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La monarquía

Felipe VI, en el Salón de Columnas del Palacio Real, el pasado miércoles, en uno de los actos del 10º aniversario de su proclamación.

Felipe VI, en el Salón de Columnas del Palacio Real, el pasado miércoles, en uno de los actos del 10º aniversario de su proclamación. / José Luis Roca

Las monarquías parlamentarias son un modelo en tránsito, que cumplieron y todavía cumple un papel positivo en parte de Europa al haber propiciado cambios a a democracias, abandonando el poder divino en que se legitimaban como regidores eternos, sin los derramamientos de sangre de una Revolución, cediendo la soberanía al pueblo por medio de parlamentos democráticos.

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Juan Carlos de Borbón, asesorado por su padre, aprovechó la oportunidad que Franco propició al tratar de utilizarlo para consolidar el futuro de su régimen, y siguiendo los anhelos del pueblo y de parte de los herederos del régimen, liderados por Adolfo Suarez, culminó el cambio a una democracia, que permitió a los Borbones sobrevivir como Familia Real.

En su contra están los postulados republicanos, radicalmente laicos y socialmente justos, asociados a los principios democráticos, y alineados con el sentir de las nuevas generaciones, que en rigurosa lógica ven contradictorio que una Monarquía pueda ser democrática (siendo una herencia por parentesco de sangre, mientras les hemos enseñado que en las democracias representativas todos los cargos públicos deben ser elegidos, directa o indirectamente, por los votos individuales de sus ciudadanos).

Los cambios generacionales van acompañados con cambios en las preferencias políticas mayoritarias en ese aspecto, unido a que las propias familias nobles y reales se están disolviendo como tales, al emparentarse con personas fuera de ese círculo, mostrando además en público sus desavenencias y flaquezas, lo que les hace perder el favor de más ciudadanos.

La función de un jefe de Estado, como árbitro moderador de las tensiones y desavenencias partidarias, es encarnado en las repúblicas por civiles, elegidos de forma variada, y su acierto radica en la calidad de las personas que lo ocupan. Con los reyes o reinas ocurre lo mismo, pero la sensación de anacrónicas les sentencia a largo plazo.

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