Lo fácil es decir que no estaban. O que no tenían suficiente calidad. Pero las escritoras eran y estaban y, además, eran muchas. Sus historias atraviesan el desconocimiento y sus libros regresan a las librerías con interés renovado dispuestas a pasar la prueba del algodón. No todas ellas fueron feministas militantes, pero el mero hecho de escribir, de mantener una mirada sesgada y dura -había que serlo para atreverse a publicar- las convierte en pioneras, en mujeres con historias que contar.