Comercio

La única tienda de Peralada baja la persiana después de 100 años: "Estamos de luto, es muy triste cerrar las puertas"

Gonçal Alaminos representa la cuarta generación de un negocio familiar que no ha podido competir con la llegada de una gran superficie al pueblo

La Botigueta de Peralada, situada en la calle Hospital, 21

La Botigueta de Peralada, situada en la calle Hospital, 21 / Josep López Navarro

Sònia Fuentes

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Botigueta de Peralada, el único establecimiento de víveres del pueblo, regentado por Gonçal Alaminos, que representa a la cuarta generación del negocio, ha cerrado definitivamente sus puertas este pasado sábado, poniendo fin a cien años de historia. Con un sentimiento agridulce, Alaminos recuerda con emociones contradictorias todos estos años al frente de la tienda, situada en la calle Hospital, número 21, que finalmente no ha podido resistir la competencia de las grandes superficies: "El pasado año abrió un supermercado en el pueblo y eso nos ha terminado de hundir", sentencia Alaminos. Hace treinta años que decidió asumir las riendas del negocio, una experiencia que le ha aportado muchos momentos positivos, pero que ahora ya no puede continuar: "Cerrar un negocio es triste, pero es un paso necesario. Tengo que abandonar porque ya no es viable". Con cincuenta y seis años, se plantea una nueva etapa con incertidumbre, pero siempre con la esperanza de que vendrá un futuro mejor.

En Peralada, "diferentes establecimientos han ido sucumbiendo en los últimos años a la situación actual". La subida de precios de los alquileres, la falta de relevo generacional o la llegada del comercio electrónico y las grandes superficies son realidades que ponen en peligro la continuidad del pequeño comercio. "Nosotros éramos la tienda del descuido, donde se podía encontrar de todo, pero ahora el supermercado que abrió en el pueblo el año pasado se ha convertido en la tienda del descuido, porque todavía la gente va a hacer la compra mayor a Figueres ". La situación se ha vuelto insostenible para Gonçal, para quien esperar un invierno más con la tienda abierta "era algo inviable".

Gonçal ha disfrutado de unos años muy buenos: "Me gustaba el trabajo de llevar el negocio familiar, hacerlo a mi ritmo. Cuando mi suegra se jubiló, yo me había quedado en paro y probé , y hasta aquí he podido llegar". Reconoce que el cambio social ha sido significativo y muchos pueblos que tenían tiendas no han podido mantener su continuidad debido a las grandes superficies. También lamentan que el negocio empezara a fallar cuando pusieron un pilón en la calle y mucha gente de fuera acostumbrada a entrar en la tienda y cargar el coche dejó de ir. Igualmente, consideran que desde los ayuntamientos sería importante apoyar al comercio local, para mantenerlo vivo a pesar de las dificultades.

Días antes de cerrar, el pueblo transmitió las gracias por tantos años de dedicación a Gonçal. Él, mientras entraban los últimos clientes en la tienda y las estanterías se vaciaban lentamente, rememoraba las funciones que desempeñan los pequeños establecimientos de pueblo y su papel destacado durante la pandemia.

"Trabajamos mucho, llevábamos la compra a las casas de la gente. Las tiendas de pueblo también son un lugar de encuentro y eso es lo que la gente ya no encontrará. Había un señor que venía todos los días y un buen día dejó de venir; esto me puso en alerta. En las grandes ciudades, aparecen personas muertas solas en casa y nadie las echa de menos. Ha habido épocas malas y buenas; meses más favorables, como el verano, y otros más difíciles, como noviembre o enero y ahora el supermercado ha sido el detonante", concluye.