La ronda española

Van Aert honra a la Vuelta al vestirse de líder en Portugal

La estrella flamenca cruza la meta de Ourém en segunda posición por detrás del australiano Kaden Groves y conquista el jersey rojo con un retraso injustificado del pelotón de 52 minutos.

El Tourmalet: de amigos a empleados en los equipos.

Wout van Aert con el jersey rojo de líder, en el podio de la Vuelta

Wout van Aert con el jersey rojo de líder, en el podio de la Vuelta / LA VUELTA

Sergi López-Egea

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Cerca de la meta de Aurém, un pequeño repecho que le da el liderato de la Vuelta a Wout van Aert, unos inmensos aparcamientos parecen sucumbir ante la presencia de coches, caravana y paciencia para encontrar un hueco como visitante del monasterio de Fátima, por donde pasa el pelotón en plan compacto y con el mayor retraso que se recuerda. Si en Lisboa no cabía un alma con tanto turista, Fátima tampoco se queda corta.

Por la misma carretera, una prueba femenina portuguesa abre el terreno a la Vuelta, con los pueblos volcados con los ciclistas y con tiempo de verlos pasar porque ruedan con una tranquilidad impropia de corredores profesionales que se pasan buena parte de la segunda etapa rodando a 32 por hora, un ritmo que cualquier cicloturista mínimamente entrenado aguanta casi sin resoplar.

Mala costumbre

No vamos bien si el pelotón profesional se empieza a contagiar de una costumbre demasiado sosegada que se estrenó en el Tour, donde los corredores se fumaron todas las etapas que apuntaban al esprint sin apenas fugas, con calma para contemplar hasta el vuelo de las moscas y sólo poniendo un poco de emoción en los kilómetros previos a meta para preparar una llegada masiva, ganada en Ourém por el australiano Kaden Groves por delante de un Van Aert que pensó más en el jersey rojo de líder que en conseguir el triunfo de etapa.

Kaden Groves se impone en la segunda etapa de la Vuelta.

Kaden Groves se impone en la segunda etapa de la Vuelta. / UNIPUBLIC / CXCLING

Es imprescindible durante 21 días de competición disponer de etapas llanas. Quizá no sean las más entretenidas para el espectador, pero los ciclistas no pueden estar durante tres semanas, sin tregua alguna, subiendo montañas como locos, porque revientan y si no lo hacen sería como darles una invitación perversa a los vicios del pasado que casi acaban con la profesionalidad del ciclismo.

Pero una cosa es no subir montañas, al margen de una pequeña cuesta bautizada como el alto de la Batalla, y la otra es pasarse buena parte de la etapa de charla, con risas y hasta con tiempo suficiente para orinar en la cuneta sin que se indigeste la vejiga por culpa de una evacuación de líquidos a ritmo frenético.

52 minutos de retraso

Los corredores llegaron a la meta con un retraso de 52 minutos sobre el tiempo previsto. No tiene justificación alguna. Las grandes vueltas están hechas para batir récords, pero no el de la mayor demora de la historia. Así no, por mucho que el martes se organice la marimorena en la ascensión al pico extremeño de Villuercas. Del Tour hay que aprender muchas cosas, pero no batir récords que no benefician al ciclismo.

Si un retraso que no se debería repetir fue la nota negativa del día, Van Aert dio un toque de distinción y honra a la carrera al colocarse líder de la prueba. Con ese empeño rodó todo el día, con un calor menos torturante que el sufrido en la contrarreloj de Lisboa, porque hasta ahora jamás había disputado la Vuelta después de haber sido líder del Tour y llevar el jersey amarillo durante la fantástica primera semana de 2022. Allí se vio al mejor Van Aert de la historia, que atacaba, que se iba en solitario con todo el pelotón intentando capturar al jersey amarillo sin conseguirlo para que el corredor flamenco se presentase en solitario a la meta de Calais.

Aquí había que aprovechar las circunstancias, salvar las caídas, como la que condenó al neerlandés Dylan Van Baarle, compañero de Van Aert en el Visma, al abandono. Y si se rodaba lento pues había que ahorrar fuerzas para vestirse de rojo, camiseta que estrenaba un ciclista que se exhibe en cualquier carrera, que gana clásicas, que se pelea por las victorias hasta lo indescriptible con Mathieu van der Poel, que es un mito del ciclocrós y que hasta ha probado con éxito sumar triunfos en la nueva moda del gravel.

La presencia de Van Aert es un lujo para la Vuelta, a pesar de que se sepa que él no lucha por las generales. Y no porque no pueda, sino porque lo que le divierte es ir por libre para alimentar un palmarés increíble. Tan feliz estaba por correr la Vuelta que hasta llegó a Lisboa con su mujer y dos hijos. “Este jersey rojo significa mucho para mí porque hace dos años ya fui líder del Tour. Por eso, quería conseguirlo”. Poco más que añadir.

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