Radiografía del fémur del Eixample

Passeig de Gràcia, una ciudad de 601 habitantes

Un monumento de papel rinde homenaje al Passeig de Gràcia en su bicentenario

Una mujer empuja el carrito de la compra por el paseo de Gràcia, una escena prácticamente insólita.

Una mujer empuja el carrito de la compra por el paseo de Gràcia, una escena prácticamente insólita. / FERRAN NADEU

Carles Cols

Carles Cols

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Tal vez nadie se lo ha preguntado, pero en el Passeig de Gràcia viven solo 601 personas. El adverbio no es arbitrario. Solo. Solo hay 601 barceloneses cuyo domicilio postal esté en algún portal del Passeig de Gràcia, es decir, se excluyen de esa cifra las porterías esquineras a las que las cartas llegan con la dirección de Casp, Diputació, Consell de Cent, etcétera. Son 601 las personas que residen en la que fue la calle residencial más deseada de la primera versión del Eixample, a finales del siglo XIX y principios del XX, y lo hacen, por entrar más en detalles, en únicamente 298 pisos padronales, o sea, en 298 verdaderas viviendas. Sacar la media es fácil. Dos personas por piso. El Passeig de Gràcia es en realidad un desierto o, como mínimo, no tiene el adn del que le gusta presumir a la ciudad, esa mezcla de usos comerciales, empresariales, lúdicos y, sobre todo, residenciales que se supone que es la envidia de otras urbes.

Lo que viene a continuación es un exceso, pero por qué no cometerlo. Los urbanistas estadounidenses acuñaron en los años 60 una expresión perfecta para definir la transformación que estaban experimentando, de costa a costa, las ciudades del sur del país. ‘Doughnut city’. Así llamaban a cada metrópoli en la que su centro histórico perdía vecindario de forma irreversible y casi total. Ciudades rosquilla o, si se prefiere, ciudades donut, características por tener un agujero en el medio. No llega a eso Barcelona, es verdad, ni siquiera en el caso del Gòtic, porque residen allí todavía unos 24.000 vecinos, algo que concede al barrio fundacional de la ciudad una densidad de 29.000 habitantes por kilómetro cuadrado, que no es poca. Calcular esa proporción el Passeig de Gràcia es lo que resultar aquí sorprendentemente interesante.

El Eixample es un lugar extraordinariamente poblado, mucho más denso, por citar tres tópicos, que L’Hospitalet, Manhattan o Calcuta. Con 36.000 habitantes por kilómetros cuadrado, solo anomalías como Kowloon, o sea, el Hong Kong peninsular, quedan en densidad por delante del distrito que alumbró Ildefons Cerdà. Pero el Passeig de Gràcia es un caso aparte, claro. Si se toman sus 1,48 kilómetros de longitud y se acepta que entre el interior de manzana de las fincas de lado Besòs y el mismo punto de referencia de las del lado Llobregat hay aproximadamente unos 120 metros, la densidad media de habitantes de ese rectángulo es de apenas 3.600 personas por kilómetro cuadrado.

Hay, sin embargo, más datos que es necesario observar antes de pasar a realizar un diagnóstico sobre qué fue el Passeig de Gràcia y en qué se ha convertido. Por cada cuatro pisos residenciales, ¡flop!, aparece un apartamento turístico. En concreto, son 71. En número de camas, como muy mínimo, serán 142.

Luego están los hoteles. Descontados los que se publicitan como establecimientos del Passeig de Gràcia pero que en realidad están en calles transversales, a solo uno o dos portales de distancia, en Gran Via, Còrsega o Mallorca, los hoteles son 20, más un albergue. De hecho, todos los residentes empadronados en el Passeig de Gràcia cabrían cómodamente solo en dos o tres de esos hoteles. Majestic, Condes de Barcelona, Casa Fuster y Mandarin suman ya más de 601 habitaciones.

La densidad del Eixample, según datos de 300.000 Km/s

La densidad del Eixample, según datos de 300.000 Km/s / 300.000 Km/s

Esa es la radiografía de puertas adentro de un paseo considerado hoy y siempre la columna vertebral del Eixample. Es en realidad, conociendo su historia, la radiografía de una fractura.

El Passeig de Gràcia nació hace 200 años, vamos, cuatro décadas antes incluso que el propio Eixample. Era un lugar de ocio, de parques de atracciones, cafeterías y espectáculos, y desde entonces, por decirlo de algún modo, jamás ha estado quieto. Cuando tras la caída de las murallas de la ciudad comenzó a ser urbanizado, la burguesía no tardó en hacer suyo aquel gran escaparate urbano cuyas aceras terminaron por hacerle la competencia al foyer del Liceu como espacio de socialización. No fue así con las tiendas, que tardaron algo más en desembarcar y cuya trayectoria en el paseo ha sido más errática. Los comercios con más pedigrí no son ni siquiera centenarios en la calle. La familia Roca, ante la estupefacción del gremio de los joyeros, no se trasladó al Passeig de Gràcia hasta 1933, y Santa Eulàlia, otro referente, no se instaló hasta 1940. De la larga lista de cines no queda ninguno e incluso el recuerdo de los más recientes, salas inolvidables como el Savoy, el Fémina, el Publi y el Fantasio, se desvanece año tras año. Vinçon, tienda única en su especie, sobrevivió lo que se considera justo la esperanza de vida media de un barcelonés, 83 años. Y murió muy joven el Drugstore, con solo 25 años, y no puede decirse que dejara un cadáver bien parecido, porque a determinadas horas era un lugar muy canalla y eso se paga caro.

El caso es que no es fácil coser un relato sobre la historia comercial del Passeig de Gràcia, que incluso estuvo metido en el cuello de botella de la extinción cuando los bancos hicieron suyos los bajos de las fincas y el bulevar era realmente muy tristón, pero en cambio sí que es posible, con manga ancha, formular una teoría sobre su vecindario, incluso a pesar de que hoy sean solo 601 los residentes. Es una teoría rebatible, pero teoría al fin y al cabo. Ahí va.

Sirve como punto de partida una finca cualquiera, por ejemplo, la del 96 del Passeig de Gràcia, construida en 1894 por Antoni Rovira Rabassa, hijo del que en principio iba a ser padre del Eixample en vez de Cerdà, Antoni Rovira Trias. Fue un encargo que le hizo la familia del pintor Ramon Casas. Iba a ser la residencia de esa apellido ilustre y el proyecto se ajustó a (disculpen el lenguaje policial) el ‘modus operandi’ de aquellos tiempos. El piso noble era será el principal. Ahí no se reparó en gastos, entre otras razones porque el Eixample, ya fuera en el Passeig de Gràcia o en cualquier otra calle, se edificó más como una inversión que como un dispendio. La ciudad era un negocio. Los pisos por encima del principal del 96 del Passeig de Gràcia estaban ahí para ser alquilados y garantizar con ello a los Casas un ‘rentaducto’ que mes a mes llenara sus cuentas corrientes. A los pisos más altos, por cierto, no se solía acceder en el Eixample más señorial con escaleras y pasamanos de mármol, sino que según se subía disminuía a calidad de los materiales.

Pasado un siglo y medio del parto inmobiliario del Eixample, la pregunta que cada cual puede responderse es si el Passeigo de Gràcia (601 vecinos, 71 apartamentos turísticos, 20 hoteles y un albergue) es aún o no un ‘rentaducto’.