Gente corriente

Josep Ramon López: "El pueblo ya no existe, pero la gente aún lo siente suyo"

El excura del pueblo inundado por el embalse de la Baells revive la lucha de los vecinos por mantener a flote su esencia.

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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La pequeña barca a motor deja atrás el embarcadero de Cercs y avanza por el pantano de la Baells rumbo a lo que fue el pueblo de Sant Salvador de la Vedella, que quedó inundado tras la inauguración del embalse, en 1976. En el fondo lodoso quedaron campos, huertos, calles, plazas y edificios en ruinas; solo la iglesia del pueblo, un antiguo monasterio del siglo IX conocido como “el castell”, emerge de las aguas como guardián de los recuerdos de sus vecinos. Han pasado más de 40 años y Josep Ramon López ‘Pepito’ (Berga, 1943), que fue vicario del pueblo, acaba de publicar Sant Salvador de la Vedella, la força d’un poble, el primer libro que recoge la peculiar historia de esta localidad del Berguedà que se trasladó en bloque a un nuevo hogar.

Usted era el cura de Sant Salvador desde 1968.

También era profesor en la academia del pueblo y ayudaba al panadero. Un cura no puede estar de brazos cruzados [ríe]. 

No tardaría en colgar los hábitos.

El día de Sant Jordi estaba firmando libros y se me acercó un hombre que aún se acordaba de la misa en la que dije: “Señores, me he enamorado de una mujer y dejo de ser cura”. Era 1974 y fue mi última misa.

Usted decidió su destino, igual que las 300 familias del pueblo.

En 1971 se aprobaron los planes de construcción del embalse y el ministro de gobernación nombró un nuevo alcalde, Ignasi Camps. Lo primero que hizo fue convocar una asamblea y plantear dos opciones a los vecinos: coger la indemnización o renunciar a lo que le tocaba a cada uno y ponerlo todo en un fondo común para construir un nuevo pueblo.

¿Una asamblea? Entonces se llevaba más el ordeno y mando.

Hubo más asambleas y consultas populares, fue un proceso muy participativo para la época; incluso el nombre del nuevo pueblo se decidió en referéndum. La primera iniciativa fue votar a cinco personas que formaron el patronato local de la vivienda que representaría a los vecinos ante la administración.

Y entre ellos estaba usted.

Sí. Lanzamos una encuesta para ver qué necesidades había en Sant Salvador y si la gente estaba dispuesta a trasladarse a otro pueblo. La mayoría dijo que sí y se empezó a buscar un lugar donde construirlo. Queríamos levantar un pueblo y no solo bloques de pisos. Queríamos plazas, servicios, equipamientos… Pusimos un gran empeño en que se respetaran los derechos de los vecinos y que todos se sintieran bien.

Tras un proceso muy complejo, se terminó de construir Sant Jordi, a poco más de un kilómetro de Cercs.

Entonces empezó la operación de traslado, que es lo que más dolor causó a la gente. Pensar que tienes que dejar tu casa, el lugar donde has vivido y donde tienes enterrados a tus muertos es muy duro, y volver a acomodar las relaciones de vecindad en otro lugar no es fácil.

El alma de un pueblo es su gente, no las piedras. 

La fuerza es lo que distingue a este pueblo, de ahí el título de libro. Nadie se hubiera aventurado a tirar adelante un proyecto así de no ser porque teníamos la fuerza de todo un pueblo detrás.

Ver cómo tu casa se sumerge debe ser impactante.

Es como enterrar todos tus recuerdos. Mi objetivo es que la memoria no caiga en el olvido y por eso, aparte de la información técnica, la parte más valiosa del libro son los testimonios de los vecinos. Cada vez que el nivel del agua baja, volvemos a Sant Salvador porque, aunque el pueblo ya no existe, la gente aún lo siente suyo.

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Pero el agua está erosionando la roca sobre la que se asienta la iglesia. ¿Podría caer?

Aquí la gente se casaba y bautizaba a sus hijos. Yo me he emocionado escribiendo sobre el castell. Si dejáramos que se derrumbara sería un descuido muy serio y supondría la desaparición de un símbolo muy importante.