El debate de los ejes verdes

Vecinos, comerciantes y profesionales defienden el beneficio social de Consell de Cent y Borrell

El hecho de que el gobierno municipal concluya que los ejes verdes son caros abre interesantes réplicas en su usuarios cotidianos

Barcelona descarta extender los ejes verdes al costar su mantenimiento 10 veces más que en otras calles

La naturaleza se abre paso en los ejes verdes del Eixample pese a la sequía y la indisciplina al volante

La intersección de Borrell con Consell de Cent.

La intersección de Borrell con Consell de Cent. / MANU MITRU

Carles Cols

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La inquietud es nula en Borrell con Consell de Cent, una de esas cuatro plazas aún sin nombre que nacieron hace ahora un año con el proyecto de los ejes verdes del Eixample. Una segunda sentencia judicial ordena desmantelar la reurbanización de esa cruz de calles hasta la avenida de Roma, Calabria, Gran Via y Urgell, pero vecinos, comerciantes y profesionales con despacho en ese entorno se han tomado la resolución de la magistrada como la corte de Salomón cuando aquel rey bíblico ordenó partir por la mitad un bebé. Solo las dos madres en disputa creyeron que iba en serio. Inquietud, lo dicho, cero. Perplejidad, bastante, incluso ante el hecho de que el actual equipo de gobierno municipal de Barcelona diga que este tipo de reformulación de las calles de la ciudad es demasiado caro para ser replicado en otras vías. Los puntos de vista de los vecinos, los comerciantes y los profesionales no es necesariamente el mismo, pero como si de piezas de un puzle se tratara, encajan perfectamente.

Sergio es el quiosquero de Consell de Cent con Viladomat. Maldijo a Ada Colau cuando comenzaron las obras. Lo reconoce ahora casi como si fuera una manera de pedir disculpas. Su pequeño establecimiento se trasladó de la esquina a un lateral de la calzada. Antes veían desde su punto de venta una pared. Ahora, al fondo, el horizonte de la calle. “Han aumentado las ventas”. El suyo, no es un secreto, es un negocio analógico en tiempos de los digital, así que cualquier bocanada de alegría la celebra. “Por Sant Jordi siempre he puesto libros a la venta. Este año se agotaron. Esto parecía la Rambla. Para el año que viene lo tengo muy claro. Más libros”.

Sergio, quiosquero en Consell de Cent.

Sergio, quiosquero en Consell de Cent. / MANU MITRU

El tramo de Consell de Cent en el que está ese quiosco no es ni mucho menos el más transitado de los ejes verdes. Es, podría decirse, la zona menos bulliciosa. Incluso así, las ventas han subido. Es un dato a tener en cuenta.

Maria Teresa y Anna son dos vecinas del barrio. Viven en Aragó, pero sus calles cotidianas han pasado a ser Borrell, Consell de Cent y Rocafort. La primera de ellas es una formidable historiadora de lo sucedido a lo largo del último año. “Cuando comenzaron a plantar los parterres, vi a gente que se llevaba a casa algunos tiestos, pero ahora, la verdad, da gusto pasear y ver cómo la gente respeta la vegetación”. Las últimas lluvias han desencadenado un espectacular floración y, aleluya, nadie arranca flores para hacerse un ramillete como si esto fuera el campo.

Tras saber que el ayuntamiento sostiene que los ejes verdes son caros y que, por ejemplo, solo reponer las vallas dañadas que protegen los parterres costará 2,5 millones de euros, Maria Teresa  expone sus conclusiones. Es verdad, dice, que los vehículos, en especial los de carga y descarga de mercancías, se extralimitan en horarios y en espacio ocupado, a menudo a costa de aplastar esas vallas, pero añade que también la ha apenado que haya niños que jueguen al funambulismo en esos alambres sin que sus padres y madres, que son los que deberían poner orden, digan nada.

