BARRACA Y TANGANA
Rarezas
Condicionar tu vida y la de tu familia, anularte como individuo, priorizar el fútbol sobre lo social, lo académico y lo laboral, motear la rutina de supersticiones y ritos; lo típico que haces por tu equipo
Enrique Ballester
Periodista
Enrique Ballester
No se puede estar tranquilo, no te dejan estar tranquilo. Estaba viendo la tele y Valdano dijo de repente la edad del padre de Rodrygo. Treinta y cinco años tiene el padre de Rodrygo, lo justo para ser más joven que yo, que a duras penas había asimilado ser más viejo que la mayoría de los futbolistas. Eso aún lo había podido asumir, pero esto de ser más viejo que el PADRE de un futbolista del Real Madrid ya es demasiado. Me rindo, porque ese día además se cumplían veinticinco años del debut de Raúl González. Veinticinco. Que alguien llame a la policía del tiempo. Todo esto no puede estar pasando.
No te dejan estar tranquilo, por lo que sea, no se puede estar tranquilo. El martes me toca madrugar y llevo una semana agobiado al máximo, pensando en el puñetazo que daré a la almohada cuando suene el despertador. Me toca madrugar para grabar un podcast a las 8.45. El podcast se llama Nauru. La idea es juntar a fanáticos del fútbol con fanáticos de Pokémon Go y examinar y comparar sus rarezas. Me han invitado como fanático del fútbol, creo. Seguro que me preguntan qué es lo más extraño, qué es lo más estúpido que he hecho por el fútbol. Espero acordarme y contestar que lo más estúpido que he hecho por el fútbol es madrugar un martes para grabar un podcast a las 8.45.
Pasión enfermiza
Es algo que me han preguntado mucho. Qué es lo más raro que he hecho por el fútbol. Nunca sé bien qué contestar porque intuyo que cosas que a mí me parecen normales quizá no lo sean tanto. En casa teníamos un pacto. Mi mujer, que pasa del fútbol, evitaba el tema y me dejaba hacer, y yo no preguntaba por qué nuestro hijo es rubio si somos todos morenos, ni por qué no me dejaba escuchar canciones en inglés en el coche porque decía que le daban calor, que aquí insertaría el emoticono que se encoge de hombros, pone carita y alza los brazos. El caso es que el pacto funcionaba: ahora que no escribo casi de fútbol y puedo elegir si ir o no ir, si adquirir una rutina mental sana o continuar la pasión enfermiza, no sabemos aún qué hacer al respecto.
Condicionar tu vida y la de tu familia, anularte como individuo, priorizar el fútbol sobre lo social, lo académico y lo laboral, motear la rutina de supersticiones y ritos es lo típico que haces por tu equipo, a menudo sin darte cuenta. Yo escribía crónicas de fútbol y para mí la crónica era sagrada. Antes trabajaba en otro periódico: fui a decenas de campos de mierda por mi cuenta, perdiendo dinero, porque consideraba que debía estar allí, porque la crónica sería mejor y ya he dicho que la crónica era sagrada. Hace poco lo hablé con uno de esos jefes. Ni se acordaba que hubiera ido por ahí para escribir la crónica en directo, lo había borrado de su memoria. No puedo quejarme porque iba por voluntad propia. Quizá ahí esté lo más raro y estúpido que he hecho por el fútbol: pensar que aquello importaba.
En realidad, lo raro es no ser raro y lo mejor es no pensarlo. Cada cual carga con lo suyo y los de Pokémon a ver qué me cuentan. Lo raro sería que los futbolistas siguieran pareciéndonos superhéroes, y no críos. Lo raro sería saber. Lo raro sería que no pasaran los años sin darnos cuenta.
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