"Es indignante que Renfe pueda dejar de ofrecer servicios de calidad sin consecuencias"

El sistema de transporte de Renfe vigente en España ha ayudado a muchas personas a desplazarse de forma rápida y cómoda alrededor del país, a unos precios asequibles y con la opción de visitar familiares lejanos, moverse por asuntos laborales o disfrutar de la cultura y ocio de las variopintas localidades españolas.

El problema siempre recae, no obstante, en el monopolio del poder, en el liderazgo de una categoría absoluta, en este caso, el transporte. Mi indignación con Renfe parte del pasado domingo día 23 de octubre, cuando un Alvia con destino Barcelona-Sants se demoró nada más ni nada menos que dos horas en su trayecto habitual. Dos horas que sufrió tanto el personal de la estación de Lleida (parada donde yo cogía el tren) como los pasajeros que necesitaban de urgencia estar en Barcelona ese mismo día.

Es comprensible un retraso puntual de un cuarto de hora, por ejemplo, y podría 'in extremis' justificarse el hecho de que este trayecto sufrió dos accidentes extraordinarios. Sin embargo, esto, a menor escala (faltaría más), ya ha ocurrido en numerosas ocasiones, cuando la empresa de transporte se ve en la potestad de prescindir de la calidad de sus servicios bajo unas consecuencias endebles; cuando, hablando claro, una 'cagada' de la compañía no va a afectar para nada su reputación y beneficio económico.

Porque el transporte también forma parte de los derechos básicos de cualquier civilización avanzada, este debe garantizar unos servicios a la altura de la sociedad a la que los ofrece, e impugnar de forma colectiva cualquier acto por su parte que afecte a la vida y al día a día de las personas, sobre todo aquellas que viajan, que no son pocas.