Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Laporta advierte en misa que comienza su campaña electoral

Joan Laporta, presidente del Barça, este lunes en el Auditori 1899.

Joan Laporta, presidente del Barça, este lunes en el Auditori 1899. / Zowy Voeten

A Miqui Otero, que además de escritor es un observador cojonudo, le gusta decir que, en los conciertos, prefiere mirar a quienes miran, y no a quien está en el escenario para que lo miren. Fue interesante atender a las reacciones que iba provocando un ‘frontman’ como Joan Laporta mientras hacía lo que más le gusta, ilusionar y atizar sin más ayuda que un taburete y un micro. Solo. Sus directivos, satisfechos ante explicaciones que ellos mismos a menudo no tienen, atendían con la devoción mesiánica que requiere un gobierno donde la disidencia se paga. Un gobierno que, ante los tambores de guerra, se parapeta tras un líder que insiste en contraponer su palabra a la realidad.

El presidente del Barça hizo lo que debía. Presumir de gestión, más aún con el gran inicio de la 'era Flick', y tratar de convencer al socio de que su plan no tiene tacha alguna. Si no se firmaron este verano más jugadores que Dani Olmo y Pau Víctor, fue porque el club no quiso. Si no se alcanzó la regla 1/1 para dejar por fin de sonrojarse cada vez que se negocia el contrato de un futbolista que no sabe si podrá ser inscrito, fue porque Laporta, es decir, el G-1, así lo decidió. No tenía por qué avalar otra vez con su patrimonio, ni firmar antes de tiempo un acuerdo con Nike –antaño el demonio– que el presidente ya califica, aun sin estar firmado, como el más lucrativo de la historia del fútbol. Si alguien duda de los impagos en el accionariado de esa máquina de hacer dinero del ‘metaverso’ llamada Barça Vision, pues Laporta promete que en unos meses estará todo arreglado. Si nos preguntamos por el regreso de Gündogan al City, pues fue porque, primero, él quiso irse, y después, porque ya no era necesario. «Y si ha tenido una repercusión económica que nos ha venido bien, bienvenida sea», dijo el presidente.

Pese a que a su mandato todavía le queda mecha –hasta junio de 2026, sin mociones de por medio–, la última misa de Laporta, ya con el mismo tono que las que oficiaba el expresidente Núñez, fue en realidad el primer gran acto de campaña del presidente frente a los «desestabilizadores» con «prisa para controlar el club». Porque Laporta, como le pasaba a su viejo enemigo, ya sólo se fía de él.