JUEGOS PARALÍMPICOS

Íñigo Llopis, el guardameta que tiñó de oro el agua de La Défense

El español, hijo del entrenador de porteros del Real Madrid, Luis Llopis, se colgó el oro en los 100 metros espalda S8

El español Íñigo Llopis ganó la medalla en los Juegos Paralímpicos de París

El español Íñigo Llopis ganó la medalla en los Juegos Paralímpicos de París / EFE

Albert Briva

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Máxima igualdad a los primeros 50 metros. Seis nadadores llegan prácticamente a la misma altura, pero tras la vuelta para encarar la última piscina, Íñigo Llopis toma una delantera que ya no soltará hasta quedarse con el oro.

Así fue como el nadador español dio el tercer oro a la delegación española. Fue en los 100 metros espalda categoría S8, la reservada a los que tienen la coordinación ligeramente limitada y el movimiento de las piernas moderadamente limitado, con ausencia de extremidades o uso de un solo brazo. "Muy feliz. Es lo que veníamos persiguiendo durante todo el año y lo hemos podemos conseguir".

Un oro forjado bajo palos

Nacido en San Sebastián en 1998, Íñigo lo tenía todo para darle al balón. Hijo de Luis Llopis, entrenador de guardametas del Real Madrid y de otros equipos, era un fanático del fútbol. Haber nacido sin parte de la pierna derecha y con el brazo más acortado no impedía el donostiarra disfrutar con sus amigos sobre el césped y sobre todo en la portería, donde con los guantes puestos era el más feliz de la clase.

Precisamente a su padre le quiso dedicar la victoria. "Se lo dedico a él, a mi entrenador y a Naia que son los que están en el día a día a mi lado y los que más me aguantan" decía antes de tirar de humor para sentenciar que va 'remontando' para dejar de ser conocido como su hijo. "A final de temporada de fútbol soy el hijo y cuando empieza la natación, al revés" objetaba antes de desvelar que la plantilla del Real Madrid está siempre apoyándole. "Está mañana me consta que han esperado a empezar el entrenamiento para ver mi clasificación".

Una lesión que le abrió las puertas

Pese a sus limitaciones físicas, Íñigo se desenvolvía a las mil maravillas bajo palos, hasta que en un entrenamiento se rompió la pierna en la que tiene una malformación tras caerle dos compañeros encima.

“Estando en el hospital llamé a mi padre, que en ese momento era preparador de porteros del Athletic de Bilbao, y me cogió el teléfono el entrenador, Joaquín Caparrós. Le dije que me habían pasado dos cosas: la mala, que me rompí el fémur de la pierna, y la buena, que evité el gol” explicaba con una sonrisa.

Aquel accidente le impidió volver a realizar paradas, pero le abrió las puertas a una disciplina que, al principio odiaba, hasta que sacó su gen competitivo y acabó amándola. Tanto, que llegó a París como campeón del mundo y pese a salir con el papel de favorito no se olvidó de atajar el oro. La parada más importante de su vida.