La guinda de un gran proyecto cultural

Sant Pau añade a su ruta modernista una expo de su operación más arriesgada: la mudanza de 2009

El Hospital de Sant Pau disecciona la mente genial de Domènech i Montaner

El recinto modernista de Sant Pau cumple 10 años de turismo sin estridencias

La reliquia laica de un mártir de la radiología que atesora Sant Pau

Una de las fotografías de la exposición, en el Pabellón de la Purísima.

Una de las fotografías de la exposición, en el Pabellón de la Purísima. / A. de San Juan

Carles Cols

Carles Cols

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El recinto modernista del Hospital de Sant Pau ha añadido (aunque solo de forma provisional, hasta finales de octubre) una etapa más para las visitantes que recorren los pabellones, túneles y el antiguo quirófano de aquel monumental (en todos los sentidos de esa palabra) centro de salud. Son pocas, es cierto, pero una docena de excepcionales fotos de gran tamaño se exhiben en el interior del antiguo y aún pendiente de restauración definitiva Pabellón de la Purísima. Son 12 retratos de aquellos ajetreadísimos días de junio de 2009 en que toda la actividad médica del hospital, como si fuera un corazón o un hígado, fue trasplantada al edificio de nueva planta que hoy es Sant Pau, en la calle de Sant Quintí. La visita al recinto modernista merece siempre la pena por la mayúscula herencia arquitectónica que allí dejó Lluís Domènech i Montaner. También resulta interesante porque permite adentrarse en cómo durante 90 se practicó, al menos en ese lugar, la medicina. Esas 12 fotos son, si se permite la metáfora de ‘pinball’, una bola extra que disfrutará especialmente el público local, porque quien más quien menos fue paciente o fue de visita al antiguo Sant Pau y lo que supuso la mudanza de centenares de pacientes no le dejará indiferente.

Domènech i Montner levantó lo que en su día se consideró la cima evolutiva de la atención sanitaria, no solo un lugar arquitectónicamente exquisito, sino, sobre todo, aireado, con espaciosos jardines alrededor de los cuales en cada pabellón se trataba un género de dolencias. El paso de los años terminó por ocultar gran parte de esa magnificencia. Las muy higiénicas baldosas que cubrían techos y paredes desaparecieron de la vista, ocultas tras falsas paredes y, por ejemplo, la antigua Unidad de Curas Intensivas, que ocupaba el antiguo Pabellón de San Salvador, hoy visitable, era radicalmente distinto cuando los fotógrafos Robert Ramos, Ferran Sendra y Pere Virgili recibieron el encargo en 2009 de documentar, en la medida de lo posible, aquel traslado.

Un camión de mudanzas, junto a uno de los pabellones.

Un camión de mudanzas, junto a uno de los pabellones. / A. de San Juan

La misión principal era, por supuesto, llevar uno a uno a los pacientes de sus antiguas camas a las nuevas, en el novísimo edificio, lo cual significaba para muchos de ellos casi viajar en el tiempo. Menudo cambio. La misión fotográfica era, en ese contexto, algo secundario. Podía incluso no haberse llevado a cabo. De hecho, fue una idea de última hora. Una feliz idea, por supuesto, pero a contrarreloj. Apenas había fechas para realizar ese trabajo a caballo del fotoperiodismo y la documentación. Ramos, el jefe de la expedición, tenía en principio que ir solo, pero no quería perderse instantes irrepetibles por el simple hecho de estar en el lugar inadecuado, así que echó manos de un par de colegas de profesión, Sendra y Virgili. Cómo si no habría sido posible, por ejemplo, que este último capturara ese instante en que dos operarios se llevan a pulso el rótulo luminoso de las urgencias por los túneles de Sant Pau.

Fue un trabajo frenético, recuerda ahora Ramos. Claro, dice, para el personal médico aquellos tres tipos con una cámara eran un elemento extraño en mitas de esa coreografía de camillas y ambulancias de aquí para allá. Luego estaba el problema de la intimidad, que entonces se solventaba con una simple autorización de los pacientes, si estaban en disposición de hacerlo, o de sus familiares. Hoy sería mucho más difícil. A todos ellos, aunque sea con retraso, merece la pena darles las gracias, porque con su presencia en la escena reafirmaron la importancia del momento.

El Pabellón de San Rafael, que recrea el aspecto original de las salas de ingresados del hospital.

El Pabellón de San Rafael, que recrea el aspecto original de las salas de ingresados del hospital. / ZOWY VOETEN

Explica Ramos que esas 12 fotografías expuestas en el Pabellón de la Purísima son solo una muestra de una colección más amplia que, por suerte, atesora el archivo de Sant Pau para quién sabe qué, cuándo y dónde. Pasado 15 años, tiene aún muy presenta la sensación de no dar abasto ante todo lo que sucedía antes su objetivo, esos camiones de mudanzas aparcados en las rampas de acceso a los edificios, los enfermos más saludables dando un último paseo en pijama por los jardines, aquel gato que tenían medio adoptado las enfermeras y al que hasta le habían puesto un nombre… Tiene claro ese recuerdo y, también, quizá incluso más, la impresionante organización con la que todo aquello se llevaba a cabo, muy digna, por decirlo de algún modo, de Domènech i Montaner, un genio del modernismo meticuloso como pocos, que por fortuna para los estudiosos de su obra a día de hoy, guardaba perfectamente ordenado hasta el más mínimo esbozo que realizaba cuando aceptaba un encargo.

Las fotos, lo dicho al principio son solo una guinda temporal que se puede saborear en un pabellón a medio restaurar. Así como el Pabellón de San Rafael ha recuperado su inmaculado aspecto original y se ha musealizado de manera que recuerda cómo eran ingresados allí los pacientes hace 100 años, el de la Purísima está como recién salido de la sala de operaciones, convaleciente aún, lo cual no es malo si el propósito es mostrar precisamente esas 12 fotografías.