ANIVERSARIO PRESIDENCIAL

Crudo invierno en Damasco

Bashar el Asad llegó a la presidencia de Siria con promesas de apertura democrática tras morir su padre. Pero los aire de libertad pronto volaron y reapareció el lado oscuro del régimen

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RICARDO MIR DE FRANCIA
JERUSALÉN

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Algunos pronosticaron que sería devorado con premura por el aparato. Otros creyeron que su perfil de hombre moderno y cosmopolita llevaba implícita una inminente apertura democrática. Pero ni una cosa ni la otra. Una década después de que el presidente Bashar el Asad sucediera a su padre en el poder poco después de su muerte, tras 30 años gobernando con mano de hierro, muy pocas cosas han cambiado en Siria. Ni la libertad política ni la liberalización económica se han consumado, aunque el país ha abandonado lentamente su aislamiento internacional.

La decepción es enorme. En su discurso de investidura, hoy hace una década, Asad, habló de reformas, modernización y democracia. Sus primeros pasos fueron en esa dirección. Ordenó la liberación de cientos de presos políticos, alentó los medios independientes y autorizó el debate sobre la apertura democrática del régimen.

Iniciativas como elManifiesto de los 99, elaborado en el 2000 por intelectuales sirios, propusieron una democracia multipartidista que acabara con el reinado autoritario del partido Baath, el poder de los militares y el terror del servicio secreto. Estos tres pilares del régimen sirvieron a su padre, el pragmático León de Damasco, Hafez el Asad, para salvar un sinfín de conspiraciones durante tres décadas dominadas por el conflicto con Israel, la rivalidad con Irak y Egipto y el pulso sangriento con el fundamentalismo islamista.

Oleada de arrestos

Pero la Primavera de Damasco, como algunos bautizaron el nuevo clima político, se diluyó muy pronto. A finales del 2001 el régimen contraatacó con una oleada de arrestos de reformistas, a los que se acusó de ser «agentes de Occidente».

¿Qué le ocurrió en el camino al joven presidente? Su súbito viraje convenció a aquellos que le habían acusado de ser un hombre sin carácter ni sólidas convicciones políticas. De hecho, Bashar el Asad, de 53 años y perteneciente a la minoría alauí (una rama del chiísmo), no fue educado para heredar el poder. El testigo era para su hermano Basil, pero un accidente de tráfico acabó con su vida en 1994. Bashar tuvo que regresar de Londres, donde completaba sus estudios de oftalmología, para ingresar en la academia militar.

Cuando tomó el poder, su única experiencia en la gestión pública fue introducir Internet en el país. Un Internet que, por cierto, está hoy seriamente censurado, con redes sociales como Facebook prohibidas.

A la postre, el presidente ha hecho suyo el instinto de supervivencia de la vieja guardia laica y autárquica del Baath. Constreñido por las sanciones económicas de EE UU y la pasajera amenaza de una invasión de la Administración del expresidente de EEUU, George Bush, se ha aferrado al estado de emergencia vigente desde 1963, los arrestos políticos, el partido único y la mordaza sobre la prensa.

Viejas alianzas

En política exterior, sigue apegado al legado de su padre. Desde la alianza con Irán y Hizbulá al asilo a las facciones radicales palestinas. Siria las utiliza como presión para mantener viva su reivindicación del Golán ocupado por Israel. Su único gesto fue la retirada de las tropas sirias del Líbano tras 30 años de tutela en el 2005, poco después de que parte del mundo le implicara en el asesinato del primer ministro libanés Rafik Hariri.

El magnicidio y el insulto a los líderes árabes que criticaron a Hizbulá en la guerra del Líbano del 2006 aisló aún más a Siria. Desde entonces el régimen sale de su ostracismo. A nadie se le escapa que Damasco es esencial para pacificar la región.