Análisis
La mitad del poder
Antoni Gutiérrez-Rubí
Asesor de comunicación
ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ
Las elecciones del próximo 25 de mayo no solo conllevarán la renovación de los 751 eurodiputados y eurodiputadas, sino que marcarán el pistoletazo de salida para dotar de nuevas caras y proyectos a la Comisión Europea, al equipo del Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad, al del presidente del Consejo Europeo y, probablemente, al del presidente del Eurogrupo. ¿Cuántos de estos puestos estarán ocupados por mujeres?
El combate por la igualdad en la política no está ganado, en absoluto. El 80 % de las personas que ocupan un cargo en algún Parlamento del mundo son hombres (según el IPU World Average de abril de 2014). En 1979, año de la primera legislatura, las eurodiputadas representaban el 16% de la Eurocámara. Hoy son el doble, el 35%. ¿Qué pasará el 25-M? Quizá quedaremos demasiado lejos todavía del 2% de diferencia que algunas leyes electorales en Europa (como la francesa) consideran asumible para salvaguardar la igualdad de género.
El quotaproject (quotaproject.org), proyecto que alberga el prestigioso Instituto Internacional IDEA, tiene un listado exhaustivo de las leyes electorales que existen en Europa en materia de igualdad electoral. En Francia, por ejemplo, la ley exige listas paritarias (a riesgo de perder parte de la financiación pública), pero no hay obligación de mantener un principio de igualdad en el posicionamiento (lo que se conoce como sistema cremallera). En Alemania no hay ninguna disposición legal, aunque los propios partidos se han autoimpuesto cuotas, ya sea un tercio en el caso de la CDU, un 40% en el SPD, o un riguroso 50% en el caso de los Verdes.
El Parlamento Europeo es, en principio, una de las cámaras más avanzadas en materia de políticas de igualdad. Al menos en sus propuestas. Su comité parlamentario especializado en derechos de las mujeres, FEMM, fue el detonante de la directiva exigiendo a las empresas que incluyan un 40% de mujeres en sus consejos directivos. Entre decirlo y hacerlo, hay un paso. De la nueva composición de la Eurocámara dependerá, en gran medida, el seguimiento de políticas como esta.
El debate sobre la igualdad en la representación política es inseparable de la cultura política y de los compromisos electorales de los partidos. Y de la credibilidad de los candidatos.
Esta misma semana, en España, hemos asistido a la bochornosa actitud misógina del candidato Miguel Arias Cañete en relación a su opinión de cómo un hombre inteligente debe emplearse en un debate con un una mujer para no parecer machista. Hay tres problemas: que lo piense (incomprensible, por reiterado en su trayectoria), que lo diga (injustificable), que no rectifique (imperdonable).
Ningún partido debería ser tolerante (cómplice) con sus candidatos o candidatas cuando cometen una falta grave. La cultura «uno de los nuestros» -tan propia de la política concebida como clan, tribu o grupo- es un lastre que deteriora la confianza en los partidos y en la política. El error de Cañete se agrava por el silencio posterior: el suyo, y el de los suyos. No ha sido inteligente. Esa cualidad de la que tanto presume quien parece carecerla.
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