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Los vecinos de Joan Miró reciben con pitos y humo verde las primeras talas de árboles en el parque

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Un trabajador poda uno de los árboles sentenciados.

Un trabajador poda uno de los árboles sentenciados. / JORDI MUÑOZ

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Con una sonora pitada por parte de los vecinos desde detrás de las vallas de las obras y ocasionalmente botes de humo verde, ha comenzado el trasplante y la tala de más de un centenar de árboles (esa es la previsión) del parque de Joan Miró. La causa es sobradamente conocida a estas alturas. Una buena porción de esa zona verde, icónica en su día, porque fue el primer parque de la democracia en Barcelona, será utilizada para extraer las tierras del túnel de la futura prolongación de la red de los Ferrocarrils de la Generalitat por debajo del Eixample.

Los trabajos comenzaron hace dos semanas, primero, con el traslado de algunos ejemplares a viveros o a otras áreas del parque. Los empleados de las obras han pasado ya a la poda de árboles que serán después seccionados por el tronco y sus raíces arrancadas probablemente con una toconadora.

Dos operarios preparan el traslado de una palmera.

Dos operarios preparan el traslado de una palmera. / XAVIER RIU

La oposición de los vecinos a esta tala hace meses que dura y no parece que vaya a cesar. En su opinión, había alternativas más respetuosas con el verde urbano para situar esa boca de extracción de tierras, por ejemplo, dentro del recinto de la Fira de Barcelona, en uno de los de pabellones, lo que incluso habría posibilitado realizar esas operaciones a cubierto y, así, reducir notablemente la contaminación por partículas en suspensión. El principal argumento de la Generalitat para rechazar ese remedio alternativo no fue técnico, sino presupuestario.

Desde el punto de vista de los vecinos, esa decisión es un monumental error, porque esta parte del Eixample tiene el triste honor de estar a la cola de verde per cápita. El parque ocupa el gran solar que en su día dejó el antiguo matadero municipal, que estuvo activo hasta 1979. El primer gobierno municipal elegido democráticamente en la ciudad desde finales de la Guerra Civil quiso mandar a la ciudadanía un inequívoco mensaje de cambio y, lejos de convertir aquello en una conjunto de promociones inmobiliarias, abrazó la reivindicación vecinal de que fuera un parque. Como curiosidad, algunas de las palmeras ahora condenadas fueron plantadas entonces, en 1983, procedentes de Elche. Fueron las primeras de varios centenares que a lo largo de los años se importaron más como una moda que por sentido común.