Cena con velas y mantel

Pese a todo, asegura que lo hecho, diga lo que diga la juez, no debería tener marcha atrás. “Vivo en Aragó y tengo que ir periódicamente hasta Casanova. Antes tomaba el camino más corto, por Aragó, ahora doy siempre el rodeo. Bajo por Borrell hasta Consell de Cent, paseo y luego subo hasta mi destino”. Eso le ha permitido ser testigo de escenas inimaginables. Cuando en Nueva York se estrenó la peatonalización de Times Square, hubo padres que fueron con sus hijos con el guante de béisbol y la pelota. Eso no ha sucedido en Barcelona, claro. “Pero el pasado verano vi una familia que había puesto un mantel en una de las mesas, un candelabro con vela  y ahí estaban los cuatro cenando”. Se acercó a charlar con ellos. “Es que en casa hace un calor insoportable”. Esa escena, según Maria teresa, no tiene precio.

La hora del almuerzo en Borrell con Consell de Cent.

La hora del almuerzo en Borrell con Consell de Cent. / MANU MITRU

Algo parecido, aunque sea de forma minúscula, sucede de forma constante en horario laboral en los ejes verdes. De las tiendas y las oficinas se sale a la calle a ratos a respirar o descansar en los bancos. Es una coreografía curiosa que un ‘time-lapse’ captaría a la perfección. Tampoco tiene precio.

El tercer tipo de opinión recaba después de la sentencia y de que el gobierno municipal insista en tratar los ejes verdes como una herencia incómoda es especialmente interesante porque es la de un arquitecto con oficina en la antigua fábrica Lehmann, Arturo Frediani. Tiene, como se dice en estos casos, un ‘background’ que merece ser tenido en cuenta. Reprocha al ayuntamiento que utilice las vallas de los parterres dañadas para arremeter contra el conjunto de la obra. El modelo elegido fue equivocado. Dice que eso es obvio. Basta con aprender la experiencia. “Frederick Law Olmsted fue el paisajista que diseñó Central Park y fue también quien eligió las especies que fueron plantadas entonces, pocas aclimatadas a la latitud de Nueva York, y que fue preciso sustituir en un 80% pasados pocos años. Hoy nadie se acuerda de ello mientras disfruta de tan legendario verde”, explica Frediani.

El eje verde de Consell de Cent, florido tras las lluvias

El eje verde de Consell de Cent, florido tras las lluvias / MANU MITRU

Y añade que si el criterio a la hora de evaluar este tipo de proyectos fuera exclusivamente el económico, Central Park no existiría. Habría resultado más rentable edificar aquel enorme espacio. “La biofilia, nuestra afinidad natural por tener algo de vegetación a la vista o a nuestro alcance, nos afecta positivamente”. ¿Cómo se calcula esa partida en un presupuesto municipal?, viene a decir este arquitecto.

Con todo, su aplauso a la obra no es de aquellos en los que los actores salen varias veces a saludar al escenario. Le pone sus peros al resultado. “Los arquitectos que ganaron los concursos lo hicieron con unos proyectos francamente mejores de lo finalmente ejecutado”. Se renunció al atrevimiento. Los ejes verdes no tienen ni un metro cuadrado de pavimentos porosos. “No va a crecer ni una margarita o una brizna de mala hierba entre las juntas del pavimento, como sí pasó en Passeig de Sant Joan, cosa que endurece mucho e innecesariamente un paisaje que podría haber sido mucho más orgánico de lo que ha acabado siendo”. Así es, quizá cabría añadir que, además, la plaza de los ejes verdes que tiene más mano Frediani es la de Borrell, tan poco verde como la Girona. Esta última tiene la excusa de que está situada sobre una estación de metro y eso limita la naturalización del espacio peatonal. En Borrell, esa excusa no existe. Es diametralmente distinta a la plaza de Enric Granados. Como en Central Park hace un siglo, siempre es posible rectificar.

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