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"El inmenso talento de Carolina Marín no se merecía esa impiedad"

Carolina Marín, tras caer lesionada.

Carolina Marín, tras caer lesionada. / EP

El público enmudeció al oir el crac, la rotura de la castigada rodilla de Carolina Marín cuando estaba acariciando la semifinal de bádminton en los JJOO de París para poder convertirse en la primera jugadora de la historia en conquistar dos campeonatos olímpicos y tres mundiales de esa especialidad dominada por las asiáticas, sobrevino el drama.

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La durísima crueldad que depara el destino, el maldito infortunio. Su grito, su llanto, desgarrador, la inmensa tristeza, los sobrecogedores lamentos de su madre, desconsolada, con el corazón partido, no pudieron reprimir las lágrimas de los espectadores que la despidieron con una atronadora ovación.

Es la fatalidad que persigue a una leyenda del bádminton. Su inmenso talento, sus denodados esfuerzos y sacrificios, su consolidada resiliencia, sus lecciones de pundonor y orgullo no merecían que nuestra inmensa campeona fuese víctima de esa despiadada impiedad.

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