El último capítulo

Por la financiación de Nueva Rumasa con pagarés que resultó ser un fraude piramidal, Ruiz-Mateos fue condenado en febrero pasado a abonar 92 millones a sus acreedores

Protesta de los trabajadores de Cacaolat, tras la suspensión de pagos decidida por Nueva Rumasa en marzo del 2011.

Protesta de los trabajadores de Cacaolat, tras la suspensión de pagos decidida por Nueva Rumasa en marzo del 2011.

SALVADOR SABRIÀ / BARCELONA

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Las aventuras empresariales de José María Ruiz-Mateos han acabado en su mayor parte en los tribunales y el último capítulo legal de esta vida a caballo entre la estafa y la aparente iniciativa emprendedora se escribió el pasado 12 de febrero. Un juzgado mercantil de Madrid condenó al empresario y a su hijo Francisco Javier a pagar más de 92 millones de euros a los acreedores de la sociedad que llevaba su nombre y apellidos y que fue el principal emisor de los pagarés con los que financió Nueva Rumasa. La sentencia llegó tras varios años de pesquisas y procesos judiciales que se iniciaron a principios del 2011, cuando el empresario anunció que presentaría concurso voluntario de acreedores para varias de sus empresas del grupo. Era el principio del nuevo final del intento de recrear la colmena empresarial, con el nombre de Nueva Rumasa.

A partir de algunas empresas que no fueron expropiadas por el Gobierno en 1983 (como la bodega José Soto), la recompra de antiguas marcas del hólding de la abeja (Garvey, Chocolates Trappa, Dhul, la avícola Hibramer, entre otras) o la adquisición de empresas en crisis, junto a la creación de un entramado de compañías también en paraísos fiscales, Nueva Rumasa aseguraba en mayo del 2003 que ya tenía una plantilla conjunta que superaba los 16.000 empleados.

Y desde entonces no paró de comprar compañías, haciendo cada vez la bola más grande. Entre las que entraron en este juego se encontró la lechera Clesa, propietaria entonces de catalana Cacaolat,

Para pagar esta expansión, Ruiz-Mateos empezó a emitir en febrero del 2009 pagarés en empresas del grupo. No reparó en gastos a la hora de hacer publicidad. Y logró su objetivo en parte, con promesas aparentemente tan increíbles como el pago de intereses garantizados de hasta el 12%.

La Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtió públicamente sobre el riesgo de estas emisiones, y el propio Ruiz-Mateos no tenía ningún problema en hacer constar en sus anuncios que no contaba con la aprobación del órgano de control de los mercados. Quizá fue la información más veraz y precisa de los citados pagarés, que al final resultaron ser un fraude piramidal: con el nuevo dinero captado se pagaban los primeros intereses comprometidos para poder seguir captando más inversores. Llegó a obtener más de 300 millones de euros de casi 5.000 inversores, según cálculos judiciales, aunque la cifra exacta es difícil de saber dado que la opacidad fue la marca de la operación.

Damm y Cobega

Algunas de las empresas del grupo que en marzo del 2011 fueron declaradas en concurso de acreedores por Nueva Rumasa evitaron su extinción gracias decisiones judiciales que permitieron separar a las más viables. Entre estas se encontró Cacaolat, que en noviembre del 2011 fue adjudicada a la alianza de Damm, Coca-Cola Cobega y el fondo Victory Turnaround y que hoy está totalmente saneada.