Obituario Obituario Informa la muerte de un individuo, proporcionando un relato imparcial de la vida, controversias y logros de la persona.

Jorge Trías y el Amor Eterno

Se fue tranquilo y en paz, rodeado de sus mujeres, porque sabía, como escribió en unos de sus poemarios, que nada es eterno

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Jorge Trías Sagnier, en 2013

Jorge Trías Sagnier, en 2013 / Alberto Estévez / Efe

Cuantas más horas pasan tras el fallecimiento de mi tío Jorge Trías, más nos percatamos no solo de la gran persona que era -eso ya lo lo sabíamos-, sino del gran personaje que fue. Casi todos sus familiares y (sus muchísimos) amigos lo pudimos disfrutar en vida porque Jorge fue inmensamente generoso con todos y con cada uno de nosotros. Pero ante la reacción a su muerte de personas tan distintas entre sí -del mundo de la abogacía, de la política, de la cultura y de la sociedad civil- lo estamos comprobando más que nunca.

Amigos tan dispares como Enrique Vilamatas -con quien coincidió en Melilla haciendo la mili-, el juez Garzón, Gregorio y María Marañón, Pere Gimferrer o Alejo Vidal Quadras, entre tantos otros, lo atestiguan. Lo están viendo estos días sus adoradas hijas Georgina, Eugenia y Carlota, así como también Margaux y Pablo, hijos de su tercera mujer Amalia Aranguren que siempre consideró como suyos. Jorge siempre generoso y amoroso, Jorge cuidando y alimentando el amor, en todas sus acepciones, con cada uno de nosotros, con los amigos, con los hijos, los nietos, los hermanos, los sobrinos. El amor fraternal, el amor paternal, el amor amical, el amor pasión, el amor espiritual, el Amor Eterno...Jorge nos fue dando a cada uno nuestra dosis de amor, de amor mayúsculo, de buen amor, regado siempre con inteligencia, alegría, brillantez intelectual, algunas gotas de provocación y mucho ingenio.

En la vida hay que tener sentido del humor y sentido del amor, decía Miguel Milá. En ambos sentidos, en el del amor y el humor, Jorge fue un maestro, y nosotros sus discípulos. En el funeral, su hermano pequeño Miguel, abogado como él y tan cómplice siempre, nos hablaba de ese amor fraternal, de la generosidad de Jorge, siempre dando más que recibiendo. Su hija mayor Georgina, por su parte, nos remitía a su búsqueda del amor por lo bello, por lo más profundo de su ser, de su incesante camino -y acaso feliz encuentro final- hacia la fe. Eugenia y Carlota rememoraban ese amor paternal, ese Jorge padre, ese padrazo que les enseñaba a aprenderse poemas de memoria así como los himnos de distintos países cuando regresaban en el coche del colegio. Y por supuesto el gran amor, ese amor de verdad al margen de etiquetas, de Amalia. Y por supuesto también, el gran y último amor, el de Tatiana, amor y sostén, la dicha compartida en estos últimos años juntos tan colmados. Pero acaso la vida, como titulaba John Houston aquella película, no sea más que un paseo por el amor y la muerte.  

Los hombres Trías

La temprana desaparición de Jorge a los 73 años, estando tan vivo y tan enérgico pese a sus problemas respiratorios, se suma a una fatalidad de los hombres Trías que, lejos de romper la familia, la ha hecho si cabe más inexpugnable. En 1969, estando mi madre embarazada de mí -el primogénito del primogénito-, mi abuelo Carlos Trías Bertrán murió a la edad que tengo yo ahora, 52 años, víctima de un cáncer de colon, dejando una brillantísima carrera de abogado y político -iba a ser nombrado ministro en la última etapa de Franco-, ocho hijos y una viuda desconsolada, mi abuela María Teresa.

Tiempo después, pero muy demasiado pronto, en 2007 falleció con poco más de 60 años mi querido tío Carlos Trías Sagnier, marido de Cristina Fernández Cubas, escritor, periodista y viajero, gran amigo de sus amigos y, por supuesto también, gran amigo de sus hermanos. Su temprana y repentina desaparición nos dejó a todos desconsolados.

En 2013 se nos fue mi padre, Eugenio, toda una referencia para la familia, todo un anclaje siendo el hijo mayor, y habiendo cumplido solamente 70 años tras una larga lucha contra el cáncer. Y ahora nos deja Jorge a los 73, el tercer hermano de los cinco varones. Los tres con toda una vida por delante y con unas andanzas vitales y literarias por detrás "intensas", pero sobre todo los tres con unas cabezas privilegiadas que tenían todavía muchas cosas por pensar, alumbrar y escribir.

