Lucha vecinal por una zona verde

El parque de Joan Miró de Barcelona cumple 40 años y camina al desolladero

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Protesta vecinal frente a la sede del distrito, el pasado 26 de octubre, para salvar el parque de Joan Miró.

Protesta vecinal frente a la sede del distrito, el pasado 26 de octubre, para salvar el parque de Joan Miró. / Manu Mitru

Carles Cols

Carles Cols

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Van a desollar el parque de Joan Miró. La palabra es la adecuada. Desollar. Es la traducción más precisa del nombre que en catalán tuvo entre 1891 y 1979 el matadero municipal de la ciudad, ‘l’escorxador’, que ocupaba cuatro manzanas del Eixample y que tan interiorizada estaba su presencia que (a) el parque que allí se creó hace ahora 40 años costó dios y ayuda que comenzara a ser llamado por su nombre, Joan Miró, y (b) a todos les pareció normal que el instituto del barrio fuera conocido con ese nombre. “Vamos, hijo, termina el desayuno y coge la mochila, que te llevo al matadero”. Suena terrible, pero seguro que esa frase se dijo cientos o miles de veces en la Esquerra de l’Eixample.

El parque de Joan Miró, como aquel niño, está programado que vaya de cabeza al matadero en 2024. Los ingenieros de la Generalitat han decidido que no hay mejor lugar para abrirle las tripas a la ciudad y sacar por ahí las miles de toneladas de la tierra que trinchará la tuneladora que tiene conectar las actuales dos líneas de Ferrocarrils. Los trenes del Baix Llobregat y los del Vallès quedarán por fin unidos a través de un túnel por debajo del Eixample. El problema es que los vecinos tratan de impedir no esa feliz idea de mejorar la red del transporte público, algo que aplauden,  sino que de todas las alternativas posibles para organizar esa caravana de camiones el parque de Joan Miró sea la mejor, simplemente porque una zona verde le parezca a alguien menos importante de preservar que, por ejemplo, un pabellón de La Fira.

En 1979, cuando cerró sus puertas el matadero municipal, los vecinos del barrio impidieron que aquel gigantesco solar terminara convertido en lo que inicialmente se pretendía, cuatro manzanas más de pisos que añadir a la ya sobrepasada densidad de población del Eixample. En aquellos años, estas gestas de pancartas y manifestaciones estaban a la orden día. El mercado del Born iba a ser un ‘párking’ y la Casa Golferichs estaba llamada a ser una más de las esquinas de Núñez y Navarro. Fueron dos batallas que ganaron los vecinos sin apenas aliados. En el caso del matadero municipal, por el contrario, la complicidad del primer gobierno salido de las elecciones democráticas de 1979 fue crucial, en especial la del que era concejal de Urbanismo, Ricard Boix.

El solar, en el interregno de 1979 a 1983.

El solar, en el interregno de 1979 a 1983. / .

Narcís Serra quería mandar un inequívoco mensaje a la ciudadanía de que el relevo al frente de la alcaldía no iba a ser lampedusiano. El punto de inflexión política tenía que ser, si era posible, incluso palpable, y en ese sentido, convertir el recién cerrado matadero en un parque público podía cumplir perfectamente esa función.

El Escorxador, tras dejar de ser matadero y antes de ser parque.

El Escorxador, tras dejar de ser matadero y antes de ser parque. / .

Entre los vecinos que entonces estuvieron en aquella trinchera reivindicativa destaca Xavier Riu, que, lo que son las cosas, sigue aún vinculado a la asociación de vecinos del barrio, de modo que se encuentra ahora, 40 años después, de nuevo en lucha para salvar el parque de Joan Miró. Un café con él para echar la vista atrás es casi una obligación periodística para tener algo de perspectiva sobre este caso.

Un partido de fútbol, jugado sobre los terrenos recién arrebatados al matadero.

Un partido de fútbol, jugado sobre los terrenos recién arrebatados al matadero. / .

Vivía Riu en el barrio cuando el matadero aún era eso, un patíbulo al que rebaños de ovejas y vacas se dirigían por las calles de alrededor. De vez en cuando aparece por las redes sociales una foto de aquellos tiempos, con paisajes arquitectónicos perfectamente reconocibles. Sin ir más lejos, sucedió hace poco días. Media cabaña de lo que parecen ser vacas sayaguesas o avileñas toma una curva en Urgell con Diputació y el tuit en el que aparece la imagen lleva ya más de 128.000 visualizaciones.

