CRISIS EN EL PAÍS CARIBEÑO
En los barrios chavistas de Caracas: más consignas que pan
En medio de la escasez y la abundancia de consignas oficiales, hombres y mujeres se sienten en el limbo a la espera de una solución milagrosa
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
En los bastiones del chavismo histórico nadie se alimenta de consignas aunque abunden más que los panes y los peces. La comida manda, y el domingo, cuando el sol despunta, los mercados populares, las esquinas del menudeo y los recovecos donde imperan los buhoneros, conocidos como “bachaqueros”, se abarrotan de gente que paga como puede. El dinero escasea.
Después de que el Gobierno quitó cinco ceros a los billetes, el papel moneda se convirtió en algo fantasmal, inasible porque se lo ha devorado la inflación. Tanto falta que, en una esquina de Petare, barrio bolivariano si los hay, un hombre vende papas, cebollas y tomates “al punto”, lo que en el lenguaje callejero quiere decir que se le puede pagar con tarjeta de débito. La transacción electrónica se efectúa entre cajas de madera destartaladas. En la plaza Miranda se puede comprar pescado “bocachico”. Tiene más espinas que carne, pero es mejor que nada. Al lado de ese puesto, Rodolfo oferta melones y huevos. “Los precios cambian a cada hora. Hace un rato pedía 500 bolos (bolívares) pero ya subieron”.
Supervivencia día a día
Joan vende cigarrillos por unidad. Es maestro pizzero pero no le alcanza con su salario. Tiene tres hijos y debe salir a trabajar los fines de semana. Si vende cuatro cajas en total puede retornar a su casa con comida. “Esto está muy arrecho (difícil), pero todavía no hubo mucho pam pam”, dice y, además de las onomatopeyas de los balazos, mueve las manos como si disparara, al estilo del presidente brasileño Jair Bolsonaro. “Por ahora”, añade. Petare, da a entender, ya no es una zona de adhesión automática al Gobierno.
En el barrio abundan rostros de Hugo Chávez y de su albacea. Las consignas oficiales también están por todas partes. El Estado le habla a la gente a través de las paredes. “Juntos por la equidad”, se lee en un gran cartel en el que Nicolás Maduro parece compartir algo con un joven, y ese algo es la suerte. “Juntos por la prosperidad”, reza otro, y algunos habitantes de Petare se lo toman como un chiste de mal gusto.
Los orígenes del chavismo
A unos 25 kilómetros de ciudad de Caracas se encuentra Guaremas. “Territorio chavista donde nació la revolución”. Al entrar, se encuentra el barrio 27 de febrero. Antes se llamaba Menca de Leoni, por la esposa del presidente Raúl Leoni. En esas manzanas de edificios de clase media baja estalló en febrero de 1989 “el Caracazo” después de que el Gobierno de Carlos Andrés Pérez aumentara el precio del transporte. Unas 3.000 personas murieron. Casi todas pobres. Nada fue igual desde aquella conmoción, al punto que abrió el camino para el surgimiento de Chávez. Por eso en sus esquinas se rinde homenaje a los mártires.
Sobre un mural en el que se representa al “comandante” con cuerpo de niño, y que tiene como leyenda “los pueblos son los combustibles de la historia”, alguien estrelló una bomba de pintura. Milagros pasa por ahí. “Son horas tensas, cruciales. Estamos en un limbo”, dice. Ella es maestra, coordinadora de bachillerato. La situación de los docentes, se lamenta, “está por el piso”. A veces no llegan a tiempo a las escuelas por problemas de transporte y tienen que dictar clases a niños de bajos recursos que no han desayunado. “No les da para más que una comida al día”. Milagros está casada. “Somos dos, y no nos alcanza”. El Gobierno dice que es consecuencia de la “guerra económica” lanzada desde Washington, pide paciencia y comprensión.
La fe como refugio
Gladys tiene casi 80 años y se ha refugiado en la fe. Dice que ahora se comunica con el Espíritu Santo. Es tan fluido ese diálogo que decidió convertirse en intermediaria entre el más allá y la gente del 27 de febrero, siempre que se lo pidan. “No va a pasar nada”, asegura. “Vamos a ser librados. Se lo garantizo. Hago todas las oraciones que sean necesarias. El cambio se hará sin odios aunque el demonio esté regado por todas partes”.
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