Investigación inédita

Un informe (inaccesible) retrata como nunca antes la azarosa historia del Palau Montaner

Barcelona celebra las Semanas de Arquitectura, con 180 actividades para acercar el sector a la ciudadanía

Open House: el Palau Montaner, la delegación del Gobierno, abre sus puertas

Un dragón esculpido en piedra abraza la imponente escalinata del Palau Montaner.

Un dragón esculpido en piedra abraza la imponente escalinata del Palau Montaner. / JORDI COTRINA

Carles Cols

Carles Cols

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De todas las vidas que ha tenido el Palau Montaner (Mallorca, 278), lo común es que los barceloneses mejor informados puedan recitar a lo sumo un par de ellas. La primera, claro, que aquel palacete, uno de los pocos que han sobrevivido del primer Eixample decimonónico, fue el señorial hogar de Ramon Montaner, acaudalado editor que confió a su sobrino Lluís Domènech i Montaner que le ‘modernizara’ la mansión que previamente le había comenzado a construir otro arquitecto en el que había dejado de confiar, Josep Domènech Estapà. La segunda es más fácil. Aquel lugar es, hasta nueva orden, la sede de la Delegación del Gobierno en Catalunya y, por eso, estos últimos años punto de encuentro de no pocas protestas en picos de tensión política. No llega todo eso, sin embargo, ni a punta del iceberg de lo que es y fue el Palau Montaner si se tiene la gran fortuna de sumergirse en el trabajo de investigación sin precedentes que por encargo de la Administración central han llevado a cabo dos arquitectas y una historiadora. Lo menos conocido o directamente olvidado de aquella finca es un cofre de historias y anécdotas sin igual que ha sido entreabierto fugazmente con motivo de la Semanas de la Arquitectura de Barcelona.

Solo para abrir boca, fue el Palau Montaner la sede la Falange Española y Tradicionalista de las JONS desde 1951 en adelante, y eso tras una operación de compraventa que fue un pelotazo urbanístico de aúpa. Fue escuela, parcialmente estafeta de Correos, el semisótano albergó un Hogar del Camarada que por su nombre y época, en el ecuador del franquismo, da bastante yuyu, y el sótano cobijó unas tertulias literarias que eran conocidas por sus asistentes como La Hoguera. Fue más cosas aún, pero, por encima de todas ellas, fue y es una joya arquitectónica de Barcelona poquísimas visitable. La historiadora Carme Rodríguez Pedret y las arquitectas Celia Marín Vega y Fátima Domínguez Garijo han biografiado la vida de esta finca como (qué rara es a veces Barcelona) jamás se había hecho con anterioridad y (más raro aún) el resultado de ese trabajo, tan exhaustivo como apasionante, no está en principio disponible salvo por esta breve ventana que abren las Semanas de la Arquitectura.

El vestíbulo principal por el que entraba Ramon Montaner a su hogar.

El vestíbulo principal por el que entraba Ramon Montaner a su hogar. / JORDI COTRINA

El Palau Montaner es, si se desea ponerle un poco de misterio a la cuestión, uno de los enigmas del modernismo barcelonés. Ramon Montaner y su socio en el mundillo editorial Francesc Simon compraron en la década de los años 80 del siglo XIX dos grandes solares de la calle de Mallorca, entre Roger de Llúria y Pau Claris, en un tiempo en que el Eixample crecía a ojos vista y de qué manera. Le encargaron a Josep Domènech Estapà que les construyera un par de mansiones vecinas y ese se puso manos a la obra de inmediato. Pero en 1891, sin que se haya descubierta aún el motivo, Montaner despidió a Domènech Estapà y contrató a su sobrino, Lluis Domènech i Montaner. Quizá se maravilló por lo que los modernistas estaban comenzando a hacer con Barcelona y desde luego Domènech Estapà no lo era. Era un arquitecto más pétreo, sobrio o dígase como se quiera. Fue el responsable de obras como el Hospital Clínic, la cárcel Modelo y la Facultad de Medicina, nada que ver, queda claro, con el otro Domènech, Domènech i Montaner.

El Palau Montaner, tal y como lo dejó Domènech Estapà antes de ser despedido.

El Palau Montaner, tal y como lo dejó Domènech Estapà antes de ser despedido. / .

Aquello, al parecer, fue las comidillas en las tertulias de café e incluso en la prensa satírica, que ante la coincidencia de apellidos optó por una solución más cómoda y comprensible para los lectores. Había dos Domènechs, el bueno y el malo. Caso resuelto. La guinda del pastel fue años más tarde, ‘Domènech el Malo’ fue la opción inicial para dar forma al que iba a ser el nuevo Hospital de Sant Pau y, en el último instante ‘Domènech el bueno’ se quedó con ese monumental proyecto. No es de extrañar que Domènech Estapà se refiriera al modernismo en alguna ocasión como “ese microbio”, como si fuera una enfermedad.

