HUMOR SURREALISTA

El sueño del restaurador insomne era una novela

Juan Carlos Iglesias, propietario de los restaurantes barceloneses Rías de Galicia, Espai Kru y Cañota, debuta en la literatura

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Eloy Carrasco

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Juan Carlos Iglesias duerme poco y habla mucho, según cuenta, así que en una de esas noches de insomnio le pareció una elección mucho más cabal hablarle a las cuartillas, por así decir, que andar por la casa parloteando solo, con el riesgo de que lo tildasen de loco y, sobre todo, de despertar a la familia. Así, entre noches y folios en blanco, se gestó 'De lobos y corderos' (editorial Edhasa), la primera novela de este hombre que se considera un intruso en la literatura, pide disculpas "por no ser de este mundo".

Porque él es empresario hostelero, y competente a tenor del éxito del grueso de lo que emprende, que entre otras cosas le ha llevado a alianzas rentables con los hermanos Adrià en estos tiempos de atrofia muscular del castigado sector (con el descabello del coronavirus agudizando la penitencia). Suyos -del Grupo Iglesias, que forma con sus hermanos Pedro y Borja- son los restaurantes barceloneses Rías de Galicia, Espai Kru, Cañota...  Esa es, asegura, su "zona de confort", que ya es atrevimiento llamar así al gremio de la hostelería, colchón de púas en el que sin lomo de faquir no hay quien concilie el sueño. Igual de ahí viene todo. 

Cocina, sexo, muertes...

'De lobos y corderos' oscila, según quién opine, entre el polícromo vecindario ibañeciano de '13 Rue del Percebe' y la deslumbrante fábula cinematográfica de Tim Burton 'Big Fish', dos cimas distintas de una misma cordillera, la del humor surrealista. Esas referencias dan pistas, son buenas ruedas que seguir. Un sinfín de personajes brincan en las páginas, llenas de "cocina, sexo y muertes violentas", describe Iglesias como si persiguiera un 'clickbait'. A su lado, su editor,  Daniel Fernández, tiembla un poco ante el desparpajo con que el debutante describe la obra, cuya exuberancia léxica alaba; la imaginación de ese cauce desbordante de situaciones que se vierten cuales afluentes enriquecedores. La novela es cualquier cosa menos enclenque. 

Ambos, autor y editor, son barceloneses de raíz lucense y tal vez eso ayudó a sacar adelante el libro, el "mamotreto", dice Iglesias sobre las más de 400 páginas que ha alumbrado en sus noches en vela. El insomne novato se fue adentrando en conceptos como "las personas grises", "las ventajas de pasar desapercibido en la vida" y otras nociones a mayor gloria de la comida, a la que al fin va dirigida la oda. "Mi esposa, lectora empedernida, decía que le gustaba mucho y fui sumando folios sin rumbo".

Aunque luego le dio "muchos retoques", liquidó el libro en cinco meses, le salió "del tirón" ese mosaico de gente variopinta en medio de peripecias imposibles. Merecen una mención los nombres de muchos personajes. Ibáñez  y hasta Eduardo Mendoza no habrían hecho ascos a bautizar a alguno de sus transeúntes como Andrea Chorrete, Sisebuto Escudero, Robustiano Robespierre o Alterio Scorrupto. Aparte queda el homenaje a quien el propio Iglesias califica como su autor favorito, Gabriel García Márquez: hay en 'De lobos y corderos' un Melquíades y un Buendía, que no es coronel como Aureliano, sino guardia de la prisión donde transcurren los hechos. Sócrates Castellanos, su director, aspira a que la cárcel tenga un restaurante con estrella Michelin. "El libro es descabellado y surrealista, pero tampoco increíble del todo", subraya su creador.

Así, entre las alegrías y disgustos del mundo de los fogones, a deshoras, emergiendo de la inopia del insomnio, Juan Carlos Iglesias cuajó el sueño de escribir una novela imaginativa, amena y desmesurada hasta en las dedicatorias, que ocupan dos páginas. "Sí, son muchos agradecimientos -remacha el último de ellos-, pero a saber si escribo otro libro".