ESTRENO EL 6 DE SEPTIEMBRE

La leyenda de la estación de metro maldita de Barcelona, Rocafort, renace de la mano de una película de terror

En los crédulos años 70 se cimentó el mito de que en los andenes y túneles de esta parada de la línea L1 habitaban fantasmas

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La protagonista de la película, Natalia Azhara, en el andén de Maragall, que hace las veces de estación de Rocafort.

La protagonista de la película, Natalia Azhara, en el andén de Maragall, que hace las veces de estación de Rocafort. / FILMAX

Carles Cols

Carles Cols

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Acaba de resucitar Filmax (la misma productora que a través del ‘REC’ de Jaume Balagueró ya convirtió la Casa Argelich de la Rambla de Catalunya en un destino de peregrinación de los mitómanos del cine de terror) una leyenda urbana que comenzaba a criar malvas. Es la de la maldición de la estación de metro de Rocafort. Durante los 70, una década crédula como pocas, de avistamientos de ovnis, de Uri Geller sugestionando a media España con una cucharilla y un reloj y de casas encantadas por doquier, se cimentó la leyenda de que en los andenes y túneles de esta parada de la línea L1 habitaban fantasmas. Se estrena el próximo viernes ‘Estación Rocafort’ y esto no es, quedan advertidos, una aproximación a los aciertos e imperfecciones cinematográficos del film, sino un acercamiento al lugar y al mito, porque de aquel lugar de la red del suburbano se dicen grandes mentiras y se olvidan, sin embargo, interesantes verdades.

De la trama de la película, como es preceptivo en todo preestreno, es mejor no contar apenas nada por no aguarle los sustos a los amantes del género. Solo decir que la dirige Luis Prieto y que la protagonizan el siempre solvente Javier Gutiérrez y la joven Natalia Azahara. Y solo añadir una información que puede dar mucho de qué hablar. Aunque rodada realmente en el metro de Barcelona, con localizaciones estupendas (¡qué estéticas son siempre las bifurcaciones de vías!) la propia estación de Rocafort brilla por su ausencia. Se intenta dar el pego con otros andenes y vestíbulos de la ciudad. No solo eso, incluso de otras líneas, como la L4, la amarilla para todo barcelonés, no la rojo sangre como es la L1.

Hay que disculpar a Prieto y su equipo. Es Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), celoso guardián del suburbano más allá de lo lógico por motivos de seguridad. De hecho, hay que agradecerle al director que muestre en pantalla lugares inaccesibles, como el recóndito almacén donde se supne que se atesoran los restos del parque de atracciones de Montjuïc, otra leyenda que daría tela para otra película.

El cine es así. También Indiana Jones se plantaba en las puertas de Petra para ir en busca del cáliz de Cristo como si aquello no fuera un lugar reconocible por cualquiera, pero con ese ardid se desdeña la ocasión de convertir la aparentemente anodina Rocafort en un lugar de visita como lo es aún en Washington el 3.600 de Prospect Street Northwest, la casa de ‘El exorcista’, o las Shakespeare Steps del Bronx, solo porque ahí bailó el Joker. Morbos como estos mueven multitudes. Lugares así alcanzan la categoría de referenciales. Sin ir tan lejos, inevitablemente fue noticia en prensa el pasado marzo que un fondo de inversión (eso sí que puede ser terrorífico a veces) acaba de comprar el 34 de la Rambla de Catalunya, la cuna de la saga ‘REC’.

De Rocafort, lo dicho, aseguran los aficionados a lo oculto cosas que no son verdad. No es la estación de metro con más suicidas, argumento que se esgrime para justificar el supuesto ‘mal rollo’ nocturno que causa entre algunos empleados de TMB. En realidad, esa triste plusmarca la ostenta Hospital Clínic, lugar a menudo de malas noticias para los pacientes y de pésimas consecuencias -que a veces se olvida- para los que saltan y también para los conductores del ferrocarril suburbano. Este suele ser un tema medio tabú, por eso tiene un enorme valor documental la entrevista que en estas misma páginas le hizo Toni Sust a un ‘motorista’ del metro (así les llaman en la jerga del oficio) al que se le habían lanzado hasta ocho personas contra el convoy a lo largo de su trayectoria profesional. Ninguna en Rocafort, por cierto. En una ocasión, recién salido de la baja más que lógica tras uno de esos episodios, regresó al trabajo y a la quinta estación, en su primer nuevo día como motorista, sufrió otro suicidio.