La escena tiene su gracia, pero en ese tránsito dejaban los animales un rastro de excrementos que ríete tú ahora de lo de los perros, recuerda Riu, pero lo peor no era eso. Lo peor era el olor. La gente supone equivocadamente que el matadero debería ser el epicentro de aquel permanente hedor a muerte y, sin embargo, no era eso lo que más ofendía a las narices. Alrededor del matadero había un poco de todo, vaquerías, por ejemplo, pero Riu recuerda con especial desagrado que en Vilamarí con Diputació había una nave industrial que hervía casi en sesión continua los despojos de la casquería animal, y un par de calles más allá, algo que tampoco que se olvida si se ha sufrido, una empresa trataba las pieles obtenidas tras el desolle de las bestias.

Los alrededores del matadero, antes de 1979.

Los alrededores del matadero, antes de 1979. / .

La Esquerra de l’Eixample no era, desde luego, la señorial Dreta, y por eso, cuando el matadero cerró sus puertas y casi de inmediato se demolieron sus muros, apenas nadie lloró por su arquitectura, de Antoni Rovira i Trias, que no estaba nada mal, y lo que hicieron los vecinos fue convertir el lugar en un centro de vida social, ya fuera para organizar partidos de fútbol o para celebrar la fiesta mayor.

La fiebre de las palmeras de los 80, de la que el parque fue víctima.

La fiebre de las palmeras de los 80, de la que el parque fue víctima. / .

Aquel interregno algo libertario duró hasta 1983, cuatro años en los que la asociación de vecinos trató de conseguir que el ayuntamiento convocara un concurso de ideas para aquel gigantesco solar y que, además, se le diera voz y voto en la decisión final. No lo lograron. Se impuso el diseño decidido en los despachos de la plaza de Sant Jaume. Tal vez por eso el parque fue un cierto gatillazo urbanístico. En mitad de un pasmo general, de Elche llegaban a Barcelona camiones cargados de palmeras, árbol de moda entonces pese a ser tacaño a la hora de proporcionar sombra, y varias decenas de ellas fueron plantadas precisamente en el Escorxador. Han sobrevivido muy pocas. Se intentó, eso sí, singularizar el parque con una escultura de prestigio, una con la firma de Joan Miró, ‘Dona i ocell’, que aunque la gente solía decir que no era más que un colosal falo con un cruasán en la punta, lo cierto es que al final los usuarios del parque le tomaron cariño.

'Dona i ocell', en plena fase de construcción.

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Miró falleció precisamente ese 1983. No hay segundas lecturas ni intenciones en ese dato. Como mucho, eso sí, subrayar que la ciudad le despidió mucho mejor de lo que en su día le recibió. Cuando en 1918 la Galería Dalmau inauguró la primera exposición de obras de ese artista, algunas críticas aparecidas en la prensa no pudieron ser más ofensivas. “Un novato propenso al amaneramiento, magnífico atrevido, detestable colorista…”. ‘Dona i ocell’ recibió un aplauso general, pero el resto del parque, no tanto.

Vilamarí, 84, unas de las naves que cerró cuando se mudo el matadero.

Vilamarí, 84, unas de las naves que cerró cuando se mudo el matadero. / .

No es fácil consensuar un obituario del parque de Joan Miró si, como pretenden las autoridades, morirá el año que viene, aunque sea para renacer cuando terminen las obras. Riu confía en que la movilización evitará el destrozo. La sensibilidad por las zonas verdes y el bienestar está, opina este activista, en su cota más alta. Pero en caso de que suceda lo peor, Riu lamenta que durante años el parque haya estado ocupado ilegalmente por un parque de bomberos y que el entorno de la biblioteca, un éxito, como todas, de puertas adentro, sea deplorable de puerta afuera, sobre todo desde que unas imprevistas filtraciones aconsejaron vaciar las láminas de agua de los estanques.

Durante la pasada Mercè, el parque fue uno de los recintos destacados de la fiesta mayor de la ciudad. Era el cuarto año consecutivo que se programaban allí las actividades más familiares. Estuvo durante esos días de septiembre especialmente esplendoroso. Según Riu, desde que terminó el confinamiento de la pandemia, esa ha sido en verdad una tónica habitual. Desde el exterior no es fácil apreciarlo, pero el parque es el escenario de las más variopintas actividades, gimnasia al aire libre de los alumnos del Ernest Lluch y, por citar otro ejemplo que tiene sorprendidos incluso a sus organizadores, sesiones de tai chi, a la que va tanto público que ha sido necesario hacer dos grupos. “No sé, sería una lástima, el parque no es perfecto, pero cuando más vivo está, prevé abrirlo en canal”, concluye.