El Palau Montaner, durante un acto en solidaridad con Ucrania.

El Palau Montaner, durante un acto en solidaridad con Ucrania. / ANNA MAS

El caso es que el sobrino de Ramon Montaner se hizo cargo de las obras cuando el edifico ya había cubierto aguas y en solo dos años lo transformó, mano a mano con los mejores artesanos de la época, en un palacio de un lujo envidiable. Es cierto que en su azarosa vida desde que los Montaner se desprendieron de él sufrió algunas mutilaciones y reformas insoportables desde la perspectiva actual, pero el edificio conserva aún, nada más entrar por la puerta, un aspecto majestuoso y es una invitación a explorar días y días (que es lo que las autoras del informe han hecho) hasta sus más pequeños detalles. Solo todas las figuras animales y vegetales esculpidas o representadas en vitrales y pinturas darían para una tesis doctoral. Grifos, dragones, jabalís, cigüeñas… Domènech i Monaner puso en casa detalle una intención. Hay unas representaciones de flores de cardo que simbolizan, por ejemplo, la inexpugnabilidad del lugar, algo que, sin embargo, terminó por suceder de la peor de las maneras.

Un detalle de uno de los vitrales de la finca.

Un detalle de uno de los vitrales de la finca. / JORDI COTRINA

Entre todas las vidas del Palau Montaner que Carme Rodríguez Pedret ha descubierto está el hecho de que muy brevemente, lo suficiente como para engrandecer su fortuna, la finca fue propiedad de Álvaro Muñoz Ramonet, que visto lo visto no debe ser tenido como menos listo que su hermano Julio. Compró el inmueble en 1950 por 4,6 millones de pesetas. Medio año más tarde se lo colocó a la Falange por cinco millones. Menuda rentabilidad.

Reconstrucción del aspecto original de los pavimentos y techos realizada por la arquitecta Celia Marín.

Reconstrucción del aspecto original de los pavimentos y techos realizada por la arquitecta Celia Marín. / CELIA MARIN

Por detalles como este y muchos otros es por lo que el Palau Montaner es, a su manera, un yacimiento arqueológico que, por estratos, resume el último siglo y medio de historia de la ciudad. Antes de que Ramon Montaner falleciera en 1921, pasear por el interior de aquel palacete era poco menos que hacerlo por un museo de las bellas artes. Hasta porcelanas de la dinastía Ming decoraban algunas estancias, nada extraño si se recuerda que la construcción del edificio coincidió con una época en la que lo oriental fascinaba a la burguesía barcelonesa. Qué gran contraste con lo que vio allí Oriol Bohigas cuando se examinó en sus salones del examen de reválida. El Institut Jaume Balmes alquiló el inmueble entre 1936 y 1941. “Era un 24 de agosto con una temperatura infernal y, para acabarlo de mejorar, con un gran estruendo de rayos y truenos. Nunca he pasado tanto miedo, en medio de la misteriosa sordidez de esos interiores de Domenech i Montaner, una pieza modernista de primer orden, pero echada a perder entonces por la gente, los muebles, el ruido, y la falta de urbanidad que ya volvía a florecer en todas las instituciones oficiales de España”, contó Bohigas en sus memorias.

Son decenas o más los capítulos que detallan las tres autoras del estudio en esa especie de biografía del Palau Montaner que han alumbrado mano a mano. Algunas de ellas serán pormenorizadas el próximo viernes en las semanales ‘newsletters’ del Eixample, una oportunidad para rememorar, ya puestos, el papel fundamental que este inmueble tuvo para que los crímenes del franquismo no pudieran ser rastreados. Eso, el viernes. Aquí y ahora quizá no haya mejor manera de poner punto y final a esta breve mirada dentro del cofre del tesoro que desplazar el foco a la finca vecina, el Palau Simon, el edificio hermano de la misma calle de Mallorca. La visión conjunta de ambos era extraordinaria, pero no sobrevivió. Era de ‘Domènech el Malo’, pero las fotos que se conservan hacen que se le eche de menos. Fue demolido en 1966 y dos años más tarde y se anunciaban en la prensa, “a precios rigurosamente competitivos”, las oficinas del nuevo inmueble que ocupaba ese lugar, el edificio Financia, aún hoy en pie. La gracia del caso, si es que la tiene, es cómo se publicitaba. “Un auténtico palacio para los negocios”. Parecía una rechifla. Para palacio, el Simon y el Montaner.