Entrevista

Pierre Blanc, doctor en geopolítica: "Israel, Turquía y Egipto utilizan su superioridad militar para negar el agua a sus vecinos"

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Las guerras del agua: así agrava el calentamiento los conflictos armados

Pierre Blanc, doctor en geopolítica.

Pierre Blanc, doctor en geopolítica. / Cedida por el autor

Ricardo Mir de Francia

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La conversación con Pierre Blanc resulta abrumadora. Salta de continente en continente sin perder nunca el hilo, desbrozando doctrinas agrícolas, desequilibrios geopolíticos y potenciales conflictos por la tierra con un conocimiento enciclopédico. Profesor de geopolítica en la Universidad de Science Po y la Science Agro de Burdeos, acaba de publicar 'Tierra, poder y conflictos' (Icaria editorial), una agrohistoria del mundo donde desgrana cómo la lucha por la tierra ha sido una fuente permanente de inestabilidad y uno de los motores políticos de la historia.

En su libro demuestra que las desigualdades en el reparto de la tierra han sido uno de los catalizadores de la historia. ¿Sigue teniendo vigencia esa premisa a medida que el mundo se urbaniza?

La desigualdad en el reparto de tierras tiene consecuencias más graves en las sociedades rurales, donde a veces genera conflictos políticos y violencia, mientras que en sociedades urbanas se trata más de consecuencias ecológicas. Derivadas, por ejemplo, de grandes explotaciones agrícolas que no son especialmente cuidadosas con el medioambiente. Algunas regiones de África están hoy al borde del conflicto porque hay una conciencia de que los terrenos agrícolas son muy rentables como inversión. De ahí surge la corrupción en muchos lugares. El Estado arrenda el terreno a inversores extranjeros o locales para transformar espacios en tierras cultivables. Y esto desplaza a los campesinos locales. Lo vemos en Camerún, Senegal, Etiopía o en Mozambique, donde ha habido una gran movilización civil para tratar de frenar un proyecto que pretendía transformar el país en uno de los principales productores de caña de azúcar.

También en España o Portugal grandes fondos de inversión internacionales se están lanzando a la compra masiva de terrenos agrícolas.

En 2007-2008 hubo una crisis de los productos agrícolas. Tras años de precios relativamente bajos, los precios se dispararon por motivos climáticos, por cambios en el volumen de cultivos destinados a los biocombustibles y por la especulación. En 2010 volvió a ocurrir algo parecido, sobre todo en la región del mar Negro. De modo que llevamos unos 15 años con rápidos aumentos de precios. Algunos países se dan cuenta además de que son muy dependientes de las importaciones de alimentos, de modo que tratan de garantizar su suministro con inversiones en terceros países. Pienso en China y los países del Golfo. Y luego hay un factor exclusivamente económico que atrae al capital privado. La agricultura, con el cambio climático de trasfondo, puede ser rentable, por lo que vuelve a haber un movimiento global de inversión privada en el sector. Pasa en la península Ibérica y Europa del Este, pero también en África, América del Sur y Asia.

¿Y cómo puede ser que la tierra se haya vuelto un producto de inversión rentable cuando millones de agricultores apenas pueden salir adelante y reciben precios por debajo de sus costes de producción?

Ciertamente es una situación paradójica, como vemos también en Europa. La rentabilidad depende mucho de los precios, pero también de que se den ciertas condiciones. Particularmente que el agricultor cuente con medios para dar salida a la producción y suficiente tierra para exportar. En África, por ejemplo, la tierra es fértil, pero muchos agricultores no pueden invertir en almacenaje, no tienen infraestructuras para distribuir la producción o acceso a los mercados. De modo que conviven dos modelos: la agricultura de subsistencia, que no siempre permite vivir dignamente, y otro más lucrativo orientado a la exportación.

¿Nos está llevando esta dinámica a una nueva reconcentración de la tierra?

Hoy asistimos a una nueva reconcentración, pero los mecanismos son algo distintos a los del siglo XX, por lo que sus efectos también lo serán. Uno de ellos es geopolítico. Tras el colapso de la Unión Soviética, millones de hectáreas de tierra colectivizada quedaron a merced del mercado y fueron adquiridas principalmente por oligarcas e inversores extranjeros. En otras regiones como el mundo desarrollado, lo que ha ocurrido es el envejecimiento de la población rural. El campo se abandona sin que haya un relevo generacional, lo que está siendo aprovechado por los inversores agrícolas. En Europa vamos hacia una agricultura sin agricultores porque cada vez hay menos explotaciones familiares. 

¿Hay riesgos para la seguridad alimentaria o la paz social?

