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Jorge Trias, más que un abogado

El exdiputado del PP tuvo un papel relevante para que España conociera el escándalo de la financiación ilegal del partido

El abogado y exdiputado del PP Jorge Trías abandona la Audiencia Nacional tras prestar declaración, ayer.

El abogado y exdiputado del PP Jorge Trías abandona la Audiencia Nacional tras prestar declaración, ayer. / DAVID CASTRO

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Joan Tapia
Joan Tapia

Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

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Conocí a Jorge Trías Sagnier en el primer curso de Derecho (1966-67), cuando catedráticos como Ángel Latorre, Manuel Jiménez de Parga y Font i Rius hacían uso de la libertad de cátedra y el mundo universitario se rebelaba contra una dictadura que periclitaba.

Jorge venía de una de las familias catalanas más ligadas al régimen (su padre Carlos Trías Bertrán representaba al carlismo institucional) y, aunque no insensible al clima político, su interés se centraba más en el mundo cultural, donde dos de sus hermanos (Eugenio y Carlos) han destacado en el mundo de la cultura castellana en Catalunya.

Nuestra relación nunca fue estrecha, pero en el transcurso del tiempo intercambiamos conversaciones y algunos almuerzos en los que analizamos la evolución de España y Catalunya. Nuestros análisis eran distintos, pero siempre admiré su cualidad de hombre radicalmente libre, su gran inquietud cultural y su voluntad de proyectarse como un conservador sin prejuicios.

Recuerdo que aún en plena dictadura, pero cuando ya había sido designado sucesor, Juan Carlos visitó a Josep Pla en su casa de Llofriu. La visita la ingenió Trías, gracias a su amistad con el diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa, entonces secretario del príncipe. Fue un gesto hacia el mundo, entonces no triunfante, del catalanismo. Más tarde, junto al constructor Josep Maria Figueras, quiso resucitar la Lliga, el tradicional partido conservador catalán, en las primeras elecciones de 1977. Aquel intento fracasó porque Catalunya se volcó a la izquierda (el PSC y el PSUC fueron los más votados) y Figueras era más un empresario individual que un político con voluntad de pacto.

Luego se trasladó a Madrid, donde fue abogado en algunas causas célebres (el caso de Violeta Friedman contra Léon Degrelle, miembro de las SS) y donde montó un próspero bufete con una buena clientela, entre ellos varios empresarios del lobby judío madrileño. Y fue colaborador y consejero de 'Abc', por su amistad con Guillermo Luca de Tena.

Pero la política era su oscuro objeto del deseo y Aznar le tentó para que, junto a Josep Maria Trias de Bes, que venía de la CDC de Miquel Roca, encabezara la lista del PP por Barcelona en las legislativas de 1996, las de su primera victoria electoral. Sin embargo, el PP de Aznar era un mundo bastante cerrado y personalista para alguien más inquieto que adicto a la disciplina. El hecho es que no repitió en las elecciones del 2000, las de la mayoría absoluta.

Continuó su vida profesional en Madrid y fue tesorero del Colegio de Abogados. Y en la vida social -donde siempre supo triunfar y relacionarse- estableció una fuerte amistad con Luis Barcenas, el tesorero del PP, que era como él un gran aficionado a la montaña. Por eso cuando Bárcenas fue inculpado por la financiación ilegal del PP y abandonado por el partido, recurrió a Trías para que le aconsejara, intentara mediar con Moncloa y expusiera la situación, de forma directa, al juez Antonio Pedreira, también amigo de Trías, que fue el primer instructor del caso.

Yo no era íntimo de Trias, pero de lo que me explicó y de lo que escribe en su imprescindible libro 'El baile de la corrupción', creo que transmitió a Rajoy lo delicado del asunto. Él creía que penalmente el caso no tendría mucho recorrido, pero que el escándalo era mayúsculo y había que aclarar las cosas en previsión de males mayores, que de hecho ya se han producido. Luego, cuando constató que el PP seguiría negando la realidad, decidió que debía dar a conocer, a través de 'El País', la famosa contabilidad B del PP. No se debía ocultar un caso grave y persistente de financiación ilegal del partido gobernante.

Trías, quizás más escritor e intelectual que político profesional, no conocía la ley de hierro de los partidos españoles en los que la cúpula es todopoderosa. Alfonso Guerra verbalizó aquello de “quien se mueve no sale en la foto”. Y el PP de Aznar y Rajoy -aparte de sus posibles méritos como presidentes- ha sido todavía más guerrista que el propio Guerra.

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Por eso Trías tuvo que cerrar su despacho de Madrid, donde los clientes fueron desapareciendo, y regresar a su refugio de Barcelona, muy próximo al Círculo Ecuestre. La última vez que lo vi todavía creía que la derecha podía regenerarse. Ha muerto a los 75 años de una posterior complicación respiratoria a un covid que ya había superado.

La política exige respetar la ley de hierro de los partidos: no cerrar filas es alta traición y debe ser castigada. Para que sirva de ejemplo.  

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