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EL CABO QUE NO APRETÓ EL GATILLO

La Revolución de los Claveles de Portugal cumple 40 años el próximo viernes con uno de sus misterios resueltos. Durante cuatro décadas, se habló de un cabo que había desobedecido la orden de disparar contra el héroe de la insurrección, el capitán Salgueiro Maia, una leyenda tras la que iban militares y periodistas. Ahora, por primera vez, el otro héroe de la revuelta, José Alves Costa, explica por qué aquel día no accionó el gatillo.

El capitán Salgueiro Maia, que comandó las tropas ante las que se rindió el dictador Marcelo Caetano en Lisboa el 25 de abril de 1974.

El capitán Salgueiro Maia, que comandó las tropas ante las que se rindió el dictador Marcelo Caetano en Lisboa el 25 de abril de 1974.

SUSANA IRLES

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Un segundo, un hombre, un pensamiento, una decisión. La buenaventura o la casualidad son a veces los mejores aliados de los grandes momentos de la historia. Y aún más si una revolución acaba con solo cuatro muertos, como ocurrió el 25 de abril de 1974 en Portugal. Cuarenta años después, dos personajes, dos historias y un momento pueden explicarlo con más detalles. El carismático capitán Fernando José Salgueiro Maia, que comandó las tropas ante las que se rindió el dictador Marcelo Caetano en Lisboa. Y la versión menos conocida de aquel día: la del cabo José Alves Costa, cuyo superior, el brigada Junqueira dos Reis, le mandó disparar contra Salgueiro Maia. El subordinado desobedeció la orden.

«Nada de héroe. Soy una persona humilde y con responsabilidad», afirmó en una entrevista. Aquel 25 de abril ocupaba su puesto en la torre de disparo del carro de combate M47 en la plaza Terreiro do Paço, donde se localizaba entonces la sede de la dictadura que gobernaba Portugal desde hacía 48 años. Eran las once y media cuando llegaron las tropas lideradas por Salgueiro Maia desde Santarém, en el centro del país, como parte del plan de insurrección de los militares, la mayoría capitanes de entre 20 y 23 años que exigían el fin de la guerra colonial, elecciones libres y un régimen democrático.

El movimiento revolucionario había comenzado con señas secretas en la radio la noche anterior. En sus cuarteles, del norte al sur del país, los rebeldes sabían que si se emitían los versos de la canción Grândola, Vila Morena, el alzamiento no solo había comenzado, sino que avanzaba irreversiblemente hasta el final.

A las 00.20 sonaban los primeros sonidos del himno y regimientos por todo Portugal empezaron a tomar sus puestos. Cuando llegaron las fuerzas revolucionarias a Lisboa, el régimen preparó una contraofensiva liderada por el regimiento de Caballería 7. El brigada Junqueira dos Reis, fiel al Gobierno dictatorial, comandaba una de las divisiones. Al ver a Salgueiro Maia acercarse con un pañuelo blanco, ordenó al alférez Fernando Sottomayor que mandase disparar a sus hombres. Este se negó y fue arrestado. Un incontrolable y desesperado Junqueira dos Reis se aproximó a pie a uno de los cinco carros de combate para dar él mismo la orden. El cabo Alves Costa lo vio llegar desde la parte superior del vehículo. El brigada le preguntó a gritos si sabía manejar el disparador. El cabo respondió con cautela y evasivas que no estaba seguro, a lo que el superior reaccionó amenazándole y alzando la pistola: «O dispara o le meto un tiro en la cabeza», recuerda el insurrecto. Alves Costa corrió a resguardarse al interior del vehículo. «No obedecí una orden de una persona con una graduación mucho más alta. Y no lo obedecí porque no sabía quién era, no lo conocía», explica. El alférez Sottomayor había dicho: «Nadie abre fuego sin mi orden». Y el cabo decidió hacer caso a su superior inmediato.