Una de las pocas escenas sangrientas del filme, en un túnel, claro está.

Una de las pocas escenas sangrientas del filme, en un túnel, claro está. / FILMAX

¿Qué cimenta, por tanto, la leyenda de Rocafort? Eso lo tiene muy bien archivado Manuel Marina, de un tiempo a esta parte especialista y guía ocasional de las historias del metro. En 1924, durante la construcción de la L1, hubo un derrumbe mortal, pero aquel fatal accidente, en el que murieron 11 trabajadores, estaba más cerca de lo que hoy es la estación de Urgell que de la estación de la película. Doce años más tarde, con el estallido de la Guerra Civil, Rocafort fue, como el resto del metro, un refugio durante los bombardeos de la aviación italiana, y, además, eficaz, aunque el trayecto a la carrera hasta las escaleras del suburbano podía ser muy peligroso. Lo fue. En aquella esquina de la Gran Via murieron varios barceloneses y, a modo de curiosidad, hasta un burro de carga, que salió despedido contra el segundo piso de la fachada del 451 de la avenida. La mancha de sangre estuvo ahí, en la pared, no poco tiempo, hasta que las quejas de los vecinos deseosos de no recordar aquello a todas horas hicieron mella en las autoridades municipales.

La pareja protagonista, a punto uno de los misterios de la maldición.

La pareja protagonista, a punto uno de los misterios de la maldición. / FILMAX

En los años 60, explica Marina, un niño cometió la imprudencia de bajar a las vías a por una pelota. Y entre los fallecidos de Rocafort se supone que hay que sumar también a más de un invidente, más que nada por la cercanía de la ONCE. Pero entonces llegaron los 70. En Televisión Española era todo un éxito de audiencia ‘Más allá’, un programa dirigido y presentado por Fernando Jiménez del Oso, personaje que si en el último episodio en antena hubiera informado la cadena que era un ser venido del mucho más allá, a pocos habría extrañado. Lo paranormal se daba por incuestionable en aquellos tiempos en los que, he aquí la cosa, casi de forma consecutiva hubo cuatro suicidios en Rocafort.

No es leyenda urbana que a partir de entonces hubo trabajadores que interpretaron como fuera de lo explicable pequeñas incidencias. “Vete a saber. El monitor de vigilancia parpadea en un momento y no sabes si es por un fantasma o por una avería del equipo”, explica Prieto, el director del film. Igual que ‘meigas haylas’ en Galicia, en el teléfono del realizador hay no pocos mensajes de trabajadores que, visto que iba a abordar el caso de Rocafort, le explicaron sus experiencias inquietantes. La sugestión es una fuerza muy poderosa. La cuestión es que el guion solo emplea Rocafort como punto de partida de una serie de sucesos que nada tienen que ver con la ola de suicidios. Es algo más alambicado. Sin entrar en detalles, la acción viaja incluso a México, tierra propicia para ir de excusión cinematográficamente al otro mundo.

Una plano inicial de la película.

Una plano inicial de la película. / FILMAX

A la hora de la verdad, si de la estación de Rocafort se trata, el rodaje en ese cruce de calles solo fue en la superficie. El cartel promocional muestra la espalda del protagonista a punto de sumergirse en la escalera de acceso a los andenes, y de fondo aparece esa hermosota finca de 1929, la que en su día salpicó de verdad la sangre de un burro. Es una lástima, pero lo que allí sucede durante la película no presta atención a la esquina adyacente, donde hay otro de los fenómenos extraños de esta ciudad, el del cine Rex, atrapado en una suerte de limbo administrativo que desaconseja al ayuntamiento, por carísimo, comprar el inmueble y a los actuales dueños, la familia Balañá, darle un uso productivo.

Prieto, aunque residente actualmente en Estados Unidos, fue barcelonés durante un tiempo y reconoce que resulta insólito lo poco que esta ciudad se emplea como plató, más allá de la actividad, esa sí bastante habitual, del mundo de la publicidad. Rodar en el suburbano, esa suerte de inframundo, admite, ha sido un privilegio. El metro es un clásico del cine. El de Nueva York, por supuesto. El de Barcelona, apenas. Aunque sea solo por eso, ‘Estación Rocafort’ merece una atención.