"A los Trías la cabeza nos funciona muchísimo mejor que el cuerpo", me reconocía Jorge el mes pasado comiendo en el Flash Flash. Ahora nos quedamos huérfanos y muy tristes sin los tres (nada) tristes Trías, los tres hermanos mayores: inteligentes, cáusticos, amorosos y con una brillantez intelectual extraordinaria. Quedan Fernando, el alma libre de los hermanos, y Miguel, el gran pilar de la familia, junto a las hermanas, Anita, Tere e Inés, también inteligentes, cáusticas, amorosas y brillantes como ellos. Después llegamos los (muchísimos) nietos y bisnietos, siendo yo el primero que lleva -con orgullo y algo de susto también- el Trías de primer apellido. 

Un "transversal"

Jorge era consciente del peso de la familia y sabiendo las evidentes diferencias entre todos -económicas, ideológicas, religiosas- iba lidiando con unos y otros, sin bajar nunca la guardia. Se movía bien en el terreno de la adversidad, estaba acostumbrado a jugar en campo contrario. Como catalán en Madrid; como antinacionalista en la Barcelona más imbuida en el 'procés'; como liberal entre los progres o extravagante y abierto entre la derecha; como católico entre los ateos y escéptico y dubitativo entre los más creyentes; o como monárquico en los convulsos tiempos actuales, Jorge fue siempre un "transversal", ahora que tan de moda está este término, una persona que te aportaba siempre una visión distinta al lugar común y a lo obvio, alguien que te invitaba a debatir y rebatir, a confirmar que a veces el otro también puede tener razón.

Destacaba por la pasión que le ponía a las cosas que hacía -un rasgo muy Trías- entregándose siempre a fondo en todo. Su insaciable curiosidad por las primeras ediciones de los libros de viejo, por el arte -era feliz en el Museo del Prado-, por la música -era muy feliz en el Teatro Real-, por los viajes, por la afición que tuvo por la montaña, por la pintura, haciendo sus pinitos con el pincel, por las novelas de todo género ("mándame 'best sellers', David, buenísimos los últimos de Follet y Grisham, este Javier Castillo tiene madera...") o con su amada y fiel poesía a la que nunca abandonó.

Al morir mi padre, me decía que era mi protector. A mi me gustaba oírselo decir. Con él me sentía atendido y entendido. Y más de una vez le consulté temas que me preocupaban -profesionales y personales- con esa "distancia adecuada", como cantaba Nacho Vegas, que ofrece la relación entre un tío y un sobrino. Porque Jorge, siempre dispuesto, era una de esas personas que cuando tenias un problema -abstracto o muy concreto- no solo te escuchaba sino que te lo solucionaba. Y créanme, no hay muchas personas así. Y créanme, qué necesarias son esas personas.

Debatir y compartir

Era un seductor, me decía ayer Pilar Eyre, nos seducía a todas, y de todas las maneras. Le gustaban las mujeres, le gustaba estar rodeado de ellas, se motivaba con ellas. Disfrutaba también de mis desastres amorosos, se reía y le quitaba trascendencia a mis absurdas angustias. El periodista Sergio Vilasanjuan, por su parte, me hablaba del sentido profundo de la amistad de mi tío, y que Jorge le había enseñado que pasados los 60 también se podían hacer nuevos amigos. Precisamente con el título de 'Mis queridos amigos' mi tío creó un grupo de WhatsApp donde personalidades tan distintas como algunos de los que mencionados en este articulo - llegando a más de 150- se citaban para debatir y compartir sobre temas tan públicos como privados, algo que le sostuvo conectado y unido hasta el último momento.

Siguió siempre de cerca las vicisitudes políticas y asistía incrédulo a la mediocridad de los dirigentes, de aquí y de allí. Como buen catalán siempre tenía un ojo en Madrid y disfrutaba de los cotilleos que le contaba de los 'mentideros' de la corte. De risa contagiosa y experto en chistes malos -"¿Sabes dónde estudian los niños en Bélgica? ¡En los coles de Bruselas!"-, siempre fue el más guasón y gamberro de la familia, que se disfrazaba delante de los niños y nos hacía marionetas, que nos enseñó que los mayores también podían tener alma de niño, que hacía rabiar a la abuela y a las tías -"ay, Jorge, serás burro"- y que no quiso perder nunca ese punto tal vez ingenuo que algunos no supieron interpretar.

Gran recitador de poesía, con una memoria privilegiada, contestaba a mis tuits, me preguntaba por películas, libros o series porque todo le parecía interesante. Pero, al tiempo, disfrutaba de la quietud y del recogimiento, del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y de Antonio Machado. Y se fue tranquilo y en paz, rodeado de sus mujeres, porque sabía, como escribió en unos de sus poemarios, que nada es eterno.

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"Yo sé que nada es eterno, acaso la Luz y el Universo. Yo sé que nada existe más allá del cielo. Por eso te pregunto, Amor eterno, te pregunto por el carro de fuego que me habrá de llevar por la Vía Láctea hasta atravesar el muro del firmamento."

Gracias por todo, tío Jorge, gracias por tanto.

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