HOMENAJE A HELLEN KELLER

Los sordociegos reivindican con una visita táctil a Sant Pau una vida plena y sin obstáculos

El recinto modernista de Sant Pau cumple 10 años de turismo sin estridencias

Consell de Cent, una muralla infranqueable que desorienta a los ciegos

El ayuntamiento encara el reto de limpiar de 'trastos' los alrededores de la Sagrada Família

Visitantes con sordoceguera exploran el Recinto de Sant Pau

Visitantes con sordoceguera exploran el Recinto de Sant Pau / Vídeo: EFE / Fotos: Jordi Otix / Edición: Laly Chávarry

Carles Cols

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El modernismo catalán, a flor de piel en el sentido más físico de esa expresión. Una sesentena de invidentes y sordociegos (solo por curiosidad, se les distingue por su bastón, blanco integral los primeros y con una franja roja los segundos) han visitado por primera vez el recinto modernista del antiguo Hospital de la Santa Creu y Sant Pau para, como no, palparlo, conocerlo más allá de la palabra. Iban más que documentados previamente. En las preguntas a la guía era evidente que se sabían la historia de aquel colosal recinto sanitario que dio servicio a la ciudad durante 90 años, pero para los 60 miembros de esa expedición, las yemas de los dedos son sus ojos. Aseguran que visitas así significan un antes y un después. El 27 de junio celebra la ONCE el Día Internacional de las Personas con Sordoceguera. Lo celebraron hace un año en la Sagrada Família. Este, en Sant Pau. Puede que no haya una arquitectura más interesante al tacto que el modernismo y hasta puede que en ausencia de uno o más sentidos se tenga una percepción más profunda de Antoni Gaudí y Domènech i Montaner que con una vista de lince.

¿Por qué el 27 de junio? Fue en esa fecha, pero de 1880, cuando nació en la más rural Alabama, Hellen Keller. Quizá por ese nombre no a todo el mundo le venga a la cabeza quién fue. Quizá sea más fácil refrescar la memoria por el nombre de Anne Sullivan, que fue el que se empleó en el cine para contar su historia como si de un milagro se tratara. Keller sufrió una infección al año y medio de vida que la dejó ciega y sorda y, en consecuencia, aparentemente incapaz de comunicarse con el resto del mundo. Tan soberbia estuvo la actriz Patty Duke en el papel de Hellen Keller que con solo 15 años obtuvo un Oscar. La película es una biografía parcial, solo abarca el periodo en que una maestra, Anne Sullivan, consigue con un lenguaje de signos táctiles abrirle a la niña las puertas del mundo. Lo que vino después fue lo que la ONCE celebra con gran orgullo. Keller se licenció con un título universitario, escribió varios libros y fue una incasable defensora de los derechos de los trabajadores y una feminista de aúpa.

Enric Botí, delegado de la ONCE en Catalunya, ha invitado a ver más allá del aspecto lúdico y cultural de la visita a Sant Pau. Ha reclamado (jamás se cansa de hacerlo) que las administraciones y las entidades privadas, como es el propio recinto modernista del hospital, pongan de su parte todo lo necesario para que las personas ciegas puedan hacer una vida como la de cualquier otro ciudadano. En el cas de los sordociegos el esfuerzo que se requiere es mayor, pero no inútil. En Catalunya son unas 450 personas las que padecen esa doble afección.

En Sant Pau hace meses que tomaron nota de esa demanda. Trabajan ya para tener a punto, probablemente a finales de año, una gran maqueta táctil. La Sagrada Família tiene ya una, imprescindible para comprender unas formas que jamás será posible describir a la perfección solo con la voz. Y en Sant Pau prevén también disponer de un sistema de audición por bucle magnético, una maravilla para las personas con problemas de audición. La señal, limpia de ruidos de fondo, llega nítida al audífono o directamente al implante con el que viven algunas personas sordas.

Un sordociego toca la base de una barandilla.

Un sordociego toca la base de una barandilla. / JORDI OTIX

A falta de esas dos innovaciones, la maqueta y el bucle magnético, la visita ha sido, ese a todo, una oportunidad única. E incluso ha ido más allá de lo que se permite al público general. Uno de los pabellones mejor musealizados es el San Rafael. Fue el que mejor sobrevivió a esos 90 años de intensísimo uso del recinto como hospital. Quizá nada tenga que ver, pero era el techo que albergaba a los hematólogos y sus pacientes. Tan bien conservado estaba que se recreó en él el aspecto de Sant Pau cuando entró en servicio, con las camas de época y sus mesillas de noche al lado. Y con las cúpulas del techo a la vista, una gran sala diáfana. Han podido los miembros de la expedición ir más allá del cordón de seguridad y tocar los elementos expuestos.

Lo mismo han hecho (en las escalinatas nobles del vestíbulo o en la red de túneles que conectaban a través del subsuelo los distintos pabellones. Basta tocar las baldosas de la pared, sin aristas, sin ángulos rectos, para comprender que el propósito de Domènech i Montaner era un extrema limpieza y comodidad.

Es como si fuera necesario ser ciego para ver, ha explicado, aunque con otras palabras, Chelo González, una de las invitadas a la visita. Fue enfermera en el cercano Hospital Dos de Maig hasta que sus ojos comenzaron a fallar. Recordaba de sus años en activo en esa profesión la imponente fachada principal de Sant Pau, pero no su arquitectura interna. No estaba ahí, en la visita, por esa nostalgia, sino porque, es cuenta, se lo pasó en grande meses atrás en un recorrido similar por la Masia Freixa, otra ‘delicatessen’ del modernismo, pero de Terrassa.