La contaminación acústica

Enric Granados, los búnkers del Eixample

Enric Granados: 1.695 vecinos, 1.324 sillas

El Gremio de Restauración carga contra los vecinos que "están en contra de todo"

La interminable fiesta en la calle Enric Granados

Carles Cols

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Ha pasado medio año de la reducción de los horarios de las terrazas en la calle de Enric Granados. ¿Balance? Más allá de medianoche, todavía no se duerme en la calle dedicada al músico y compositor, que, por cierto, algo sabía del negocio del ocio y la restauración, pues antes de que le alcanzara la fama tocaba el piano cinco horas al día en el Café de

. ¿Ha cambiado algo, desde el punto de vista de los vecinos, la medida? Sí, pero no todo necesariamente a mejor. Muchos titulares se han llevado en estos seis meses los mal llamados búnkers del Carmel, que nunca fueron pequeñas fortalezas subterráneas defensivas, sino simples puntos elevados desde los que cañonear a la aviación, pero, visto que no hay remedio y para ser consecuentes, hay que comenzar a hablar de la bunkerización de Enric Granados.

La modificación de los horarios aprobada en octubre estableció que las terrazas de bares y restaurantes tenían que echar el candado a las 23 horas, de domingo a jueves, y a medianoche los viernes, sábados y vísperas de festivos. Se cumple, sí, explica Jordi Badia, vecino de Enric Granados desde hace 27 años y, su pareja, toda la vida. Es, vaya por delante, una voz ecuánime, como sabedor de que la exageración es mala compañera de viaje en estas polémicas. El problema –observa—es que, primero, los dueños de los establecimientos no pueden entrar las mesas y las sillas al local porque dentro la actividad continúa (eso lo comprende) y, segundo, cuando por fin lo hacen, los toldos y sombrillas de las terrazas pasan a ser el hábitat de los noctámbulos, de todos aquellos que salen del local y creen que aún es pronto para batirse en retirada. Los videos grabados desde el balcón de los Badia son inapelables: risas, conversaciones que disparan los sonómetros y, lo clásico cuando media el alcohol, cánticos a todo pulmón. El video que acompaña esta información fue grabado el pasado viernes, tras una jornada de tormenta y temperatura desapacible. Es, pues, un vídeo de mínimos. Y aún así...

Fiesta sobre ruedas en Enric Granados, bien pasada la una de la madrugada.

Fiesta sobre ruedas en Enric Granados, bien pasada la una de la madrugada. / MANU MITRU

No se niegan las mejoras. El tramo de Enric Granados entre Mallorca y Valencia es, aunque sin que haya cesado la jarana, algo más tranquilo, como mínimo si se compara con el superior, el que alcanza hasta Provença, verdadera zona cero del problema. En toda la calle hay 82 licencias de restauración bares de copas. Son 82 casos distintos. “El dueño de uno de los establecimientos, porque intentamos conversar con todos, nos reconoció que de madrugada, cuando entraba las mesas al local, las arrastraba solo por fastidiarnos. Según él, por culpa de nuestras quejas y porque el ayuntamiento las había mínimamente atendido, había tenido que despedir a dos trabajadores”, explica Badia.

Es un caso extremo. Lo común es, dentro de las discrepancias, una educada relación. Los que de madrugada no dejan dormir no son los camareros, son esas decenas largas de barceloneses mayoritariamente y turistas, minoritariamente, que ocupan las aceras en algo que sería inadecuado calificar de ‘botellón’, pero que resulta igual de molesto.

Vecinos de Enric Granados hacen una protesta silenciosa contra el ruido.

Vecinos de Enric Granados hacen una protesta silenciosa contra el ruido. / MANU MITRU

Los más jóvenes no tendrán, tal vez, esa referencia, pero Enric Granados es desde hace 40 años, como poco, una calle distinta, no solo porque la presencia de la Universitat de Barcelona la corta antes de llegar a la Gran Via, no solo, tampoco, porque antes en ella aparcaran los coches en batería y eso le concedía un cierto aire medio peatonal, sino porque fue, en su parte más baja, uno de los primeros núcleos de bares de copas del Eixample. Con esos antecedentes, la pregunta lógica es cuál ha sido la etapa más enervante de esas cuatro décadas. “Después del desconfinamiento, cuando tras el covid reabrieron los bares y restaurantes y se les permitió ampliar el número de mesas y sillas en la calle”, responde Badia. Ese fue el pico. La desescalada ha sido el problema.

El concejal distrito del Eixample, Pau González, asegura que no hay falta de voluntad del Ayuntamiento de Barcelona. En 2022 se abrieron 369 expedientes informativos, de los cuales 324 eran estaban relacionados con el mal uso de la licencia de terraza. Cada día del año, de media, se abrió un expediente, lo cual no quiere decir que las inspecciones sean de lunes a domingo cada semana. Los técnicos municipales pasan cada 15 días y, por lo que parece, no hay jornada en la que no regresen a las oficinas con la carpeta de denuncias llena. De todo ha habido. El caso má

os entre los vecinos son, cómo no, el del pequeño bar que tenía licencia para una mesa junto a la puerta y puso más de una docena en mitad de la acera, pero esa es solo la punta del iceberg. El problema es que la tramitación de los expedientes es garantista en plazos para recursos y, según Gonzàlez, los resultados no son tan inmediatos como querrían los vecinos.

Más allá de las cifras (decibelios, expedientes, licencias, mesas y sillas…) lo llamativo de Enric Granados es la exquisita corrección con la que la mayor parte de los vecinos expresan su enfado, y eso a pesar, nunca hay que olvidarlo, de que el Gremio de Restauración de Barcelona hasta ha llegado a producir y difundir un video en el que ridiculiza a los vecinos que se quejan de que no pueden dormir por culpa del ruido, una minoría refunfuñona, en su opinión. Los afectados creen que, aquel día, el gremio, sin darse cuenta, mostró hasta qué punto cree disponer de una patente de corso para convertir el espacio público en un negocio. La cosa no fue a mayores, pero podría decirse que puso en guardia al Ayuntamiento de Barcelona cara al final de las obras de los cuatro nuevos ejes verdes del Eixample, donde la presencia de locales de restauración no es tan intensa, pero antes de que sea tarde se han dado instrucciones a los inspectores para que extremen el celo y eviten que las terrazas autorizadas superen los límites de espacio que tiene asignado. Algunas, de momento fruto tal vez de la ignorancia, ya lo hace e invaden la parte del pavimento dedicada a los invidentes.

A su manera, Enric Granados es una suerte de antecedente muy remoto de los ejes verdes. ¿Desean los vecinos de esa calle completar algún día la transformación, eliminar las plazas de aparcamiento y convertir toda la vía en una gran acera? “De momento, casi mejor que no”, dice Badia.