Novedad editorial

La familia Lari saca de la chistera un apasionante archivo de fotos olvidadas

Un monumento de papel rinde homenaje al paseo de Gràcia en su bicentenario

Quirófanos en el Eixample, cuando el distrito fue de verdad hospitalario

El Mag Lari, con el libro recién salido de imprementa que recopila la mirada fotográfica de su abuelo.

El Mag Lari, con el libro recién salido de imprementa que recopila la mirada fotográfica de su abuelo. / ELISENDA PONS

Carles Cols

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Nada menos que 2.024 clichés fotográficos de altísimo valor estético y también histórico dormían en un armario. Ahora son un tesoro en manos del Institut de Cultura de Barcelona, que los conserva en su archivo fotográfico. En este mundo de la prensa no siempre las buenas noticias son las malas noticias. Como si fuera un conejo blanco, la familia Lari, cuyo miembro conocido por todos es Josep Maria Lari Vilaplana, estupendo mago, magnífico ‘showman’, descubrió dentro de la chistera que el abuelo por línea paterna, Josep Maria Lari Mirambell (1903-1974), literalmente retrató una época, de los años 20 a la posguerra, en placas de cristal estereoscópico y en negativos de todos los tamaños, un archivo que esta saga familiar ha decidido donar a la ciudad y del que el departamento editorial del ayuntamiento, mano a mano con Pagès Editors, ha seleccionado una muestra con destino a las librerías.

‘Lari, la popularización de la fotografía doméstica en Barcelona’. Con ese título ha salido de la imprenta. Se ajusta a la realidad, es verdad, porque es una perfecta muestra de los tiempos en que la fotografía casera echó raíces en estas latitudes, pero tal vez se queda corto para lo que se descubre después en las páginas interiores. Hubo un tiempo, cuando Josep Maria Lari era joven, en que la fotografía despertó grandes pasiones. Era uno de los grandes inventos con los que se despidió el siglo XIX y que, de repente, pasaba a estar al alcance de bastantes bolsillos. Taxifoto visor estereoscópico. Con nombres así, claro, resultaba además irresistible. Lari tuvo uno de esos ingenios de tan cósmica descripción que no solo permitía impresionar placas de cristal, sino que, si se deseaba, hasta permitía después positivados para ver la escena en tres dimensiones.

Josep Maria Lari Reig, padre del Mag Lari, retratado por el abuelo.

Josep Maria Lari Mirambell

Tuvo también una Cornu Ontoscope Reflex, una Rolley Heidoscop y una Stereflektospok de Voigtländer, recuerdan la familia, todas ellas hoy cámaras de coleccionista, pero lo interesante es lo que hizo con ellas. Captó, sobre todo, lo cotidiano, no con el encuadre de la escena y el juego de luces habituales en los muy populares entonces concursos de fotografía, sino con una mirada que, en realidad, es la más fidedigna a lo que son los recuerdos. La mente no almacena contraluces y meritorios contrapicados, así que lo que había en el armario de los Lari era la vida simple y llanamente tal cual se suele rememorar un día alrededor de la mesa con los amigos.

La Exposición Internacional de Barcelona 1929, vista a través de una de las cámaras de Lari.

La Exposición Internacional de Barcelona 1929, vista a través de una de las cámaras de Lari. / Josep Maria Lari Mirambell

En realidad, a saber cuántos armarios hay o ha habido así en Barcelona. Lo común suele ser, no obstante, que por desconocimiento o desidia terminen, en el peor de los casos, en la basura, y en el mejor, que no es mala opción, en los Encants y en manos de esa suerte de resurreccionistas que compran negativos a peso y tiene por afición revelar fotos antiguas de las que a priori nada saben y que, ocasionalmente, les permite adentrarse en las vidas de otras familias. En ocasiones descubren, podría decirse, novelas gráficas. No ha sido este el caso. El nieto, Mag Lari, para entendernos entre tanto Josep Maria, no conoció a su abuelo, pero ha terminado por saber mucho más de él a través de esa colección de cliches que un día se puso tozudo en querer guardar en su casa. Abrió una caja, iluminó una cualquiera con un visor comprado en Wallapop, la positivó con una app de teléfono y, de repente, ahí estaba él, ante algo que, según recuerda ahora, le pareció poético. Fue él también quien llamó a los servicios editoriales del ayuntamiento, que se temían de entrada lo peor, una colección más que almacenar. "Vieron 10 primeras fotos al azar y eso ya les bastó para dar un sí a la publicación de un libro."

La Torre Jorba, durante la expo de 1929, en Montjuïc.

