ALEXIS TSIPRAS

El terror de los mercados

El líder de la rebelión griega contra la austeridad que somete a su país hace temblar a Bruselas y Berlín. El cabecilla de Syriza asoma como un instrumento de agitación aplicable a otras realidades tan distintas y, al tiempo, tan parecidas. España, por eje

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ALBERT GARRIDO

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El primer ministro griego, Andonis Samarás, ha helado el espinazo al establishment europeo al no lograr la elección de Stavros Dimas para ocupar la presidencia y llevar al país a una elecciones legislativas anticipadas el 25 de enero que, si los sondeos aciertan, deben dar el triunfo a Alexis Tsipras (Atenas, 28 de julio de 1974), líder inquietante de Syriza o gran esperanza roja, según sea la trinchera desde la que es contemplado. «Las puertas del cielo y del infierno son adyacentes e idénticas», escribió el gran Nikos Kazantzakis. Así están las cosas: el final de la «austeridad destructiva», anunciado por Tsipras si gana, corta la respiración en Berlín y en Bruselas, pone en guardia a los estados mayores del bipartidismo PP-PSOE, alarma a los bancos británicos -8.000 millones de deuda griega en los cajones- y pone en un grito a las finanzas globales. Tsipras dice «acabemos con los relatos de terror» -la ruina de Grecia a causa de su programa de redención- y el FMI, el BCE y otras siglas le responden «el terror eres tú».

El gran misterio es cómo puede Syriza descomponer la figura de Europa en tan grande medida que la prima de riesgo griega se desboca por enésima vez, las bolsas se suben a una montaña rusa y todo parece pender de un hilo. ¿Será el temor a una contaminación generalizada en la Europa extenuada por la austeridad? ¿Será que, en efecto, con la contabilidad europea en la mano, no hay forma de encajar el programa de Tsipras en los designios de los tecnócratas a quienes se ha confiado la crisis? Eso último parece improbable pues la modesta economía griega se ha dejado por el camino el 26% del PIB del 2008 y apenas tiene capacidad de resistencia -25% de paro, 50% de los jóvenes sin trabajo, un tercio de la población por debajo del umbral de la pobreza-; en cambio, la impregnación del discurso de Tsipras asoma como un instrumento de agitación política aplicable a otras realidades tan diferentes a la griega y, al mismo tiempo, tan parecidas (España sin ir más lejos).

Entiéndase bien: no es que Syriza y Alexis Tsipras hayan descubierto repentinamente el Mediterráneo, es que han adecuado el discurso clásico de la izquierda de raigambre comunista, con tradición en Grecia, al fenómeno de miseria transversal desencadenado por la crisis. Con más contundencia si se quiere y menos elasticidad de la que Podemos ha exhibido en España, pero con efectos movilizadores igualmente espectaculares mediante un recurso intensivo a las caras jóvenes, al descrédito de los partidos clásicos -la casta etiquetada por Pablo Iglesias- y al convencimiento de que, por primera vez, pesa más el miedo al futuro sometido a la troika que el voto del miedo.

Una coalición multicolor

Hay, por lo demás, la seguridad casi completa de que, de ganar, Tsipras deberá armar una coalición multicolor con diferentes izquierdas, no todas entusiasmadas con la idea, algunas promovidas por Syriza, otras que discrepan del programa de la coalición, y en este juego no todo está perdido para Nueva Democracia, la derecha que hoy gobierna con el Pasok, el viejo partido socialista de los Papandreu, caído en el mayor de los desprestigios. «Garantizaremos los depósitos bancarios en cooperación con los socios europeos», proclama Tsipras para tranquilizar los espíritus. «¿Cuáles serán las condiciones?», preguntan desde Londres y Berlín. En la rendija abierta entre las garantías que da el líder de Syriza y los temores que albergan los economistas de la City y del Banco Central Europeo se halla el terreno de juego en el que Tsipras y Samarás creen que tienen la victoria al alcance de la mano.

Quizá la mayor diferencia entre ambos es que, además, Tsipras guarda en el equipaje de campaña el recurso a la memoria histórica, a la soflama nacionalista para una situación de emergencia, aquella que le permite recordar siempre que el momento lo requiere que en 1953, en Londres, las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial aligeraron los importes y el calendario de pagos impuesto a Alemania. Y allí estuvo Grecia, dispuesta a facilitar la salida de Alemania del pozo. Pues si catastrófica era la situación de los alemanes entonces, no lo es menos la de los griegos hoy -el 40% más pobres que hace seis años-, sometidos a un castigo propio de un Dios vengativo y no de socios de una organización que persigue, dice, la unión y la concordia europeas.