Paseo de Gràcia, 55

El White Rabbit OffMuseum cosecha elogios entre los turistas y sale literalmente en busca del público local

¿Quién mató a Vinçon?: la historia de un icono del paseo de Gràcia

Carles Cols

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Abrió sus puertas al público a mediados de mayo White Rabbit, inclasificable nuevo museo de la ciudad, y desde entonces ha cosechado positivísimas críticas en internet entre sus hasta ahora principales visitantes, o sea, turistas, sobre todo, pues esta (hay que insistir en ello) inclasificable nueva atracción de la ciudad está en el 55 del paseo de Gràcia, de un tiempo a esta parte una calle más para extranjeros que para público local. Quieren revertir esa situación los responsables del White Rabbit OffMuseum, o, como poco, equilibrar la balanza, es decir, que ese espacio no pase inadvertido para los barceloneses, porque, en honor a la verdad, encontrarán entre sus paredes guiños indescifrables para alguien de fuera. Incluso en el lavabo, que ya es decir. Es por esa razón de peso, para equilibrar la balanza de las visitas, que, entre otras promociones, el equipo que capitanea Quique Vives, el director, ha comenzado a esconder entradas por la ciudad. Un juego, sí, pero con premio

Merece la pena primero recapitular. Aquello, el 55 del paseo de Gràcia, fueron las galerías comerciales más atractivas de la ciudad, el Bulevard Rosa, con las que la ciudad podría decirse que está en deuda. Se inauguraron en 1978, cuando esa avenida estaba en sus horas más bajas, por una parte porque gran parte de las plantas bajas estaban ocupadas por anodinos bancos, y, por otra, porque Gaudí y el resto del modernismo apenas despertaban entonces interés. El Bulervard Rosa, a su manera, cebó la bomba de una vida comercial entonces que, salvo por la excepción de Vinçon, el Drugstore y de algunos cines, estaba muy aletargada. Cuando en 2017 cerró sus puertas, el paseo de Gràcia era radicalmente distinto, una fotocopia de cualquier calle del lujo del resto del mundo, vamos, lo que aún es hoy, así que la apertura ahora del White Rabbit hasta puede ser observada con curiosidad botánica, a ver qué crece ahora que se ha plantado esa semilla.

'L'ou com balla' , una tradición siempre hipnótica.

'L'ou com balla' , una tradición siempre hipnótica. / JORDI OTIX

Lo dicho. A través de sus redes sociales, Instagram y Tiktok, los responsables del museo retan a los barceloneses a descubrir esta curiosidad. Lo hacen también con colaboraciones esporádicas con la pandilla del Razzmatazz y han buscado también, para repartir entradas gratuitas, la complicidad de uno de esos talleres que este último lustro le han situado a Barcelona como una de las ciudades con mejores helados del mundo, el Paral·lelo de la calle Sèneca,

Nada de todo esto, claro está, responde a qué es White Rabbit. Para los turistas es, poco o mucho, un curso de posgrado en la singularidades de la cultura local, vamos, el abecé de sus tradiciones más inexportables, como hacer bailar huevos en la punta de un chorro de agua y esconder figuritas humanas defecando en algo tan sagrado como la representación del nacimiento de Jesús, pero también es una aproximación a cómo en Barcelona lo canalla y lo formal pueden darse a veces la mano de la forma más amigable. De este último puede que no haya un ejemplo más indiscutible que la Fura dels Baus, compañía de teatro que en sus inicios literalmente aterrorizaba a algunos espectadores o les causaba una angustia próxima a la náusea y que, sin embargo, con un par por parte de las autoridades municipales fue elegida para dar forma a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 1992. Expresamente para el Whit Rabbit, la Fura ha aportado tres hipnóticas piezas, aptas, eso sí, para todos los públicos.

La entrada al espacio en el que ha colaborado La fura dels baus

La entrada al espacio en el que ha colaborado La fura dels baus / JORDI OTIX

En este tipo de reseñas periodísticas siempre es mejor recomendar la visita y no desvelar mucho, o sea, dejar que sea el público el que descubra, como en ‘El sexto sentido’, que Bruce Willis es ya de otro mundo, pero un par de pistas nunca está de más dejarlas en negro sobre blanco.

Al museo se accede a través de un túnel en cuyo recodo final aguarda una de las creaciones más recordadas de TVboy, lo cual ya es una manera de explicar cómo es Barcelona, porque bajo ese seudónimo se esconde un artista urbano que pertenece a la comunidad internacional más numerosa de la ciudad, la italiana, sin la que esta metrópoli perdería parte de su encanto. Sus trabajos son siempre llamativos e incluso, a veces, robados de la calle. Para el museo, TVboy ha reeditado la incursión nocturna que este artista realizó en vísperas de la Diada de Sant Jordi de 2017 y en vísperas también de uno de aquellos tempestuosos enfrenamientos entre el Real Madrid de Cristiano Ronaldo y el FC Barcelona de Lionel Messi. Ganó el Barça, 2 a 3, y la ciudad ganó aquellos días, además, un telón de fondo en el que las parejas iban a besarse cámara en mano.

TVboy, en abril de 2017, en pleno proceso de colocación de su beso entre Messi y Ronaldo.

TVboy, en abril de 2017, en pleno proceso de colocación de su beso entre Messi y Ronaldo. / Julio Carbó

Ahora que definitivamente Barcelona se ha quedado sin El ingenio, tienda sin igual dedicada a la imagenería de la cultura popular, hace bien White Rabbit en dedicar una de sus salas a los cabezudos, reinterpretados por los artistas Carles Piera y Enric Planas, pura artesanía que contrasta con el uso de las últimas tecnología que se emplean en otras salas para contar otras de las peculiaridades del carácter local. Entre el público de los museos hay, a veces con fundamentados motivos, grandes alérgicos a los espectáculos inmersivos y a las realidades virtuales. Sus buenas motivos razones tienen. Es un consejo que dejen atrás, ni que sea una sola vez, esa aversión a las gafas de 3D y a los auriculares y se dejen llevar por lo que puede ser considerada la joya del White Rabbit, un viaje de siete minutos a la leyenda de Sant Jordi (hasta aquí nada del otro mundo) y a las tradiciones de los ‘castellers’ y el ‘correfoc’. Son siete minutos de tiempo espléndidamente invertidos.

Un padre y su hijo, en el lavabo del museo.

Un padre y su hijo, en el lavabo del museo. / JORDI OTIX

Hay mucho más, por supuesto, pero que sea necesario reseñar aquí, solo una cosa, el lavabo, porque fue sugerido al principio del texto.

Esto lo recordarán solo los más maduros del lugar, los que vivieron la Barcelona de los años 90, en la que tras la estela de modernidad que abrieron los Juegos Olímpicos se inauguraron una constelación de locales en los que tomar una copa y bailar cuyo denominador común era el diseño, algo a lo que no eran ajenos ni siquiera los urinarios. Los del Nick Havanna fueron todo un Everest en este sentido. Un cristal de espejo permitía miccionar cara al público. No ha ido tan lejos White Rabbit, pero lo suyo es otro ochomil en este campo. Un botón gigante recibe a los visitantes con una advertencia. No tocar. Claro, nadie resiste la tentación. Lo que ocurre a continuación hubiera sido la repera en los años 90. E incluso hoy en cualquier bar de moda. Quedan avisados.