En África o en Europa las consecuencias van a ser muy distintas porque en Europa estamos en una sociedad muy urbanizada. Si se reconcentran las tierras, afecta a relativamente poca gente, de modo que el potencial de desestabilización es bajo. Pero pueden surgir otros problemas. Si China compra tierra en Europa, probablemente no tendrá que desposeer a los agricultores europeos, porque quedan pocos, pero obviamente se generará un problema de soberanía alimentaria porque China reimportará parte de la producción. Pero si pensamos en América Central, en Asia del Sur, en países donde la sociedad es extremadamente rural, ahí la reconcentración de tierras puede causar inestabilidad política e incluso violencia porque hay un riesgo real de desposesión a gran escala.

Rusia ha vuelto a convertirse en una potencia agrícola. ¿Cómo utiliza Putin la alimentación para expandir su influencia en el mundo y romper su aislamiento?

Cuando Putin llegó al poder en 2000 entendió que la agricultura podía ser tan importante como el poder militar para proyectar su influencia. En pocos años reemplazó las viejas estructuras colectivizadas por una agricultura ultracapitalista concentrada en manos de los oligarcas afines al Kremlin. También construyó puertos e infraestructuras para la exportación, especialmente de cereales. En 2015 Rusia pasó a ser el mayor exportador de trigo del mundo. Putin lo utilizó para ayudar a la Siria de Bashar al Asad durante la guerra civil, especialmente cuando el Daesh ocupó las regiones trigueras entre 2014 y 2017. Para cimentar su alianza con Egipto o para tratar de ocupar el espacio de Francia en Argelia. Sucede lo mismo en Níger, Mali, Burkina Faso o África Central, donde está distribuyendo trigo a precios casi regalados y, cada vez más, caña de azúcar.

China tiene el 9% de la tierra arable del planeta y el 20% de la población. ¿Cómo está haciendo para cuadrar el círculo?

China no puede ser autosuficiente, pero sabe que para ser una gran potencia debe garantizar su abastecimiento y no puede depender en exceso de otros países como Estados Unidos. Trata de resolver la ecuación de varias maneras. En cultivos menos estratégicos como la soja, deja que los produzcan otros. Ha diversificado sus fuentes, comprando a Paraguay, Argentina o Brasil, que forman ahora parte de la Ruta de la Seda, porque China está invirtiendo allí en infraestructuras. Donde quiere ser autosuficiente es en cultivos estratégicos como el trigo y el arroz. Desde 2010 ha invertido muchísimo en semillas como forma de subsidio para los agricultores y en proyectos faraónicos de irrigación. Particularmente en el norte de China, donde está cambiando el clima. Paralelamente, invierte en países extranjeros, como he explicado con la soja, pero también está firmando acuerdos bilaterales con Australia o Nueva Zelanda para aprovisionarse de carne.

 

También Turquía está construyendo muchos embalses en las cuencas del Éufrates y el Tigris. Tanto que está dejando sin agua a Iraq y Siria. ¿Es este un buen ejemplo de una potencial guerra por el agua?

No podemos hablar hasta el momento de guerras del agua porque ninguno de los conflictos que hemos conocido se explica única y exclusivamente por el agua. Prefiero hablar de violencia hidrológica. En Oriente Medio vemos que hay varios países que emplean su superioridad militar para impedir que los países colindantes accedan al agua que necesitan. Es la hidrohegemonía. Turquía, sobre el Tigris y el Éufrates; Israel sobre el Jordán y Egipto, sobre el Nilo. Pero sí es muy preocupante lo que está haciendo Turquía. Construye 22 presas para la irrigación y la producción hidroeléctrica. Aparte de una dimensión económica, el plan tiene otra geopolítica porque busca desarrollar las regiones kurdas del sudeste de Anatolia para atenuar sus pulsiones independentistas. Pero hay un problema. De regar medio millón de hectáreas, Turquía quiere pasar a irrigar 1,7 millones. El caudal del Tigris y el Éufrates se reducirá brutalmente y Siria e Irak tendrán acceso a menos agua. Y ahí van a tener grandes problemas que serán fuente de inestabilidad.

Unas de las primeras cosas que Israel hizo tras ocupar los territorios palestinos en 1967 fue nacionalizar el agua. Luego ocupó las tierras fértiles del Jordán y las cimas de las colinas de Cisjordania. ¿Puede ser viable un Estado palestino si no tiene soberanía sobre sus recursos naturales, como sucede ahora?

El Estado palestino podría ser viable si Palestina recupera parte de la soberanía sobre los acuíferos de Cisjordania. Actualmente Israel extrae el 80% del agua y los palestinos el 20%. En un proceso de paz Palestina tendría que recuperar al menos el 50-60% del agua subterránea. Israel podría compensar esta devolución mediante la desalinización, que ya está explotando. Israel no podrá vivir en paz si no hay una Palestina reconocida a su lado. Y Palestina no podrá progresar si no cuenta con los recursos para hacerlo. De modo que también debería contemplarse que pueda recuperar las tierras fértiles del valle del Jordán, que tienen un gran potencial agrícola.

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