Otra 'colina' de la hamburguesa

Un McDonald's toma el relevo del centenario restaurante Can Soteras en Barcelona

Can Soteras dice adiós a paso de caracol

Eixample, más de 16.000 tiendas y ya solo quedan 71 emblemáticas

Dos obreros desescombran el interior del antiguo y centenario Can Soteras.

Dos obreros desescombran el interior del antiguo y centenario Can Soteras. / Jordi Otix

Carles Cols

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Está a punto McDonald’s de tomar por la fuerza de su chequera otra ‘colina’ de la ciudad, la esquina del paseo de Sant Joan con la Diagonal o, dicho de otro modo, lo que durante más de 100 años, edad que pocos establecimientos son capaces de alcanzar en Barcelona, fue Can Soteras, restaurante que a su manera fue un perfecto tratado de la historia local. Colgado desde el pasado mayo el cartel que anunciaba que el local ya había sido alquilado, este septiembre han comenzado las obras que probablemente borrarán todo vestigio de lo que Can Soteras fue (entre otras muchas cosas, la llamada BBC de Barcelona: bodas, bautizos y comuniones) y renacerán esos bajos probablemente sin que falte ni una de esas señas de identidad que caracterizan a los más de 36.000 McDonald’s que hay en el mundo. Al hecho de que esos ‘fast-food’ sean prácticamente todos clónicos, ya sea en Barcelona, Londres, Buenos Aires, Roma, París, Saigón, Melbourne y en un largo etcétera, los ámbitos académicos le han puesto el nombre de una dolencia, la ‘urbanalización’, es decir, la tendencia de las grandes ciudades a ser banalmente parecidas.

Esta no es, por supuesto, la primera ‘colina’ icónica que conquista esta cadena en Barcelona. En el número 48 del paseo de Gràcia, McDonald’s ocupa los bajos de una obra poco reivindicada de Josep Puig i Cadafalch, un edificio de la etapa en la que este arquitecto del santoral mayor del modernismo había comenzado a renunciar a esa corriente artística y se adentraba en el más sobrio ‘noucentisme’. Es la finca Casarramona, del mismo nombre que la antigua fábrica de la falda de Montjuïc. Está justo delante de otro Puig i Cadafalch, la Casa Amatller de la Manzana de la Discordia, y quizá por eso se les presta poca atención, por eso y porque el McDonald’s le resta empaque. Es una pena. Merece que se le preste más atención, ni que sea por las frutas esculpidas que enmarcan la puerta de entrada, que son como una alegoría de la alimentación sana. Menudo contraste.

Puig i Cadafalch decoró con lo que viene siendo una dieta sana el portal de la finca que hoy es un McDonald's en paseo de Gràcia.

Puig i Cadafalch decoró con lo que viene siendo una dieta sana el portal de la finca que hoy es un McDonald's en paseo de Gràcia. / A. de San Juan

La esquina de la Rambla con la calle de Pelai es, sin duda alguna, otra de las esquinas de referencia de la ciudad, en este caso de un arquitecto poco recordado, Ramon Portusachs. Durante más de 100 años, los bajos de esa esquina coronada con un muy reconocible templete lo fue todo en cuestiones de historia de la restauración y la cultura local. Fue primero el Café Pelayo, lugar de tertulia frecuentado por la llamada Colla de la Renaixença. Después, el local, de enormes dimensiones, pues tenía entrada tanto por la Rambla como por Pelai, fue fraccionado en distintos establecimientos que muchos barceloneses aún recuerdan, como la tienda Gaig de instrumentos de precisión, que exhibía en su escaparate unos llamativos telescopios, la joyería Valentí y, por supuesto, el bar Canaletas, que sobrevivió hasta 1982. Aquella esquina no solo es hoy un McDonald’s. También es, en un más difícil todavía de la ‘urbanalización’, un Burger King.