Josep Maria Lari Mirambell

Las fotos de Lari, no obstante, hay que reconocer que tenían un plus. Es un buen consejo adentrarse en esta novedad editorial para sorprenderse por el buen gusto del abuelo del mago a la hora de retratar a los amigos, escenas de la infancia, las celebraciones familiares, las calles de Barcelona (hemosísimo el paseo de Gràcia recién llovido), también las fiestas populares, los grandes acontecimientos, como la expo de 1929, y, por citar una foto insólita y preciosa por su perspectiva, la del apeadero de ferrocarril de paseo de Gràcia, tomada a pie de vías y no desde la calle de Aragó, como siempre se muestra.

El paseo de Gràcia, antes de perder sus ramblas laterales, un día de lluvia.

El paseo de Gràcia, antes de perder sus ramblas laterales, un día de lluvia. / Josep Maria Lari Mirambell

Pero el abracadabra, hocus pocus o birlibirloque definitivo es tirar del hilo de algunas de las capturas que hizo Lari, porque tras ellas, a pesar de lo sucinto del pie de foto, hay mucho más de lo que de entrada parece. He aquí dos ejemplos.

Josep Gironès, púgil de leyenda, en una sesión fotográfica justo al lado de Josep Maria Lari.

Josep Gironès, púgil de leyenda, en una sesión fotográfica justo al lado de Josep Maria Lari. / Josep Maria Lari Mirambell

Primero. Página 15. Esa foto de 1930. El propio Lari aparece en mitad de la escena. Es una sesión fotográfica en el patio interior de una finca. Lo de menos es el lugar. Lo de más es quién está a su lado. Es Josep Joan Gironès, aunque en el mundo de los puños y el ring le conocían sin el apellido de su padre, solo con el de su madre. Josep Gironès es fácil de identificar en la foto porque de los cinco es el único con aspecto de tumbar a todo un peso pluma de una galleta.

Lo hizo a menudo. En ocasiones, cuando el público apenas se había acomodado en la silla. Otras, con más épica. En 1929 peleó en Montjuïc ante 40.000 espectadores contra un púgil danés que al segundo asalto se fue de bruces al suelo. Todo el mundo daba por hecho que ahí se acababa el combate, pero cuando el árbitro iba a decir 10, aquel tozudo Knud Larsen se puso en pie y resistió la lluvia de puñetazos hasta el decimoquinto asalto, pero perdió.

Campaña electoral de febrero de 1936, última cita con las urnas antes de la Guerra Civil

Josep Maria Lari Mirambell

Gironès puso fin a su carrera tras una derrota humillante y porque, según confesó, le dolían a él más las manos que a sus contrincantes la cara cada vez que lanzaba un gacho o lo que fuera. Encontró empleo, y no uno cualquiera, sino de escolta de Lluís Companys. Aquello fue su perdición. Terminada la guerra, con él ya en México, corrió la voz de que, además de velar por la seguridad del presidente de la Generalitat, tenía un segundo empleo en las temibles checas para que los presos hablaran. Parece que efectivamente había un Gironès que daba palizas en esas cárceles de los partidos de izquierdas, pero puede que fuera otro.

El buque Augustus entra en el puerto de Barcelona en noviembre de 1927.

Josep Maria Lari Mirambell

La otra foto que, entre tantas, esconde un relato está en la página 52. Es el transatlántico ‘Augustus’, que en noviembre de 1927, recién botado en Génova, hacía su escala inaugural en Barcelona. La cuestión no es que ya entonces la ciudad era crucerista (una materia en la que, con nombres ilustres, se ahondará en la próxima ‘newsletter’ del Eixample), sino que, como todos los buques de aquellos tiempos, navegaba sin que sus armadores supieran que les deparaba el futuro por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Remolcado por el Catalunya y el Monturiol, aquel gigante hizo una entrada espectacular en el Muelle de Contradique que Lari quiso inmortalizar desde un punto de vista distinto al de la gente que se amontona a la izquierda de la imagen. Apenas 12 años más tarde, la armada italiana tomó posesión del Augustos y en los astilleros lo ‘descrucerizó’ y lo hizo renacer como portaviones al servicio del fascismo de Benito Mussolini. Cuando Italia se rindió a los aliados en septiembre de 1943, la Kriegsmarine nazi lo hundió en la bocana del puerto de Génova para dificultar la ofensiva de Estados Unidos y que sus tropas tuvieran tiempo de retroceder hasta Alemania. En Barcelona, mientras, Lari trataba de retomar su pasión por la fotografía pese a las penurias que comportaba de la autarquía y, poco a poco, seguir llenando de clichés tan valioso armario que ahora forma parte del patrimonio de la ciudad.