Alves Costa permaneció encerrado en el interior del vehículo blindado junto al conductor entre tres y cuatro horas. Junqueira dos Reis fue arrestado y la revolución siguió su curso. Las tropas de Salgueiro Maia se dirigieron al cuartel de Carmo, donde se resguardaba Marcelo Caetano, sucesor desde 1968 del régimen promovido por António Salazar, conocido en Portugal como Estado Novo. A las 12.30 horas, aquel capitán de 30 años lanzó un último aviso contra el Gobierno. A las 16.30, el dictador anunció su rendición. José Alves dice ser consciente del momento histórico que protagonizó. «Yo sabía que si abría fuego, destruiría muchas cosas. No soy de esa naturaleza. No soy de ese género», asegura.

La historia de aquel cabo que no disparó a Salgueiro Maia sobrevivió 39 años como una leyenda tras la que andaban periodistas y militares en Portugal. Uno de los más insistentes en su búsqueda fue el alférez Sottomayor, que vio cómo uno de sus hombres desobedecía a un superior de mayor graduación que la suya. Recordaba que esa misma noche le había ofrecido a aquel joven soldado una condecoración en el cuartel del regimiento, ya controlado por las fuerzas de la insurrección. Alves Costa la rechazó con cortesía y Sottomayor nunca más supo de él. El propio Salgueiro Maia, fallecido en 1992, recordaba la hazaña de aquel cabo desconocido. La llamó «la insubordinación más bella de la revolución». En una entrevista al hoy desaparecido periódico portugués O Jornal concluyó: «Fue aquí donde se ganó el 25 de abril».La invisibilidad fue una opción lógica para el carácter precavido de este hijo de agricultores de la provincia del Miño, en el norte de Portugal. «Si la revolución fracasaba, me habrían metido en la cárcel de por vida», explica. Tras una búsqueda de un año y tres meses, los periodistas Alfredo Cunha y Adelino Gomes lo encontraron en un bar con amigos en Balazar, una aldea de menos de 2.000 habitantes situada en el norte de Portugal. El libro Os rapazes dos tanques (Porto Editora) recoge su relato y la de otra treintena de militares que vivieron la caída de la dictadura desde las filas del régimen.

«Mi historia ya había sido contada muchas veces», dice al volver a pisar por primera vez la misma plaza donde desobedeció la orden, con motivo de la presentación del libro que revela su historia. Viste corbata y un traje negro demasiado holgado para su delgada figura. Hay un tanque aparcado allí para la ocasión. El alcalde de Lisboa, António Costa, preside la ceremonia y centenares de personas abarrotan la sala. En menos de media hora ha realizado dos directos en televisión para las principales cadenas del país. Se siente sorprendido por tanta expectación por una historia «ya contada», insiste. «Contaba la historia todos los 25 de abril en mi aldea a mis vecinos, mi familia, mis amigos... Contaba que podría haberme metido en un problema».Han pasado 40 años y el recuerdo de aquel día se parece más a la evocación de una larga jornada compartida con amigos que a un día histórico. «El alférez que me dio la orden está aquí al lado. Yo había trabajado con él 10 años. Lo conocía perfectamente. Trabajaba con él todos los días», explica refiriéndose a Sottomayor, uno de los invitados a la ceremonia. Comentan y recuerdan momentos: como cuando el cabo consiguió salir del Ejército en octubre de 1974. El proceso revolucionario avanzaba y un año más tarde el país celebraba elecciones libres. Alves Costa volvió a trabajar en el campo como sus padres hicieron toda la vida. Con el tiempo se hizo operador químico en una fábrica de neumáticos hasta su jubilación. En esos mismos 40 años, Portugal construyó las bases de su Estado del bienestar y aceleró su desarrollo hasta acercarse a los niveles de vida del tren europeo. La batalla tampoco fue menor. En los años 70, el 25% de la población era analfabeta, frente al 5% actual.

Alves Costa repara en este progreso sobre todo para referirse a la prosperidad de sus hijos que, dice, no han pasado sus sacrificios, aunque tampoco evita quejarse de otros actuales que le persiguen. En el 2011, el mismo año que pasó a depender de su pensión, el Gobierno portugués pidió una ayuda externa a la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, como contrapartida, anunció un plan de recortes para controlar el gasto público. Las primeras de esas medidas estrecharon el cheque del cabo y, entre ajustes e impuestos, la pensión de este héroe de la revolución se redujo a 350 euros por mes.