A esa lista hay quien suma el McDonald’s de Gran de Gràcia, porque se supone que ahí estaba la panadería que regentaba Josep Vidal, el piadoso cristiano que durante el primer tercio del siglo XIX prometió ir en romería hasta la ermita de Sant Medir si sanaba de unas dolencias que le aquejaban. En realidad, aquella es una historia más turbia de lo que parece, porque en realidad Vidal era un carlista redomado que engañaba a sus vecinos con el peso del pan y que quizá puso en marcha esa romería en agradecimiento por salir de los calabozos de la Ciutadella, tal y como descubrieron los historiadores Josep Maria Contel y Jordi Guilera.

Un Puig i Cadafalch casi 'noucentiste',mancillado por un McDonald's.

Un Puig i Cadafalch casi 'noucentiste',mancillado por un McDonald's. / A. de San Juan

El caso, ahora, es que la cadena de comida rápida fundada en 1940 por Dick y Mac McDonald en California añada la esquina de paseo de Sant Joan con la Diagonal a sus direcciones postales amenaza con borrar algunos recuerdos que merecerían ser enmarcados o, al menos, recordados con una o varias placas.

Can Soteras estaba en esa esquina desde 1915, por lo tanto, antes incluso de que en 1931 se edificara esa monumental finca. Jaume Soteras, el primero de la saga de los restauradores que regentaron el local, creyó que aquel lugar, en el que manaba una fuente de agua fresca, era un excelente lugar para servir comidas los ‘traginers’ que en sus carruajes llevaban mercancías a la ciudad. A veces ni siquiera pagaban con monedas. Se les servía un desayuno a cambio de hortalizas y legumbres del carromato. Cuando por fin se edificó aquel solar, Can Soteras ya era una institución. Y más que lo sería cuando la asociación Arca de Noé eligió ese restaurante como sede oficial de sus francachelas y cuando media Barcelona, o al menos de la de esa mitad del Eixample, decidió que sus mesas eran un buen lugar en el que reunir a la familia para las bodas, los bautizos y las comuniones.

Can Soteras, durante la primera mitad del siglo XX.

Can Soteras, durante la primera mitad del siglo XX. / Bcn

Fue célebre también por sus caracoles y por anécdotas que no debería caer tampoco en el olvido, como el hecho de que el último gobierno de la Generalitat, camino del exilio en enero de 1939, hizo una breve parada en Can Soteras para que, con las fiambreras llenas, el viaje fuera más llevadero.

El final de la historia se escribió hace cuatro años. El restaurante fue una víctima más de esas peculiares leyes españolas de arrendamientos urbanos que defienden más la codicia que la memoria. Contaba entonces, en 2020, el nieto de Jaume Soteras que su abuelo salvó la vida a la propietaria de la finca durante los años más sangrientos de la Guerra Civil. La escondió en el montacargas cuando una cuadrilla de desamados venía a por ella. Pasados unos 80 años, la heredera de aquel patrimonio era la que les echaba porque no podían asumir el nuevo alquiler, solo al alcance de bolsillos como los de McDonald’s.

Can Soteras, durante una de sus tradicionales citas gastronómicas con el caracol.

Can Soteras, durante una de sus tradicionales citas gastronómicas con el caracol. / Joan Cortadellas

En resumen, ha conquistado esta franquicia otra ‘colina’ de la ciudad, expresión cuyo uso en esta crónica no extrañará a quienes conozcan uno de los episodios más absurdos de la Guerra de Vietnam, el asalto de la llamada Colina 937, una pequeña cima que se empecinó en arrebatar al enemigo los más granado de la soldadesca estadounidense. Tras varios intentos, a cual más cruento, lo lograron, pero solo para abandonar esa posición al cabo de unos días porque en realidad no merecía la pena. Le puso un nombre a esa idiotez uno de los pocos periodistas que logró entrevistar a los supervivientes, en concreto a un joven de solo 19 años, que respondió con una pregunta a la cuestión de cómo había sido aquella batalla. “¿Alguna vez ha estado usted dentro de una máquina de fabricar hamburguesas?”. Eso dijo. Sobre las consecuencias de esta nueva ‘Battle of Hamburger Hill’ que ha perdido Barcelona versará en parte el próximo viernes la próxima ‘newsletter’ del Eixample.

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