Música junto a las vías

Ferrocarrils une de momento Plaza Espanya y Gràcia con un exitoso piano en cada estación

La operadora colocó en junio el segundo instrumento fijo de la red: el lugar parece ingrato, el ruido de fondo es infernal... pero es un éxito.

Las protestas junto a Joan Miró crecen con el inicio de la tala, pese a la reducción de árboles sacrificados

El Govern arranca las obras para conectar las estaciones de Plaça Espanya y Gràcia de Ferrocarrils de la Generalitat

Un joven toca en la estación de Plaça Espanya.

Un joven toca en la estación de Plaça Espanya. / FERRAN NADEU

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hasta el año 2030, como poco, no está previsto que queden unidas por debajo del Eixample las estaciones de Ferrocarrils de la Generalitat de Plaça Espanya y Gràcia, o, lo que es lo mismo,  que en un mismo vagón sea por fin posible viajar desde el Baix Llobregat al Vallès. El calendario previsto, porque los antecedentes invitan al recelo, es tan falible como el juliano, así que ya se verá, pero por lo pronto las dos estaciones se puede decir que ya están unidas de la más poética de las maneras posibles. Ferrocarrils instaló de forma permanente un piano en el vestíbulo de acceso a la playa de vías de Espanya, igual que ya hizo antes, en 2022, en la estación de Gràcia. Lo colocó a finales de junio. El lugar parece ingrato. El ruido de fondo es infernal. Y es, sin embargo, un éxito.

El valor estadístico de una visita al azar de las horas para ver cómo andan esos dos instrumentos musicales es el que es, vamos, poco riguroso, pero en el de plaza de Espanya, al cabo de dos minutos de espera, aparece ya un muchacho. Pol Martín, muy joven, acomoda a su perro a los pies del taburete, al lado coloca su mochila y, sin más, comienza a tocar. Es autodidacta. Ha aprendido en casa con un techado barato. Reconoce que aquello, a pesar de la trápala del lugar, es como conducir un vehículo de alta gama. Menudo piano. Un Yahama bien afinado.

Piano instalado en el vestíbulo de la estación de Plaça Espanya

Piano instalado en el vestíbulo de la estación de Plaça Espanya / FERRAN NADEU

Una hora más tarde, o sea, el tiempo transcurrido entre prestar atención al concierto de Pol y viajar en metro hasta Fontana y luego a pie hasta Gràcia (lo que a partir de 2030 se podrá hacer en un pispás), Santiago, argentino, mantiene un pulso con el exigente Chopin en otro piano. Este está algo más maltratado, pero es de igual calidad al fin y al cabo. Aquí el intérprete no es autodidacta. De niño tomó clases en su país natal, pero por edad resulta evidente que le quedan a lejos. “Trato de recordar”, dice. Resulta obvio que tiene buena memoria o que esto de tocar el piano es como ir en bicicleta, nunca se olvida.

A veces, dice, hay cola. Un par o tres de personas esperan su turno para ajustar la altura del taburete, que como está en la red del suburbano barcelonés no hay más remedio de que esté sujeto con una cadena. Asegura que la espera siempre compensa, no solo porque el piano sea gratificante, sino también por la conversación que más de un viajero termina por brindarle. Algunos se limitan a dar las gracias. Otros, quizá más melómanos, comentan la jugada, como si escuchar aquello fuera ver un gol de Messi.

Santiago, argentino, estudiante de piano en su niñez, una habilidad que ahora trata de refrescar.

Santiago, argentino, estudiante de piano en su niñez, una habilidad que ahora trata de refrescar. / A. de San Juan

La novedad más reciente es, no obstante, el piano de Espanya. A diferencia del de Gràcia, está situado justo antes de las barreras de acceso al andén. Lleva un sello que a estas alturas puede que sea familiar en Barcelona: Maria Canals.

Cada año, la asociación que en vida fundó esta pianista, Concurs Internacional de Música Maria Canals, pone los medios para que intérpretes de cualquier edad y capacidad exhiban en la calle su talento. Reparte pianos por calles y plazas, en el paseo de Gràcia, en la Reial, en el Born, en la plaza de Catalunya… Es una iniciativa estupenda que siempre depara sorpresas, de gente que pasea tras salir de comprar unos zapatos o sale de la oficina y que, de repente, ¡zas!, se revela como un notable pianista. La música es el verdadero esperanto. Al final terminó por ser casi como de la casa, pero en las primeras ediciones resultaba extraño aquel sintecho, de barba larga y melena, que frente al teclado se revelaba como un virtuoso magnífico. Rasputín, le llamaban algunos, no por su maléfica influencia sobre alguien de sangre azul, sino por su aspecto y por su origen probablemente ruso. Nada de todo eso importaba cuando se sumergía en una obra.

Cuando hay un piano de por medio, no hay que tener prejuicios ni tampoco es bueno poner barreras. En ocasiones, explican los organizadores de estas actividades, lo sensato podría ser que un niño de, por ejemplo, seis años, no juegue con uno de esos instrumentos en la calle, pero sorpresas mayúsulas ha brindado más de uno de esos pequeños genios cuyos pies no alcanzan a los pedales. El húngaro Peter Buka fue uno de esos prodigios en su infancia y ahora sus seguidores por redes sociales son millones. Actuó, si es que así puede decirse, porque lo hizo de forma anónima, en la estación de Gràcia. El video anda ya por los cinco millons de reproducciones.

Lo bueno del piano de la estación de Ferrocarrils de plaza de Espanya es que no es efímero, no está ahí solo 15 días o un fin de semana. Como Pol, son muchos los pasajeros melómanos que saben de su existencia. No parece, además, que lo toquen por presumir. A pesar del bullicio y de que por ahí la gente pasa casi a la carrera para no perder el próximo tren (unas 20.000 personas cada día) o hacer lo más rápido posible el transbordo, el pianista, sea quien sea, parece estar dentro de una burbuja. A los músicos se les invita, si lo desean, a compartir su música a través de las redes sociales con una etiqueta de doble y simpática lectura, #johitoco. Es una manera, para los profanos, de certificar cuán distinta puede ser la gente dotada para la música.

Maria Canals es una estrella con luz propia dentro de la constelación de pianistas de fama internacional que ha alumbrado Barcelona. Nació en Barcelona en 1914 y se fue de este mundo en esta misma ciudad en 2010, pero su carrera musical fue especialmente brillante en Francia, razón por la que los más altos reconocimientos le llegaron antes fuera de las fronteras de España. En 1981, Francia le concedió el título de ‘Caballero de las Orden de las Artes y de las Letras’, y no fue hasta 1990 que la Generalitat le otorgó la Creu de Sant Jordi y hasta 1994 que el Ayuntamiento de Barcelona la premió con la Medalla al Mérito Artístico en la categoría de oro.