La revolución de las armas

Las trincheras anularon la movilidad de la caballería, los tanques debilitaron la protección de las trincheras, y el gas mostaza y la fuerza aérea resultaron mortíferos.

Dos ametralladoristas apostados en la trinchera y protegidos con rudimentarias máscaras antigás. Abajo, el Barón Rojo.

Dos ametralladoristas apostados en la trinchera y protegidos con rudimentarias máscaras antigás. Abajo, el Barón Rojo.

ALBERT GARRIDO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La paz armada que precedió a la primera guerra mundial tuvo un impacto directo en el crecimiento de la industria pesada en Europa y EEUU, y en la innovación tecnológica. El nacimiento de la artillería de largo alcance, los carros de combate, los nuevos blindajes para los acorazados, los arsenales submarinos, la militarización del aire y el recurso a las armas químicas modificaron para siempre los movimientos en el campo de batalla. Las unidades de caballería se vieron superadas por la eficacia de las máquinas y la rapidez de movimientos de los combatientes debilitó la seguridad de la retaguardia.

Según estudios elaborados por el economista Walter Whitman Rostow, la producción mundial se dobló en el periodo 1894-1913; entre 1890 y 1910, la de acero en EEUU pasó de 4,7 millones de toneladas a 28,3 millones. Aquella paz armada se convirtió en una forma de disuasión fundamentada en el crecimiento exponencial de los arsenales que, sin embargo, no estuvo acompañada de una puesta al día de los estados mayores. Así sucedió que los uniformes de los soldados franceses -guerrera azul y pantalón rojo- eran blanco fácil desde las filas del enemigo y que los cascos prusianos eran tan vistosos como inútiles.

En rápida progresión, las trincheras cavadas por los combatientes anularon la movilidad de la caballería, pero la introducción de los carros de combate debilitó la protección relativa de las trincheras. A la vista de la eficacia de aquel nuevo cañón móvil, Charles de Gaulle consideró las unidades de tanques como el arma determinante de la defensa de Francia en el libro Le fil de l'epée (El filo de la espada, 1932). Solo los tanques pudieron hacer frente al uso masivo de las ametralladoras, que batían los campos de batalla con una lluvia de fuego y convertían en carnicerías monstruosas las cargas a bayoneta calada.

Innovaciones alemanas

El mando alemán fue especialmente innovador en el uso de tres nuevas armas: la artillería de largo alcance, zepelines y submarinos. El cañón Grand Bertha atemorizó París, los zepelines se adueñaron del cielo de Gran Bretaña hasta que mejoraron los sistemas antiaéreos y el combate con aeroplanos y los torpedos alemanes se revelaron como el arma definitiva contra los grandes acorazados y cruceros, que en aquella época carecían de sistemas de detección submarina.

Aunque la aviación había dado solo los primeros pasos, pronto se comprobó que, como los zepelines, tenía un impacto enorme en el ánimo de la retaguardia. La popularidad del piloto alemán Manfred von Richthofen, alias El Barón Rojo, que abatió 80 aeroplanos aliados antes de ser herido de muerte el 21 de abril de 1918, se debe a la osadía que él y otros muchos aviadores de los dos bandos demostraron a los mandos de aparatos muy frágiles, de dudosa fiabilidad y que se exponían al máximo en cada misión.

Aunque la Conferencia de La Haya de 1899 prohibió de forma específica las armas químicas, fueron utilizadas en primera instancia por Alemania y después por ambos bandos. La inhalación de gases provocaba muerte por asfixia, ceguera y quemaduras en la piel que dejaban secuelas de por vida. El tristemente famoso gas mostaza fue utilizado a partir de 1917, pero los riesgos que entrañaba para quien recurría a él a causa de los cambios imprevisibles en la dirección del viento, y la distribución en los frentes de máscaras antigás, acabó con los ataques con armas químicas.

Al final de la contienda, 20 millones de hombres yacían sin vida en los campos de batalla, víctimas de las nuevas armas.