"Señora Rovira, discúlpeme si no me alegro de su regreso a casa"

Aquel 1 de octubre de 2017, ante el referéndum de independencia de Catalunya realizado por la Generalitat, me sentí horriblemente mal. No por las imágenes de la votación ilegal, ni por las acciones represivas de la Policía, sino por el atrevimiento de convocarlas y hacerlas en contra de la legalidad.

Cuando el 27 de octubre las personas que estaban en el Parlament proclamaron la República Catalana, sentí un ruptura total con el Govern catalán, que no me representaba ni a mí ni a un número elevado de habitantes de nuestra querida comunidad. Sentí un miedo atroz ante las imágenes del Tsunami y la amenaza de una guerra interna en nuestro país por la decisión unilateral de independencia. Ese terror propio, seguro que no se puede considerar terrorismo, estoy de acuerdo, pero lo pasé muy mal en aquel momento y en los posteriores.

La actuación judicial fue una especie de alivio, un creer que el motor interno de la Justicia funcionaba, un respiro a mi sensación de pesar. Con la amnistía, me sentí burlada, pero también entiendo el esfuerzo del Ejecutivo español por aunar a todas las ideologías de una España multiplural, así que tragué orgullo y asentí ante las acciones de Pedro Sánchez.

Sin embargo, eso no quita que hoy haya tenido lágrimas de frustración cuando he visto a Marta Rovira entrar en España y supongo que me volverá a pasar lo mismo cuando venga el señor Puigdemont. Que ambos me disculpen, sé de la alegría de volver a nuestros lugares de origen y disfrutar de la familia y amigos pero repito, discúlpenme por no estar feliz de su regreso cuando recuerdo lo mal que lo pasé cuando sus acciones unilaterales vapulearon mi tranquilidad social e ideológica. Aun así, bienvenida a España, señora Rovira.