Barraca y tangana

La máxima ilusión, por Enrique Ballester

Enrique Ballester.

Enrique Ballester. / EP

Enrique Ballester

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Persigo el entendimiento, pero el entendimiento camina más rápido. Crecí escuchando a mis padres decir, prácticamente en cualquier situación, 'cuando seas padre lo entenderás' y llevo más de una década siendo padre y hay cosas que no termino de captar. Ya me explicaréis qué tiene que ver eso de ser padre con entender, o no, por qué hay otra vez acelgas para cenar. 

Debe de ser el salto generacional. Ya que ser padre no me ha ungido con un entendimiento superior, abogo por llegar a ser abuelo sin romper nada a mi alrededor. Esa es ahora mismo mi aspiración vital más potente. El lado bueno del reto es que el paso del tiempo está de mi parte, quiero decir, el tiempo pasa solo y no tengo que hacer nada excepto aguantar y esperar. El lado malo soy yo.

Pero es imposible negar que será bonito ese momento, si llega. Quiero ser abuelo para llevar a mi nieto a un entrenamiento y que luego venga su padre aka mi hijo, y empiece a comentar con otros padres que 'lo de antes sí era fútbol', lo de su infancia, y que digan que ellos fueron niños duros que se curtieron en auténtico césped artificial, héroes de las partículas de caucho, y no en el césped natural perenne que habrán inventado y estará de moda en 2052.

Para jubilarme y no trabajar

También quiero ser abuelo para ir a renovar mi abono cada verano, sin prisas y en chanclas, con una mano delante y otra mano detrás, y comentar los fichajes con desconocidos hablando por hablar, y luego ir a echar la partida al bar con los de siempre, tan normal. No se me ocurre mejor plan.

Pero sobre todo quiero ser abuelo para jubilarme y no trabajar, no lo vamos a negar. De hecho, hace poco pasé la tarde con los niños en el Parque de Atracciones de Zaragoza (ahí sí hubo un poco de 'cuando seas padre lo entenderás') y aproveché para contar mi célebre idea de negocio del parque de atracciones sin acción, que prefiero no volver a explicar. Lo importante del día es que se me ocurrió una nueva y revolucionaria atracción.

Acompañé a mi hija a la Casa del Terror y constaté que los zombies y esas cosas ya no dan tanto miedo. Sería mucho mejor subirse al vagón de la Casa del Terror y que fueran apareciendo asuntos realmente terroríficos para nuestra generación. Por ejemplo: el codazo de Tassotti a Luis Enrique, la lista de tareas aplazadas a septiembre, la ocasión fallada por Julio Salinas ante Pagliuca, el desequilibrio entre el crecimiento de los salarios y el precio de la vivienda, los penaltis de la Eurocopa del 96, y etecé, etecé, etecé.

También, antes de subir a la atracción del pánico, podrías decir de qué equipo eres y personalizarían las desgracias deportivas ad hoc. Después vendría un tipo a convencerte de que los años ochenta fueron como nunca fueron en realidad. Además, para terminar de hundirte, justo antes del final llegaría un señor, revisaría tu vida laboral y te diría los lustros que te quedan por cotizar para poderte jubilar. Destrozado, saldrías hecho polvo de la verdadera Casa del Terror.

El parque de atracciones del bajón.

Desde que se me ocurrió esta idea, repaso la plantilla y los fichajes de mi equipo y trato de averiguar qué futbolistas son los principales candidatos para aparecer en un futuro en la Casa del Terror. Así soy yo: intento encarar la temporada siempre con la máxima ilusión. 

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