CONFESIONES DE UNA HIJA DE HOLLYWOOD

Anjelica Huston bajo el foco

La actriz norteamericana publica sus memorias, 'Mírame bien'

ELEGANTE 3 Imagen de la modelo y actriz captada por Gian Paolo Barbieri para 'Vogue'.

ELEGANTE 3 Imagen de la modelo y actriz captada por Gian Paolo Barbieri para 'Vogue'.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Anjelica Huston nació en el centro de la realeza de Hollywood, hija del poderoso e hipermasculino realizador John Huston, un hombre de grandes apetitos, amante del whisky, la caza, el boxeo y las mujeres.  De ahí que no sorprenda que las memorias de la actriz que acaban de publicarse -Mírame bien (Lumen)-  estén trufadas de no poco glamur. Cuando era niña, su padre le regalaba una piedra preciosa cada cumpleaños.  Creció en mansiones irlandesas, rodeada de profesores particulares y criados con librea. Robert Capa la fotografió en su infancia y Richard Avedon en su juventud. Pero no faltan en el relato las dosis justas de la pobre niña rica que también fue y que se cuentan, es de agradecer, sin indulgencia para sí misma.  Al fin y al cabo, su padre y su madre -la cuarta de las cinco esposas del director-se divorciaron cuando Anjelica tenía diez años y su madre murió de un accidente automovilístico ocho años más tarde.

Pero sin duda, lo que dio a conocer a  Anjelica, aún antes de convertirse en la buena actriz que es, fue su tumultuosa y larga relación con Jack Nicholson, que oscureció el hecho de que fuera durante años una de las modelos más cotizadas de las pasarelas internacionales. Las pisó con fuerza en cuando se quitó de encima su complejo de patito feo. Porque hay que aceptarlo. La belleza de esta zanquilarga, de gran nariz -que jamás ha querido operarse- y cuerpo y manos enormes es particular.

Su carrera como actriz, sin apenas experiencia, no empezó con buen pie. Tras el estreno de Paseo por el amor y la muerte, un crítico dijo de ella que tenía «la cara de un ñu exhausto, la voz de una raqueta de tenis y una figura sin forma perceptible». Algo que sin duda recordaría a modo de venganza cuando, años más tarde, ganó el Oscar por El honor de los Prizzi.

 

Anjelica pasa revista a sus amoríos. Primero con el actor británico James Fox, en el remolino del swinging London que vivió y fumó a tope. Más tarde con el fotógrafo de moda Bob Richardson, un bipolar que le amargaría bastante la vida, hasta culminar con Nicholson, con quien imitó el tipo de relación abierta que habían mantenido sus padres. «Cuando quedó claro que Jack no era un hombre fiel, no supe qué hacer al respecto. A fin de cuentas no puedes hacer mucho. Y llegado cierto momento, también a ti empiezan a gustarte otras personas». El elegido fue Ryan O'Neal, al que dedicó un año y medio hasta que regresó con un Nicholson sin ganas de cambiar su régimen de infidelidades.

La separación final con Nicholson es contemplada como un momento clave y no sin alguna pulla -«llamó a su segundo hijo como a un perro que teníamos»-, aunque finalmente le agradezca que le haya permitido «escribir sobre él y por ser siempre un buen amigo de verdad».

Tras entonar el mea culpa -«Me sentía atraída por hombres que te tienen esperando junto al teléfono»- conoció al que sería su marido, el escultor Robert Graham, con el que inició la última y más tranquila etapa de su vida. Graham falleció en el 2008 y estas memorias son un sentido homenaje a su recuerdo.