LA REALIDAD ASFIXIANTE DE LA REPÚBLICA ISLÁMICA

Irán, sin su revuelta

Ahmadineyad se da un baño de masas en Karaj, al oeste de Teherán, ayer.

Ahmadineyad se da un baño de masas en Karaj, al oeste de Teherán, ayer.

KIM AMOR
TEHERÁN

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En Irán hay miedo. No a la amenaza de un ataque militar procedente del exterior, en concreto de Israel, que pocos iranís creen que se llegue a producir. De hecho, en las calles de Teherán no se percibe ambiente prebélico. Hay temor, sobre todo, a la precaria situación económica que sufre el país, con una inflación y desempleo galopantes, y a que aumente todavía más la represión del régimen teocrático contra el sector liberal y reformista.

Es el sector más ultraconservador, representado por el ayatolá Alí Jamenei, el verdadero hombre fuerte del régimen, el que se ha hecho aún más fuerte en el país, tras las elecciones legislativas del 2 de marzo, que boicoteó la oposición, y que supusieron un revés para el también ultraconservador presidente Mahmud Ahmadineyad, enfrentado al clero y a Jamenei.

La oposición reformista lleva dos años y medio de calvario. Las protestas que estallaron tras las elecciones presidenciales del 2009, que permitieron la reelección de Ahmadineyad y que los reformistas calificaron de«fraudulentas»,encendieron la luz de alarma del régimen, que no ha dudado en usar toda su fuerza represiva para frenar de forma implacable toda disidencia.

Reformistas en prisión

Hoy el denominado Movimiento Verde ha desaparecido de las calles. Miles de activistas purgan penas en la cárcel y las dos principales figuras reformistas, Mirhusein Musavi y Mehdi Karrubi, excandidatos presidenciales, están en arresto domiciliario desde el mes de febrero del año pasado, cuando se registró la última manifestación aprovechando el empuje de las revueltas árabes.

«El Movimiento Verde está acabado»,dice con gesto de desconsuelo Babak, un universitario del norte de Teherán. Su compañera Anahita matiza, por su lado, que la fuerza reformista«es ceniza, pero debajo todavía hay un fuego que quema, el fuego de los principios y razones por los que millones de iranís desafiaron al régimen en el 2009».Ambos jóvenes, como es habitual en estos casos, prefieren no dar su nombre verdadero por temor a represalias.

Gran parte de los millones de personas que llenaron las avenidas de Teherán y de otras ciudades hace dos años no solo lo hicieron para denunciar el«robo»de su voto, sino también para exigir al régimen mayor margen de libertades, sin cuestionar en sí el sistema por el que se rige la República Islámica, cuyo líder religioso, designado, ostenta el poder, y no el presidente y el Parlamento, elegidos por sufragio universal.

Cerrados los medios de comunicación reformistas y en prisión sus dirigentes, no hay voces de la disidencia que osen hoy manifestar libremente sus opiniones en Irán, que encabeza la lista mundial de países con mayor número de periodistas en prisión, más de 40, según el Comité para la Protección de Periodistas.

En las calles de Teherán, los opositores se cuidan mucho de manifestar sus preferencias a un extraño, al menos de forma abierta y ostensible. Los hay más atrevidos que otros, pero por lo general prefieren hacerlo sin gente alrededor y entre susurros, como es el caso de Babak y Anahita, que pertenecen a ese 60% de la población iraní menor de 30 años. Nacieron tras la revolución de 1979.

La frustración en el caso de los jóvenes iranís liberales es mayor al comprobar que, a pesar de haber sido los primeros en protagonizar en la región y en este siglo una revuelta popular, han sido los países árabes, a los que los iranís siempre han mirado por encima del hombro, los que han logrado o bien tumbar dictaduras, como es el caso de Egipto o Túnez, o bien forzar a los regímenes a introducir reformas aperturistas, como Marruecos o Jordania.

«Aquí tendemos a minimizar la importancia de la primavera árabe»,admite Hossein.«No es que nos moleste, pero pensábamos que seríamos nosotros y no los árabes, a los que siempre hemos considerado menos preparados, los únicos capaces de hacer algo así».

Hossein es un diseñador de muebles que como otros muchos jóvenes no tiene trabajo.«Me despidieron hace poco. Me debían tres meses y cuando me quejé me echaron»,afirma, mientras devora una hamburguesa en un restaurante junto al gran bazar de la capital.

El desempleo es uno de los principales problemas que debe afrontar el régimen, agravado ahora por las sanciones impuestas por la comunidad internacional por el controvertido programa nuclear iraní, que Teherán afirma que es pacífico y Occidente sospecha que esconde fines militares.

A golpe de subsidios

Pero además del embargo, la población acusa también a Ahmadineyad de sus penurias económicas, por haber llevado a cabo una política populista a golpe de subsidios financiados por los ingresos del petróleo, unos recursos que el embargo ha minimizado. Por primera vez en los 33 años de República Islámica, un presidente ha sido citado por el Parlamento para responder por presuntos casos de corrupción en el Gobierno.

En todo caso, la mayoría de la población iraní, siempre orgullosa de su identidad, no cuestiona el plan nuclear del régimen. Lo considera un derecho, incluso armarse con la bomba atómica.«Si ahora tuviéramos el arma nuclear, Israel no nos hubiera amenazado con un ataque militar. Nuestro país tiene derecho a defenderse y el arma nuclear es una buena forma de disuadir a nuestros enemigos»,advierte Hossein.«En todo caso»,añade,«ningún embargo ha logrado liquidar dictaduras y este no va ser una excepción. A mayor presión, más se cierra y endurece el régimen, como se está demostrando».