. Para Patrick Ramage, director del International Fund for Animal Welfare, la medida permite a Tokyo mostrar a su electorado una presunta victoria frente a las presiones globales pero, paradójicamente, podría acabar con la caza de las ballenas en Japón a largo plazo. “Es una buena decisión para las ballenas, para Japón y para la conservación marina internacional”, ha aclarado.

Símbolo nacionalista

La clave está en la tendencia. La industria ballenera japonesa se ha beneficiado de los subsidios y el apoyo de los políticos nacionalistas porque integra la cultura japonesa. El presidente, Shinzo Abe, la ha defendido con entusiasmo. Pero su horizonte es sombrío, menos por la presión internacional que por la caída de la demanda. Su carne se popularizó en la dura postguerra, cuando era una de las escasas fuentes proteínicas, pero la prosperidad económica la ha arrinconado. Las 223.000 de toneladas de 1962 se redujeron a 6.000 toneladas en 1986. Los 30 gramos, el peso de media manzana, que los japoneses comen de media anual equivalen 0,1 % de la carne total. La industria es tan beligerante como escasa, de apenas 300 personas. Son lejanos ya los tiempos en los que capturaban 1.200 ejemplares anuales.

Japón sigue la tendencia global de Islandia y Noruega. La primera cazó 17 ballenas y la segunda 432 el pasado año, muy por debajo de sus cuotas de 378 y 1,278 ballenas respectivamente. En el caso japonés es el signo de los tiempos, y no el oprobio, el artífice del recorte.

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