2,4 millones de visitantes desde 2014

El recinto modernista de Sant Pau cumple 10 años de turismo sin estridencias

El Hospital de Sant Pau disecciona la mente genial de Domènech i Montaner

Un informe (inaccesible) retrata como nunca antes la azarosa historia del Palau Montaner

Carles Cols

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Diez años cumple el antiguo Hospital de la Santa Creu i Sant Pau como destino no de curas y sanaciones, como fue durante 90 años su función, sino como lugar de visitas literalmente monumentales. Unos 2,4 millones de personas se han adentrado desde 2014 en su pabellones, túneles, jardines, salones nobles y, como si fuera un Park Güell de Lluís Domènech i Montaner, en su sala hipóstila, porque la tiene y muy hermosa. Este año, creen los responsables de la gestión de este arquitectónico sin igual en Europa, serán unos 400.000 los visitantes, eso si sigue la actual progresión de venta de entradas. El aniversario se puede resumir así, con cifras, siempre frías, o, mejor aún, con un veredicto: cumple el recinto modernista de Sant Pau 10 años de turismo tranquilo, 10 años que demuestran, siempre con matices, que otra Barcelona era posible.

No lo conocían. Les ha sorprendido gratamente. Ese es el retrato robot de los visitantes habituales de este espacio situado a 500 metros exactos de la Sagrada Família y que en determinados aspectos es justo todo lo contrario, la ‘antisagradafamília’. No solo se trata de las cifras, porque las de basílica son realmente de vértigo, 4,7 millones solo en 2023. La cuestión es otra. Cada uno en un extremo de la avenida de Gaudí, son dos recintos en obras, de construcción en el caso del templo, de reconstrucción en el del antiguo recinto sanitario. La basílica crece (está previsto que en 2015 alcance su cota máxima, 175 metros) como se supone que más o menos lo hubiera deseado Antoni Gaudí. La restauración de Sant Pau también avanza a su ritmo. Van ya los trabajos por el noveno de los 12 pabellones que conformaban esa ciudad dentro de la ciudad que era el recinto hospitalario, una forma de decirlo que no es una exageración, pues ocupa el equivalente a nueve manzanas del Eixample, y además, de forma desafiante, de forma oblicua a la trama de Ildefons Cerdà.

El vestíbulo principal de Sant Pau.

El vestíbulo principal de Sant Pau. / FERRAN NADEU

Si de la Sagrada Família no quedan apenas planos y esbozos, en parte por culpa de lo feroz que fue la Guerra Civil en la retaguardia barcelonesa, del proyecto del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, gracias a que Domènech i Montaner puede que fuera el modernista más meticuloso del mundo, se conserva prácticamente todo, hasta el más mínimo detalle, más 2.200 planos, que se dice pronto. Las excepciones son mínimas. Y cuando las hay, la honestidad es mayúscula. Hay una sala en el ala de antiguo Colegio Mayor, por ejemplo, de la que no hay dibujos ni fotografías, algo insólito, o sea, que no sabe cómo era. La solución ha sido dejarla en blanco.

Conviene aclarar algo. No hay ninguna competición en curso sobre qué se finalizará antes, si la Sagrada Família, con su controvertida escalinata incluida, o los pabellones restantes de Sant Pau, cuyos trabajos se financian más modestamente. La recaudación de las entradas y el alquiler de los espacios disponibles la administra una fundación, que destina esos ingresos a las obras, pero también, principalmente, a proyectos de carácter social y a iniciativas de investigación médica y asistencial del nuevo hospital. El recinto, de tan gigante y polivalente que es, se alquila para eventos o, por ejemplo, reuniones profesionales. A menudo son actos que están relacionados con la medicina. Puestos a elegir, los profesionales de la salud prefieren en ocasiones arrendar un espacio de Sant Pau y no en otro auditorio de la ciudad porque, al fin y al cabo, la cifra que abonan revierte en su sector, ya sea en la restauración del edificio o directamente en investigación y atención médica.

Los túneles de Sant Pau, que conectaban los distintos pabellones del hospital.

Los túneles de Sant Pau, que conectaban los distintos pabellones del hospital. / FERRAN NADEU

Pero por encima de esas cuestiones contables, lo que ha logrado el recinto monumental de Sant Pau es convertirse en una visita cultural de la ciudad, para locales y para foráneos, quizá no una de los primeros cinco destinos ineludibles de la lista de cualquier turista de paso breve por Barcelona, pero sí de los que le dedican una jornada más a sus vacaciones y, sobre todo, de los que repiten por segunda vez.

La gente se sorprende cuando cruza el umbral de la puerta de entrada. La fachada es majestuosa, pero no anticipa, de ninguna manera, lo que se esconde detrás. Lo explica más o menos así una portavoz del recinto. Y es verdad. En una ciudad donde cada metro cuadrado es un yacimiento de petróleo, Sant Pau es casi una anomalía. Y más si se tiene en cuenta cuán maltrecho quedó tras 90 años de uso intensivo. En el año 2009 bajó la persiana. Se trasladó toda la actividad al modernísimo nuevo hospital, en la ronda del Guinardó. Fue una mudanza que, qué lástima, no fue suficientemente documentada. Se trasladaron las oficinas y se estrenaron quirófanos, pero a veces se olvida que comportó también mover a cientos de pacientes, entre ellos bastantes en delicados estados de salud.

El hospital, ya vacío en 2009, tal y como lo retrató Josep Maria de Llobet en un proyecto fotográfico único.

El hospital, ya vacío en 2009, tal y como lo retrató Josep Maria de Llobet en un proyecto fotográfico único. / JOSEP MARIA DE LLOBET

Fue como la evacuación de los cuadros de los Museo del Prado durante la Guerra Civil, si se permite la comparación, pero tal fue el ajetreo que, sin embargo, apenas se reparó en la necesidad de documentarlo para la posteridad. Se hizo, sin embargo, algo que tampoco está nada mal. Una vez vacío, desierto, se brindó a un fotógrafo con una especial mirada sobre la arquitectura, Josep Maria de Llobet, la posibilidad de transitar por el viejo Sant Pau cámara en mano. Aquello fue como el preludio de una autopsia. Tituló el conjunto de las escenas que capturó con un nombre inmejorable, ‘El hospital enfermo’, y, de hecho, lo incomprensible es que aquello no sea hoy un libro, más que nada porque invitaría a ponderar el enorme esfuerzo de conservación restauración llevado a cabo desde entonces.

Lo dicho. Cumple el recinto modernista de Sant Pau 10 años como paradigma del turismo ordenado y tranquilo. Tiene capacidad para crecer. Andan sus gestores ahora en campañas de promoción en busca de visitantes de Corea, Estados Unidos e Italia, pero sin excesos. A su manera, su trayectoria invita a imaginar qué sería de la Boqueria y del Park Güell, por citar dos casos, si pudieran volver a empezar.